La noche del domingo 12 de noviembre 2017, unos 40 a 50 motorizados rompieron con la anuencia de la Policía Nacional y a plena vista de la vigilancia privada reducida a la impotencia por el número de los invasores, el refuerzo metálico y los candados del edificio administrativo en la sede de la revista Zeta y El Nuevo País. Invadieron ese edificio propiedad de la empresa y el CICPC (la policía judicial) se negó a recibir la denuncia del robo e invasión.
Por JURATE ROSALES
En la parroquia caraqueña de Santa Rosalía, donde se encuentra desde el año 1974 la sede de la revista Zeta y desde 1988 (año de su fundación) la del diario El Nuevo País, en la última década nos hemos acostumbrado a ver en el vecindario a varios grupos de motorizados chavistas. Los llaman «colectivos», pasean en motos y recorren las calles en grupos.
En esa parte de la Caracas vieja, la sede de Zeta y El Nuevo País consta de dos edificaciones situadas frente a frente en la estrecha calle: son ellas el edificio administrativo y el de la redacción con su imprenta consistente en una rotativa. Dada la inseguridad de la zona, ambas edificaciones tienen fuertes refuerzos de metal en sus fachadas y hay una vigilancia permanente, ubicada en la entrada del edificio de la redacción, con vista permanente al del otro lado de la calle.
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El fundador de la revista Zeta y del diario El Nuevo País, Rafael Poleo, en las muchas décadas del crecimiento de su empresa, se forjó una reputación de periodista valiente y administrador prudente. Se encuentra actualmente en su segundo exilio tras recibir un auto de detención.
El Nuevo País y la revista Zeta, ambos de circulación nacional y con una plataforma digital de alcance internacional, poseen la confianza de sus lectores debido a la franqueza con que reportan el acontecer nacional, por su apego a la verdad y por la valentía de sus reportajes.
El precio de decir la verdad
Zeta y El Nuevo País se cuentan entre los pocos medios independientes que quedan en Venezuela, lo que los convierte en oposición y objeto de persecución oficial a través de diversas reducciones de sus actividades. Además del exilio con autos de detención o prohibición de salida del país por demandas que afectan a los dueños y la directiva, ambos medios están sujetos a no tener papel de imprenta, debido al monopolio que en este renglón ejerce el gobierno para discriminar a los medios que no le son afectos. El semanario Zeta tuvo que reducir sus 64 páginas a unas meras 16, pero al diario El Nuevo País le fue peor, porque además de tener que disminuir drásticamente el número de sus páginas a solamente 12 buscando alargar su vida impresa, tuvo que dejar de ser un diario, para salir una vez a la semana. Ha sido admirable la fidelidad de los lectores, que nunca dejaron de apoyar a sus medios con la compra de cada ejemplar, por delgado que parezca.
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Otra faceta de la reducción, fue la del personal, lo que permitió – también como medida de ahorro -, a eliminar las oficinas del edificio administrativo, porque ya cabían todos los departamentos (redacción, administración y publicidad) en la vieja casa de las redacciones de Zeta y Nuevo País. El edificio administrativo, situado en frente, quedó para los archivos de contabilidad, insumos de la imprenta y uso diario de consulta de los papeles en archivos.
La noche de los motorizados
El pasado domingo en la noche, el grupo de motorizados que a menudo habíamos visto recorriendo los predios de la parroquia Santa Rosalía, se concentró en el espacio de la estrecha calle que separa los dos edificios. Eran entre 40 y 50 hombres. Era además, al caer la noche de un domingo, el único momento en la semana en que no se encuentra en la sede ningún periodista – sólo está el personal de vigilancia, que desde su guarida llamó para avisar que los motorizados se aprestan a invadir el edificio administrativo, porque les vieron herramientas como una pata de cabra y un esmeril eléctrico. Lo único que se podía hacer era llamar a la Guardia y la Policía.
Efectivamente, llegó la Policía Nacional en varias patrullas. Sus jefes conversaron con los intrusos y se retiraron. Quedó una sola patrulla que al breve tiempo también desapareció. Los colectivos fueron dejados para proceder y empezaron a romper las defensas metálicas de la entrada del edificio administrativo. Viéndolo, la vigilancia del edificio de la redacción se atrincheró resguardando esa otra edificación, donde están las computadoras y la rotativa.
Al forzar la entrada del edificio administrativo, los motorizados entraron y se esparcieron en sus diversos pisos. Las repetidas llamadas a las fuerzas del orden no fueron respondidas.
Se identifican
Al apoderarse del edificio, los invasores actuaron con organizada rapidez. Taparon parcialmente el logo que en la fachada decía «El Nuevo País» con una tela alusiva a la ilegal «Constituyente» y en el resto de la pared metálica, con pintura roja se identificaron: 4F.
Quizás este nombre es lo que más recuerdos de persecución oficial nos trajo a quienes llevamos años trabajando en Zeta. Fue necesario recordar que en 1992, cuando ocurrió el intento de golpe de Estado del 4 de Febrero, Zeta fue el primer medio que informó a sus lectores de lo que había ocurrido, colocando en su portada la foto de Hugo Chávez cuando decía su «Por ahora». El título en la portada era «La noche de las boinas rojas».
Ese día de 1992, lo que era mera información fue muy mala idea, porque se nos presentó un destacamento de la Disip para recoger la revista, de la que una parte ya había salido en venta a la calle. La Disip entró en la redacción en grupo, parecía un asalto armado, requisicionó todo lo que encontró que tuviese esa portada: perdimos hasta las copias que siempre se guardan para el archivo y llegaron al extremo de buscar las planchas metálicas que se usan en la rotativa para romperlas. Buscaban destruir todo lo que era la imagen de Chávez.
Así que Zeta, por segunda vez después de 25 años, es víctima del tal 4F, en otras circunstancias, pero con el mismo nombre. Efectivamente, es el precio que se paga por informar sin miedo.
La rutina invasora
Volvamos al tal 4F del 2017, conformado por el grupo de hombres que invaden propiedad privada. Eso fue el domingo pasado y desde entonces, el edificio administrativo de Zeta y El Nuevo País está invadido, pero a partir del martes, los invasores originales fueron reemplazados por otra gente, que, según los vecinos, en esos lugares nadie había visto antes.
Ahora, de un edificio a otro, nos observamos mutuamente. Vemos que los invasores originales ya no están. Los que ocupan el edificio invadido siguen ahora una rutina militar de guardias de doce horas. Entra un grupo de unos ocho hombres que luego se turnan pasadas las 12 horas con otro grupo igual. A la mitad de cada turno, vienen dos hombres que traen bolsas, que parecen de comida, se quedan brevemente y se van.
Las llamadas a la policía no son respondidas. La denuncia llevada al CICPC (la policía judicial) NO FUE RECIBIDA, SE NEGARON A RECIBIRLA.
Como si todo eso fuera poco, tenemos ahora a los obreros de la rotativa, trabajando en la imprenta, preocupados por sus puestos de trabajo y cruzando la calle, delante de ellos, justo enfrente, están los hombres atrincherados en el edificio invadido.
Quienes seguimos trabajando en la redacción para sacar la revista Zeta y El Nuevo País, lo hacemos bajo la vista de los invasores, que desde los pisos superiores del edificio administrativo pueden vernos entrando y saliendo.
Estamos decididos a seguir trabajando sin cambiar un ápice de la línea editorial. La noticia de la invasión de un medio independiente por un «colectivo» ya fue difundida por diversos canales nacional e internacionalmente, produciendo reportajes referentes al caso.