Ya no te soportaba, Nicanor
Por fin se murió Nicanor Parra, el más profundo poeta de nuestro tiempo, y el más grato de masticar y remasticar, y siempre tenía jugo. Ya temíamos que realmente fuera inmortal, lo que hubiera sido insoportable: para sobrevivir, un hombre debe abrazar sus venerables mitos, jamás conocer tantas verdades.
Me era familiar, aunque no lo vi nunca, a pesar de que tuve la oportunidad de hacerlo. Abriendo los setenta, desde Buenos Aires cancelé la audiencia que me había concedido. Debía escoger entre verle a él en Santiago o ver a Haya de la Torre en Lima. Así mismo se lo comuniqué, diciéndole la verdad: «Haya está muy gordo y se puede morir en cualquier momento, mientras usted es flaco y vivirá mucho más. A usted ya podré verle». Me reprochó tratarle de usted pero me dio las gracias por llamarle inmortal, el muy tunante.
En eso de La Verdad está la clave. Un poeta no tiene derecho a mentir, como sí puede hacerlo el no-ve-lista. El poeta no se desparrama sobre el campo sino que orada en un punto de él y por ese agujero extrae un poco de verdad, para dejarnos cavilando con ella en la palma de la mano. Nicanor oradó en los temas fundamentales del hombre, como el de la mujer, sin cuyo conocimiento el sabio vivirá como ignorante. Descubrió y describió personajes tan conmovedores como «La mujer que se entrega porque sí, porque la soledad, porque el olvido», y los resumió todos en uno de los anticlímax que definieron su anti-poesía: «Todas esas valkirias, todas esas señoras honorables, con sus labios mayores y menores, terminarán sacándome de quicio». Y es que frente a la mujer tuvo el poeta esa perplejidad que nos hace temerla como se teme a lo desconocido, esa ternura («…con su nombre de plaza de provincia») que sólo pueden despertar las mujeres sin pretensiones, y ese agradecimiento por la delicadeza de («…morir con mi nombre en las pupilas»).
Fue comunista, e hizo lo que un comunista debe hacer para seguir siéndolo: abandonó el partido cuando éste llegó al poder a cometer los despropósitos y crueldades que le son propias. Los mandó a la mierda diciéndoles «Me declaro país independiente, que me perdone el Comité Central».
Como la izquierda hipócrita, más hipócrita aún que la hipócrita derecha, hace y deshace prestigios literarios, Neruda, el melifluo Neruda, el baboso Neruda, el Neruda del verso sirop de fresa y el canto oportunista y tarifado, fue tenido en mejor consideración, lo cual qué podía importarle al poeta que tuvo coxones para mandar muy largo al comunismo y quedarse con su única gran pasión, las mujeres, a sabiendas de que así quedaba solo. Neruda no tuvo esas honduras. Lo suyo era comer y beber gratis. Pardo Llada, a quien le encomendó Fidel atenderle en La Habana, tuvo que informarle al jefe: «Neruda dice que quiere comprar algunos souvenirs, pero que está sin blanca». El barbudo, experto en poetas y escritores lambucios, soltó una risita y le ordenó: «Dale veinte mil dólares».