¿Quién manda aquí?

A los profesionales del oficio político -no necesariamente los políticos, sino gente como los periodistas, diplomáticos, etc- les llegó la hora de «rebanarse los sesos» a la manera del difunto Carlos Andrés, para entender el confuso panorama político venezolano. Cabe sospechar o más bien temer que tampoco lo entiendan quienes por responsabilidad del cargo deben entenderlo, como Shannon y Tillerson. Menos aún lo entienden los actores: de un lado los cuatro jinetes del apocalipsis -Maduro, Padrino, Diosdado y Jorge Rodríguez-, y del otro el Trío Calaveras -Leopoldo, Julio y Henry, los tres caballeros de la incomprensión suicida.

Justo es reconocer que los apocalípticos tienen razones para estar confundidos. Sobre ellos se mueve la pesada maquinaria que inexorablemente habrá de aplastarlos. Una escena de aquellas películas góticas en las cuales la pareja protagonista está atrapada en un tanque de concreto cuyo techo va bajando milímetro a milímetro sobre sus cabezas. De entre ellos uno es el personaje trágico. No Maduro, un atorrante, irresponsable estructural que igual duerme en su cama que en el quicio de una puerta. Ni Padrino, para quien todo son alternativas, porque lo mismo y según lo hablado se va a Moscú a hacer la buena vida del comuno-capitalismo, que arbitra el plan, cada vez más robusto, de una intervención militar que deponga al presidente irresponsable y llame a reconstruir el país devastado. Ni Jorge Rodríguez, psiquismo alambicado que con la misma tranquilidad mordería la cápsula de cianuro que viviría la experiencia del tribunal de La Haya convirtiéndolo en otro de sus cuentos, precioso y repugnante. El personaje shakespireano es Diosdado, tanto más conmovedor cuanto más primitivo, la clásica hoja en la tormenta, cual corresponde a quien sin entenderlo vive su fatum, ese movimiento del destino que puede ser poetizado pero no razonado.

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Diosdado y Jorge Rodríguez son los únicos personajes interesantes en una tragedia donde Maduro es el bufón y Padrino es lo plano, necesario para referir los demás personajes. ¿Cilia? La femineidad perversa sobre la cual hay constancia en todas las cosmogonías. Imprescindible para completar el dramatis personae de un esperpento tropical.

Diosdado es el más venezolano de estos personajes. Un mestizo atolondrado que tira la parada: «¡Voy jugando a Rosalinda!». En una publicación de escasa circulación contó cómo la noche del 4 de Febrero salió en un jeep en pos de su fortuna, cualquiera que ella fuera. A poco andar, la burocracia del Departamento de Estado vio en él la solución. Ellos trabajan así, no sobre un proceso sino sobre un hombre, quién lo diría. Regla de Uno, la llaman. Así inventaron a Trujillo y a Saddam Hussein, a quienes después costaría hasta una guerra tener que cargárselo. Por eso los militares gringos dicen que ellos están para corregir los desastres causados por la diplomacia. Estados Unidos se sostiene y avanza en ese delicado juego de contradicciones dinámicas, secreto a voces de su inalterada superioridad.

El guión básico de este drama que nunca será escrito voy a dejarlo aquí, al menos por hoy. El caso es que cada uno de los cuatro jinetes del apocalipsis tiene su propia visión de lo que está pasando e imagina su propia solución por su propio camino. Maduro día a día, Padrino revisando con impaciencia la ruta de Moscú, Diosdado en una estrategia de testarudez propia del jugador que en la última parada se juega hasta los muebles, Jorge Rodríguez frustrado cual corresponde al tío genial a quien los desordenados no dejan desarrollar una estrategia, la del acuerdo honorable, que por cierto es la única… o era. Seguro de la personal supervivencia sólo está Padrino, el intocable hombre de Moscú, quien espera que Putin arregle con Tillerson el negocio del petróleo esequibo, leit motiv del conflicto. Un arreglo entre hombres de negocios, Putin y Tillerson, Rosneft y Exxon Mobil. El discurso de mi general es calculadamente confuso, nunca terminante. Si me buscan en la montaña que me encuentren en el llano y si me buscan en el llano que me encuentren en la montaña. Cada párrafo se opone al anterior y así se podrá exhibir el que convenga cuando ello venga al caso. Es cojonudo el tipo.

El drama de Oscar Pérez ilustra este gobierno donde todos mandan, nadie obedece y así vamos tirando. Maduro quería vivo al rebelde, para hacer un juicio espectacular que entretuviera el hambre. En eso andaba el mayor Bastardo cuando Diosdado, cuya única esperanza es subir la parada, llamó a Heinkel Vásquez. Una patada a la lata que a Maduro y a Padrino  los pintó en la pared. Al día siguiente, Reverol, hombre de Diosdado, se vengó de los ingratos españoles -su inversión en España es cuantiosa, como la de Diosdado-  con el invento de que a Maduro el paradero de Oscar Pérez se lo informaron los del diálogo. Jorge Rodríguez quedó en el aire. La muerte del rebelde («La su muerte inmerecida», decía Nicanor Parra en un caso como éste) cambió completamente el cuadro. El general Kelly debió decirle a Trump que el momento era propicio para en seis horas recoger al cuarteto de la muerte y amarrarlo apersogado en el cuarto de máquinas de un portaviones frente a Curazao. (Supongo que esos barcos de ahora no tienen cuarto de máquinas, pero habrá un substituto).

El mundo entero hubiera aplaudido al águila imperial volando con cuatro serpientes en el pico y Tillerson le hubiera dicho a Trump: «El Esequibo es nuestro». Europa encarató la situación desequilibrando a Diosdado al meterlo en la lista de los condenados, obstáculo que Shannon había logrado evitar hasta ahora: no sabemos si el precipitado viaje a Madrid del correcto funcionario americano fue para decir que enlistaran a su hombre en Caracas o para rogar que no lo hicieran. Considérese que  Europa tiene sus propios intereses, en este caso una tajada del pastel esequibo para ENI (el Vaticano, que por eso Bergoglio pasa y gana) y otro para Repsol (un gallego odiosamente eficaz, ese Rajoy. ¡Y el PSOE cree que lo va a poder con Sánchez, un carajito que se pasa el día adulado a Podemos!). Lo dicho: cada uno por su lado.

En la Oposición todo es como humildito. Aguada sopa de pobres cada uno de los cuales no come por ver el plato de los demás. Henry no cree posible acuerdo alguno con Leopoldo ni con Julio, vástagos de una generación de indecisa palabra. Así que concentra su esfuerzo en la preparación para una coyuntura electoral que tarde o temprano habrá de presentarse, porque Pinochet, exactamente Pinochet, ya no se lleva. Julio representa los intereses de Europa, a mal traer desde que Trump redujo a casi la mitad el impuesto a los ricos, lo cual atraerá a los bancos americanos hasta tres trillones de dólares en perjuicio de los ya descapitalizados bancos europeos*. Por eso se la jugó con el diálogo. Leopoldo está como su pariente Simón, el caraqueño, hombre de las dificultades. Arriba en las encuestas, pero un arriba que es abajo, porque ninguno tiene gran cosa y basta cualquier incidente que alborote una opinión que  dos se unan para cambiar la relación de fuerzas… o de debilidades. Lo último fue darle el esquinazo a Henry, su colega socialdemócrata, desmarcándose de lo que parecía una línea común, la de contarse cada uno para luego negociar, dejándolo con el culo al aire con su tarjeta blanca. Como a Henry la circunstancia le era propicia porque Leopoldo y Henrique están inhabilitados, pues vamos todos contra Henry, como iremos contra quien lo reemplace en el pináculo precario y provisional. Si arriba mencioné la clave de la grandeza americana, ahora estoy diciéndoles la de la miseria latinoamericana.

Y no es necesario que me crean. He caído en cuenta de que por más de medio siglo he estado escribiendo no para que me lean, mucho menos para que me crean, sino para poner mi pensamiento en orden y así poder dormir a pata suelta. Lo que pasa es que siempre hay un director de periódico, Jurate en este caso, que insiste en publicar estas crónicas que hablan en el vacío. Qué ociosidad.