Si Sebastián Piñera gana el “balotage” del 17 de diciembre en Chile, se le hará difícil gobernar con un frente opositor e “izquierdista” tan fuerte.
Por Danilo Arbilla
Sorpresas generó el resultado de las elecciones chilenas, ninguna favorable para el país. No lo fueron ni para el ganador, el expresidente Sebastián Piñera (36,6% de los votos), quien alardeaba como futuro presidente. Las encuestas le daban 45% de apoyo y Piñera vendió la piel antes de cazar el oso. Ahora Piñera deberá competir en segunda vuelta contra el oficialista Alejandro Guillier.
Guillier, de “centroizquierda” obtuvo 22,7% de los votos, pero hay que considerar que de los 8 candidatos habidos seis se “ubican” en la izquierda, y si se suman sus votos le da para ganar. Se sabe que en esta materia las matemáticas no son tan seguras; pero son un dato.
Los pocos que están contentos son los de las puntas: Beatriz Sánchez, del Frente Amplio (“radical de izquierda”) consiguió un 20,3% -las encuestas le daban 8 y 10- y José Kast, pinochetista (“ultraderecha”) con 7,85% fue otra de las sorpresas. Kast anunció que apoyará a Piñera, pero con eso no es seguro que sus votantes le hagan caso.
Lo que pasó con estos dos candidatos “de extremos“, es otro dato a considerar pues habla de una naciente polarización en Chile que no existía. Los partidos tradicionales se autocatalogaban de izquierda y derecha sin hesitación. Era y es el país en el continente donde nadie se “avergüenza” por ser o porque le digan que es de derecha. Son civilizados en eso.
Pero lo acontecido, mirando a futuro, es un cambio y no bueno, de la sociedad chilena. Si es así, quién sabe si esos votos “radicales de izquierda” van a Guillier. Puede primar la dialéctica de que lo peor es lo mejor y que vislumbren que un triunfo de Piñera, con la vieja “concertación” de socialistas y demócrata-cristianos dividida, les facilita el camino para adueñarse de la oposición, como primera etapa.
En este juego de cálculos y especulaciones asume una especial importancia lo que harán los demócratas cristianos, cuya condición de “izquierda y oficialista” es dudosa. Carolina Goic, la candidata de la DC, obtuvo un desastroso 5,93%, que a la hora de sumar es mucho. Y nadie puede predecir si esos votos están más inclinados a Piñera o a Guiller.
Lo seguro es que gane quien gane el ‘balotage” del 17 de diciembre, habrá de encontrarse, cuando asuma en marzo del 18, con una Parlamento complejo. A Piñera se le hará difícil gobernar con un tan fuerte frente opositor e “izquierdista”, pero tampoco le sería fácil a Guillier, dadas las alianzas” que deberá “concertar”.
Uno hecho sorprendente de estas elecciones es que de 14,3 millones de chilenos habilitados y convocados fueron a votar escasos 7 millones. Menos de la mitad. Todos los porcentajes manejados son sobre el 46% del total de chilenos que podía votar.
Esta abstención explica los errores de las encuestas. Todos opinan, pero después no votan. Por qué esa apatía es difícil de explicar. ¿Es porque los chilenos están bien como están y tranquilos de que nada cambiará? Es difícil saberlo, como también lo es saber si este sorpresivo resultado los motiva o asusta.
Entonces sí: si en diciembre van unos diez u once millones a votar -más del 80% como alguna vez ocurrió- todo pronóstico deberá ir acompañado de la advertencia de que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.