Venezuela tiene una economía informalmente dolarizada y los venezolanos reciben una remuneración en bolívares que están devaluados.
En 1999, en una conferencia en la Universidad de La Habana, Hugo Chávez, comenzando su gestión presidencial, profetizó que “Venezuela va hacia el mismo mar donde va el pueblo cubano, mar de felicidad, de verdadera justicia social, de paz”. Años después, el 8 de diciembre de 2012, poco antes de morir, anunció, aconsejado por Fidel Castro, que su sucesor debía ser Nicolás Maduro.
Los dos, el difunto y su causahabiente, han cubierto casi 20 años de la vida nacional. Veamos cuál es “el mar de felicidad” que se había augurado.
Se destruyó la democracia y se ha instalado un régimen dictatorial, con evidente sesgo totalitario, al que ya no le queda ni un gramo de legalidad. La organización World Justice Project ha publicado su último “Índice de Estado de Derecho 2017-2018” y allí se dice que, de 113 países analizados, de nuevo se ubica a Venezuela en el último lugar de desempeño en el mundo. Y el instituto CASLA, observatorio checo de derechos humanos, remitió el pasado 30 de enero a la Corte Penal Internacional de La Haya 39 nuevas denuncias con “el propósito de demostrar que las torturas, crimen de lesa humanidad, no cesan, sino que, al contrario, se acentúan”. La comunidad internacional, alarmada, repudia la política represiva desatada por la actual dictadura, cuyos principales personajes han sido sancionados con congelación de bienes y negación de divisas por la Comunidad Europea, Estados Unidos, Canadá y otros importantes países.
En lo que respecta a la economía, se ha destruido el aparato productivo nacional (cuatro años consecutivos de caída en picada del PIB) y PDVSA se hunde en un desastre con severo recorte del ingreso de divisas porque, a pesar de que mejoran los precios, la producción de 3 millones cuatrocientos mil barriles diarios de petróleo en 1998 ha descendido a poco más de 1 millón seiscientos mil barriles diarios, ha informado la OPEP. Según el Fondo Monetario Internacional, en 2017 el déficit fiscal de Venezuela fue del 26 %, el más alto que hemos tenido. Ese déficit se está financiando con dinero sin respaldo emitido por el BCV, al igual como se financian los bonos de toda clase que está aprobando el gobierno, entre ellos el pintoresco “Bono de Carnaval” (¿vendrá un bono de Semana Santa o de entrada de las lluvias?). La hiperinflación, con creces, ha cumplido con las exigencias de Phillip Cagan. El país tiene una economía informalmente dolarizada, pero los venezolanos son remunerados en bolívares devaluados. Alrededor de 4 millones de compatriotas, desesperados por la situación que vivimos, se han ido de nuestro país en los últimos años, una diáspora que, según el secretario general de la OEA, Luis Almagro, “representa mucha más gente que toda la emigración de Oriente Medio a Europa”.
En el discurso de “celebración” del nefasto intento golpista del 4 de febrero de 1992, Maduro tuvo la desfachatez de pedirle el voto a los electores porque él garantiza “la prosperidad económica, el crecimiento de Venezuela en los años que están por venir”, es decir, “el mar de felicidad” cubano prometido por Chávez. Y lo juró.