Se hace saber que el año próximo el tribunal internacional de La Haya dictará su fallo sobre el diferendo guyano-venezolano del Esequibo, en el cual si acaso nos dejarán un repele de esa que es la mayor reserva de petróleo y gas registrada en la Historia. Pero lo importante es si Rosales se lanza por Maracaibo y Capriles desciende a estar bajo el mismo techo con Ramos Allup.
Desde que en 1958, siendo menor de edad, empecé a escribir profesionalmente -y no puedo decir que sin éxito- en los grandes diarios de Caracas, jamás me ha preocupado el efecto que lo escrito tenga en los lectores. Mi lema fue el del brujo que habla en una guaracha de Billo: «Digo lo que veo». Cómo sería, que apenas llegó Fidel Castro al poder, junto con expresar mi prematura alegría por el derrocamiento de Batista manifesté mi desconfianza frente al barbudo, cuando todo el mundo enloquecía por aquel farsante que se exhibía con un crucifijo guindando del pescuezo. A poco era casi el único periodista que sin ser de derechas tenía posición beligerante contra el ídolo de las multitudes, lo cual me enfrentó a los contemporáneos con quienes poco antes había compartido barricada en la algarada estudiantil contra la dictablanda de Marcos Pérez Jiménez. Ahora casi todos ellos han regresado de aquel trágico entusiasmo que frustró sus talentos -hay que ver lo que hombres como Américo y Pérez Marcano, para nombrar dos supervivientes aún en servicio, hubieran hecho por la patria si en aquella época no hubieran dejado camino por vereda.
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Claro, tuve la suerte, apenas comenzada la democracia, de que el profesor José Alberto Velandia, quien en la resistencia me monitoreaba, me incorporara a las órdenes de Rómulo Betancourt, de cuyas indicaciones -no le hacía falta dar órdenes-, me beneficié y sigo beneficiándome. Una de las normas que me enseñó, estando yo preso por cosas del periodismo, fue ocuparme de lo determinante. Me llamó por teléfono al sitio de reclusión y con esa norma como frase inicial («Ocúpate de lo determinante»), me indicó atender a la parte judicial de mi caso, no ocurriera que la confabulación judicial terminara en una sentencia condenatoria.
Ahora en Venezuela el Esequibo es lo determinante. Así que no oculto mi desprecio por los afanes de esos personajes que, con desatención de su obligación patriótica, caen en las peores canalladas en su pleito por la candidatura presidencial de la Oposición: los propios borrachos dándose patadas en los testículos por una botella vacía. Ninguno de ellos menciona el mayor de cuantos daños nos han hecho los rufianes que nos gobiernan: entregar a los imperios de hoy, China y Rusia incluidas, la mayor reserva de petróleo y gas que se ha encontrado en toda la historia del excremento del diablo. El mayor negocio conocido en la historia de la humanidad. Y esa omisión no es por ignorancia -no puedo creer que ellos ignoren el tema-, sino por miedo a los intereses con los cuales puedan tropezar y por desprecio al pueblo que quieren gobernar, al cual saben ajeno a esto, como ajeno es a casi todo o a todo lo determinante.
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Fue Juan Pablo Pérez Alfonzo, autor por cierto de esa ajustada denominación -el excremento del diablo-, quien metió a Rómulo en el tema esequibo. Fue uno de los puntos de sus conversaciones en el exilio. Domingo Alberto Rangel, máximo adversario de Betancourt después de Pérez Jiménez, es quien lo cuenta en un libro donde recoge conversaciones con Juan Pablo. Éste le cuenta a Domingo Alberto que Rómulo le llamó al exilio y le dijo: «Aquello que tenemos pendiente sobre petróleo, ¿se va a quedar pendiente?». Y se lo trajo para Venezuela a crear la OPEP, etcétera.
En sus cinco años de gobierno, inestable como era la democracia venezolana, no fue prudente entrarle a ese tema tumbagobiernos. Pero Leoni estaba prevenido al bate. Entre los papeles de Betancourt que conservo hay notas en papel de un modesto hotel en Londres, escritas de madrugada, en las cuales Betancourt asienta resultados de sus investigaciones en Europa, destinadas a su sucesor. Por eso Leoni echó para adelante con lo del Esequibo hasta lograr que en 1966 las instancias internacionales aceptaran la reclamación venezolana por el despojo perpetrado en un laudo arbitral en el cual Venezuela ni siquiera estuvo presente. Cuando ese laudo se dictó, éramos como ahora, y por las mismas razones, un pueblo inerme, pues mandoneaba uno de esos esperpentos que nos han arruinado, Cipriano Castro, quien luego sería explicablemente mitificado por su homólogo Hugo Chávez.
Inexplicablemente, el Copei gobernante soslayó el tema. Caldera lo confió a Calvani y éste lo congeló por doce años. Herrera, malaconsejado por García Bustillos, admirador éste de Fidel, lo incluyó en el amplio campo de sus indiferencias. Chávez obedeció la política de Fidel en cuanto a no irritar a la Guyana angloparlante y Maduro, por la misma razón, pues no se diga. Mientras tanto, Exxon Mobil ha encontrado allí los yacimientos antedichos, por lo cual su presidente, Tillerson, pasó a ser Secretario de Estado. Apenas Tiranosaurus Rex ocupó el cargo, la ONU reactivó el caso y el año próximo el tribunal internacional de La Haya dictará un fallo que puede parecerse al que en tiempos del irresponsable Don Cipriano nos dejó en la inopia. El reparto de esa torta ha demorado la intervención que resolverá el Caso Venezuela. El fallo de La Haya se debe estar redactando en la consultoría jurídica de Exxon Mobil. Ojalá nos dejen un repele.
Ah… Pero eso no es importante. Lo determinante es si Rosales se inscribe para alcalde de Maracaibo. Y si Capriles, ascendiendo de Odebrecht a Exxon Mobil, acepta estar bajo el mismo techo con Ramos Allup. Fue para gente como nosotros que los argentinos inventaron el calificativo de «boludos». Los cubanos, caribeños malhablados como son, crearon el «comemierdas». Los venezolanos aportamos cierta elegancia cuando Uslar Pietri legalizó el antiguo «pendejos» para denominar a un pueblo tan boludo y comemierda que sus dirigentes le tienen miedo a lo determinante.