-La intervención militar, hasta hace poco inaceptable dentro de la ética democrática, se erige ahora como la opción inevitable para resolver la crisis venezolana, al punto de que el Secretario de Estado, Rex Tillerson, la enuncia en medio de una aceptación directamente proporcional al repudio que despierta la brutalidad del régimen madurista.
Este cronista ha dicho y repetido que cualquier solución a la tragedia de un pueblo sin libertad ni comida -de la soberanía, no hablemos-, pasa por Fuerte Tiuna, lo cual no quiere decir que esa solución sea un golpe militar cual los teníamos. El rol que hemos atribuido al estamento castrense es el de dirigir el tránsito: «Tengan la bondad de esperar un momento, diputados». «Presidente, su avión está listo. ¿Le ayudo con las maletas?». «Pasen ahora, diputados. ¿Les provoca un cafecito». Los militares como anfitriones y directores de escena en el acto final de una tragedia, la de un pueblo que se arruinó por frivolizar la política y tomar a chacota el sagrado ritual del voto. Una ceremonia sin los muertos que son parte de la grandeza shakesperiana, con una fingida sobriedad, esa falsa modestia de quienes tienen razón para sentirse avergonzados.
Es el caso que los factores reales de poder en el Hemisferio Occidental están considerando seriamente la deposición del presidente Maduro por una intervención militar, única solución que consideran practicable en vista de que el régimen redondamente se niega a permitir unas elecciones decentes. El secretario de Estado Tillerson mencionó, con indisimulada fruición, el viejo y noble recurso castrense, recordando que nuestros abuelos lo usaban como hacían con el aceite de ricino en casos de tenaz constipación o empacho. Europa, pendiente de una tajada de petróleo esequibo, se expresó por la voz del ex presidente Rodríguez Zapatero, quien tuvo la voluntad de culpar a la Oposición por rechazar la propuesta de violación consentida que planteó Jorge Rodríguez, máximo estratega y vocero oficial del madurismo.
En las obscenas jornadas de Santo Domingo, la amenaza de una intervención militar auspiciada por Washington, para evitar la cual se recomendó a la MUD adoptar la posición de plegaria mahometana, fue el gran instrumento de presión aplicado por Zapatero. Los partidos (AD, PP, VP y UNT, únicos con vigencia real), se mantuvieron firmes en sus exigencias, sobre todo en lo referente a elecciones libres. Sin embargo, a última hora, algo, quizás la fatiga que demacra a Jorge y engorda a Nicolás, hizo pensar a la representación oficialista que el fantasma de un régimen militar había persuadido a los opositores. Compulsivamente, firma o firma, el Gobierno metió bajo las narices de la MUD el acta de rendición. Los opositores salieron espantados, dejando a Jorge Rodríguez con el bolígrafo en la mano.
Si la solución castrense coge vuelo, la siguiente pregunta es si los militares estarán dispuestos a hacer lo que Tillerson ha paladeado y Zapatero considera inevitable. El 11 de abril de 2002, los generales, que hasta el día anterior habían respaldado a Chávez, solicitaron su renuncia, “la cual aceptó” según testimonio del entonces ministro de la Defensa, general Lucas Rincón. Cuando Chávez ya había aceptado su destino y pedía ser enviado a Cuba, la rivalidad entre los dos grandes oligopolios que entonces se disputaban el control de la economía venezolana produjo un golpe de mano, el llamado “Carmonazo”, que echó para atrás a los militares. Después de fingir una rectificación, Chávez procedió a purgar la Fuerza Armada con un rigor que obliga a preguntarse si los cuadros medios que en 2002 movieron la salida temporal del presidente estarán hoy en actitud de forzar en el generalato una decisión como la de aquel 11 de abril.
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La determinación de mantenerse en el poder a toda costa aparenta ser en el régimen tan firme como la que los gobiernos occidentales abiertamente expresan para deponerlo. La opinión mundial repudia la conducta del presidente Maduro y éste, por necesidad o por torpeza, cada día incurre en actos que refuerzan una matriz de opinión a tal punto adversa que se puede pronosticar un respaldo universal a cualquier procedimiento aplicado para desalojarlo del cargo. En esta atmósfera, Estados Unidos considera innecesario disimular sus gestiones en favor de una solución expeditiva. El subsecretario Shannon, que sostenía la posibilidad de que Maduro entrase en el carril democrático, fue renunciado, y el secretario Tillerson, gerente de un eficaz estilo arrollador en función conductora de la nueva política internacional estadounidense, ha completado un anillo de hierro en torno al régimen chavo-madurista. Vista la incapacidad del régimen para resolver obligaciones elementales como la de alimentar a la población, pudiera decirse que todas las condiciones están dadas para un cambio político por vía expeditiva. Pero nadie puede asegurar que el estamento militar venezolano está dispuesto a hacer lo que Tillerson ha sugerido y el Partido Republicano, gobernante en Estados Unidos, ha solicitado a través del senador Marcos Rubio, su portavoz en el tema.
Siempre es posible que la inminencia de su catástrofe a última hora obligue a un cambio de actitud en el Gobierno, especialmente en el aspecto de unas limpias elecciones presidenciales que la Oposición perdería solo si se presenta a ellas absolutamente dividida, lo cual no es improbable. Por el momento, el madurismo acelera los preparativos para unas elecciones a su manera, substituyendo al PSUV por un partido (Somos Venezuela) de cuyo nombre se ha eliminado la palabra socialista. Se trata de ahuyentar los temores de Occidente sugiriendo un cambio importante en el tipo de sociedad que se quiere instaurar. En vez del modelo cubano, adoptar el modelo ruso, híbrido de capitalismo y populismo en el cual los capitalistas son los jerarcas del partido gobernante asociados a las grandes corporaciones de Occidente. Parece fantasioso, pero es que Jorge Rodríguez, nuevo cerebro del régimen, es hombre de recursos. “Se resbala en lo seco y se para en lo mojao”, hubiera dicho mi abuela barloventeña.