Los creyentes tenemos la obligación moral y ciudadana de promover ayuda a los más necesitados y formar conciencia acerca de la dignidad humana.
El Papa Francisco instituyó a partir de este año 2017 la jornada mundial de los pobres a celebrarse en el domingo XXXIII del año litúrgico, justo una semana antes de la fiesta de Cristo Rey. Puede parecer extraña y hasta repetitiva esta jornada, pues son tantas las iniciativas sobre los pobres que no sería otra cosa que llover sobre mojado. Pero no, bien claro está que es una jornada de no para los pobres. Tenemos la tentación y es uno de los ganchos que utilizan los políticos populistas, para convertir a los pobres en carnada fácil para la manipulación y para usarlos como expresión de su preocupación por los necesitados. Se trata de otra cosa: ellos son, deben ser, protagonistas, sujetos no sólo objeto de lástima y compasión.
Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio, y sobre el hecho de que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (Lc. 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt. 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia”.
“No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida”.
El Papa Francisco no oculta la dificultad, especialmente evidente en nuestros días, de identificar claramente la pobreza. Habla de “muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero”.
En una sociedad como la nuestra en la que la pobreza crece a pasos agigantados ante la indiferencia oficial que achaca todos los males a fuerzas extrañas, los creyentes tenemos la obligación moral y ciudadana de promover no solo una ayuda a los más necesitados sino a formar las conciencias acerca de la dignidad humana y a buscar con creatividad y coraje las muchas maneras de hacer presente la vocación samaritana a la que todos estamos llamados. Se pide a los cristianos que hagan suya la cultura del encuentro, de derribar muros, fronteras y vallas erigidas por el egoísmo y el miedo. No amemos de palabra sino con obras.