Lo más particular de la inflación venezolana

Desde que existe el comercio, la inflación siempre es una posibilidad, pero la de Venezuela en el momento presente, se distingue por una triple contradicción: a mayores sueldos, menos dinero en las manos y más inflación.

Una megainflación no es cosa nueva y de ella  hay ejemplos históricos que van desde la que  sufrió la antigua Roma cuando paulatinamente, a partir de Nerón, empezaron a disminuir en las monedas romanas el tenor del oro hasta llegar a cero y reemplazarlo por la plata, luego disminuyendo en cada moneda el porcentaje de plata mezclándola con el cobre, hasta que terminaron acuñando puro cobre y finalmente acuñaron tantos cobres para contentar a la plebe, que esas monedas perdieron todo valor y los precios se dispararon, creando una megainflación. Esto llevó al emperador Diocleciano a promulgar un edicto de precios máximos. Por supuesto, los comerciantes ni caso le hicieron y los precios siguieron subiendo. Algunos historiadores afirman que esa fue una de las causas de la caída el imperio romano.

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Esas megainflaciones se repiten en la historia cada vez que a un rey se le ocurre multiplicar un dinero sin valor para contentar al pueblo. En la alta Edad Media, el rey de Francia, Felipe IV El Hermoso, con su país endeudado hasta el cuello, intentó disminuir el tenor de la plata en las monedas que acuñaba y creó una inflación que casi acaba con su reino.

Pasaron  siglos y vino el papel moneda que con su primer ensayo, produjo la primera estampida. Fueron los intentos de emitir «vales» en papel sobre el tesoro nacional. Lo ensayó el rey de Francia, en el siglo XVIII, cuando su reino quedó tan endeudado, que la mitad del tesoro nacional se iba para pagar el servicio de la deuda. En agosto 1788 vino el default de ese primer papel moneda, corrió el pánico y en julio 1789 estallaba la revolución francesa, con la subsiguiente decapitación del rey y de la reina.

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En tiempos más recientes, hubo varias megainflaciones, siendo la más famosa la de Alemania tras la Iª Guerra Mundial (que produjo la caída del democrática República de Weimar y el advenimiento de Hitler). Hubo una en Argentina en 1989, cuando el precio del dólar subió 2.038%, lo que tumbó el gobierno democrático de Alfonsín y encumbró nuevamente el peronismo con Carlos Menem. Y por supuesto, está el caso de Zimbabwe, que llegó en 2008 a una inflación anual calculada en 89.700 trillones por ciento. El gobierno de Mugabe se salvó en aquel entonces, porque eliminó la moneda local y dolarizó la economía. Por cierto que previamente, habían entrado en default con el FMI.

Así que nada es nuevo en este valle de defaults y lágrimas, a no ser que Maduro sí ha producido una novedad. La diferencia entre todos los casos históricos y el actual en Venezuela, consiste en que ahora, por primera vez con una megainflación, el gobierno no acuña monedas sin valor ni imprime vales o billetes con cifras astronómicas, sino que inventó producir la multiplicación de un dinero que físicamente no existe, salvo en una pantalla de computadora. Ese sí que es dinero virtual o realismo mágico. En lo que va del año 2017, Maduro aumentó 5 veces el salario mínimo, además de decretar cada vez fuertes aumentos de pago del bono alimenticio (el llamado cestaticket), y le agregó este mes la promesa de un bono navideño de Bs.500.000 para los tenedores del carnet de la Patria, sin contar el pago de los aguinaldos tradicionales.

Para dar forma física a ese chorro de dinero virtual, el gobierno anunció en diciembre del 2016 la llegada de un nuevo cono monetario con billetes de Bs.500, 1.000, 2.000, 5.000, 10.000 y 20.000. La puesta en circulación de esos billetes llegó al público a mediados del 2017 y para entonces la emisión total ya era insuficiente, porque la inflación había avanzado a pasos agigantados.

El caos ya se había iniciado medio año antes, cuando el 12 de diciembre 2016 Nicolás Maduro ordenó sacar de circulación en tres días, el billete de Bs.100. Ante el pánico que ese decreto provocó, creando inmensas colas en las únicas dos oficinas que existían en el país para entregar el billete y no perder su valor, con escenas de gente rompiendo y quemando pacas de billetes por no poderlos cambiar y una conmoción nacional en víspera de las compras navideñas, el decreto fue anulado a las 24 horas y desde entonces, periódicamente cada par de meses el gobierno prolonga la validez de ese billetico de cien.

En cuanto a la velocidad de la inflación que dejó en pañales al nuevo cono monetario,  fue necesario a mediados del 2017 anunciar la emisión de un billete de cien mil bolívares, con la extraña circunstancia de que aparentemente ya existía una maqueta de Bs.100, y le agregaron impresa la palabra «mil» en letras. De manera que si un particular intenta emitir un cheque que diga el monto en parte en cifras y la otra parte en letras (100 mil), el cheque rebota, pero el Banco Central no se complica con esos detalles y emite un billete que dice «100 mil».

Lo cual sería anecdótico, a no ser que para el público, los billetes impresos no cubren ni una mínima parte del circulante y Venezuela empezó a carecer de dinero efectivo. Con los continuos aumentos salariales y la inflación, se supone que la gente tiene dinero, pero no puede sacarlo del banco. En todo el país, escasean los aparatos para cobrar con tarjeta de débito y no los hay para los negocios y vendedores que intentan adquirirlos. De un día a la mañana, TODO EL MUNDO  se ha encontrado bloqueado en su vida diaria, por falta de dinero efectivo.

Los bancos han sido las primeras víctimas de la escasez de billetes. Redujeron el pago en cajeros automáticos a 5.000 bolívares, pero la mayoría de los cajeros están vacíos de billetes y no funcionan. Cuando abren algunos, se forman inmensas colas.

Las pensiones del Seguro Social que los bancos están supuestos pagar en efectivo, también producen inmensas colas en cada banco, porque la taquilla sólo entrega una parte del pago mensual, al no tener billetes en efectivo. El pensionado que no tiene una cuenta bancaria en ese mismo banco para depositar la diferencia, vuelve al día siguiente, a esperar nuevamente muchas horas, con la esperanza de recibir el dinero faltante de su asignación mensual.

El ausentismo laboral se disparó, porque la gente no tiene dinero efectivo para el pasaje. La venta en la calle de alimentos, prensa, estacionamiento, se paraliza por ausencia de efectivo. En el mercado libre, en la bodega de la esquina, ocurren situaciones grotescas cuando no hay punto de cobro con tarjeta, pero también cuando un comprador entrega el billete de alta denominación y el vendedor no tiene billetes para darle el vuelto.

Se viven situaciones como ésta: tengo mi vehículo parado en un estacionamiento, cuando vengo a sacarlo sólo aceptan el pago en efectivo y entrego en la taquilla un billete que supera el monto a pagar. Resulta que no tienen vuelto, no puedo pagar y el vehículo no puede salir (me pasó en el estacionamiento de Concresa, en Caracas).

Caso jocoso fue de un conocido quien contó que hizo un cheque para sacar de su cuenta 10.000 bolívares. La cajera le preguntó si él tendría efectivo de 10.000 para dar el vuelto a la caja ¡del banco!, porque la cajera sólo disponía de billetes de 20.000.

La incomodidad de no tener efectivo en un país donde muchas cosas todavía sólo se pagan con dinero contante y sonante, se agrega a una inflación desbocada y un ritmo de vida donde la mitad del tiempo de la población transcurre en esperar en una fila. El caos monetario creado por medidas gubernamentales desquiciadas, afecta a todo el mundo. Allí no hay ni color político ni diferencias de clase social que valgan. Lo que hay- y me consta  porque lo escucho en todas partes – son los comentarios de la gente, cada vez más molesta y amargada. La frase más frecuente suele ser: ¡cuándo saldremos de todo esto!