Por. – Alberto D. Prieto
El Rey de España ha cumplido esta semana 50 años. A los que nos hemos criado viéndolo crecer nos ha impactado que el ‘príncipe’ ya haya alcanzado el medio siglo de vida… El caso es que desde que Felipe es el titular de la corona le ha tocado lidiar con la España no sólo eternamente acomplejada y empequeñecida por su pasado glorioso e imperial, sino con unos españoles que, encima, la quieren hacer sentir culpable.
Es muy nuestro criticarnos hasta el infinito, incluso criticamos nuestra capacidad crítica.
Podemos querrá representar la ‘nueva política’, pero sus resabios son de la de más antigua escuela. Y cuando Juan Carlos I dio aquel paso a un lado para dejarle el trono a su hijo en 2014, celebraron con cava la “caída del Borbón” como el primer triunfo de su irrupción en el escenario electoral.
Pero, aunque el viejo rey supo retirarse para dejar sitio —también en el trono— a los que ya se criaron en democracia, aquellos cinco eurodiputados que cosechó una lista cuyo emblema era la efigie del amado líder Pablo Iglesias eran, en realidad, un síntoma de algo muy añejo, no el inicio de algo nuevo.
Felipe VI ha tenido que cosechar una tierra mal roturada —los nuevos adultos de estos años han sido criados en 17 sistemas educativos diferentes, tantos como comunidades autónomas, y sus libros de texto, más que educar, ajustaban cuentas históricas e ideológicas— e infestada de hongos —aquí los políticos no confrontan ideas, deslegitiman al oponente incluso como demócrata—.
Ha cumplido 50 años el monarca con un Gobierno en minoría y acosado por la corrupción, blanco fácil de quienes copiaban 100 veces al día en su querido diario que es que son herederos de Franco.
Así nos hemos plantado en un Parlamento que aloja como tercera fuerza política a la versión 2.0 del populismo chavista. Podemos pronuncia “todo por la gente” pero hace “todo por el líder”. Y convierte el “queremos una España para todos” en el agresivo “la casta nos roban el país” aprovechando una crisis económica que ya dura una década.
Así, también nos hemos encontrado con que España no existe en Cataluña, País Vasco, parte de Navarra y algo de Galicia… donde muchos no se sienten españoles, y donde sus poderes políticos o fácticos viven de sembrar ese odio.
Y ahora le han proclamado al Rey Felipe una ‘independencia’ en ese “país pequeñito del noreste” como dijo Pep Guardiola el día que se soltó la coleta indepe de su lustrosa calva futbolera.
Curiosamente, el líder de esa insurrección republicana se acaba de alquilar un palacete regio en el exilio belga de Waterloo, donde Napoleón empezó a perder su imperio. Desde allí tecleará a cuerpo de rey sus proclamas populistas, de las que florecen retuits infinitos de esos nuevos adultos que crecieron más españoles que nadie porque critican a España como ninguno.
Justo diez años antes de que Carles Puigdemont proclamara la ‘república catalana’, el entonces Rey Juan Carlos se legitimó ante las democracias iberoamericanas mandando callar al gorila Chávez en Santiago de Chile. Quizá ya toca que los españoles nos creamos de una vez que el rey la encarna pero la patria somos nosotros y hagamos lo mismo con cualquier populista que juegue a reyezuelo. El imperio está olvidado, olvidemos los complejos.
Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO