La unidad que Venezuela exige para reconstruir el país debe agruparse en un gran movimiento nacional con un candidato único.
Más que la dispersión, los alineamientos parciales, las diatribas y mutuas acusaciones y descalificaciones, lo que el país reclama del liderazgo partidista que protagonizaba la conducción de la mesa de unidad democrática, es una actitud responsable que implique no solo una profunda autocrítica, sino una capacidad de rectificación y enmienda, que pueda encementar el camino de una unidad amplia, solida e incluyente capaz de estar a la altura de los retos que el 2018 le impone a la Venezuela democrática.
Por un momento ese liderazgo partidista debe colocarse frente a la tragedia que para el país representaría la prolongación por seis años más del actual desastre, representado en un gobierno incompetente, desacreditado y rapaz, que ha sumido en el hambre material y en la demolición social, institucional y moral a la República, y cuya continuidad seria prácticamente sobre las ruinas de Venezuela y sus habitantes.
Es bajo ese riesgo existencial que debe impeler responsabilidad y compromiso a los dirigentes partidistas y al país entero, que debe reconstruirse una unidad, que no puede ser una suma de aspiraciones, vanidades, protagonismos y parcialidades de inspiración sectaria y mezquina, sino un inmenso movimiento, una fuerza activa capaz de incorporar a todos los sectores que mayoritariamente reclaman un cambio urgente y que hasta ahora no han encontrado motivación ni cabida en las iniciativas de la MUD.
No es posible que mientras las fuerzas políticas más vehementes y radicales de oposición al régimen, insisten en calificarlo como una dictadura despótica y feroz, como un sistema opresivo y totalitario, como un gobierno forajido, en sus estrategias lo confrontan como a una democracia convencional o clásica, donde los opositores se dan el lujo de disputarse espacios de poder, buscar prevalecer unos sobre otros, pelear y descalificarse en disputas menores, y ufanarse de una mayor votación o representación pretendiendo prevalecer sobre sus compañeros de unidad. Ese modelo unitario no puede ser capaz de confrontarse exitosamente frente a un gobierno de las características que ellos mismos no se cansan de destacar.
La unidad que Venezuela exige para convertir en fuerza organizada, movilizada y participante, a esa inmensa mayoría de venezolanos que repudian el régimen y reclaman su desalojo del poder, tiene que borrar fronteras partidistas, visiones excluyentes, ambiciones personales, prejuicios y viejas facturas, y agruparse en torno a un gran movimiento nacional con un candidato único, un programa mínimo de recuperación democrática y relanzamiento económico, social y moral de nuestra martirizada Venezuela. Una fuerza donde los ciudadanos militantes o no de partidos, trabajadores, amas de casa, jóvenes, profesionales, empresarios y sectores vecinales reconozcan una opción alternativa clara para forjar la necesaria transición.
En manos de los partidos políticos y de las demás expresiones del liderazgo democrático está el futuro inmediato de Venezuela. De su responsabilidad, y altura de propósitos y objetivos dependerá que construyamos la unidad que permita de cara al 2018 desalojar del poder a quienes destruyeron el país.