-Lo de Henri Falcón es cosa seria, dije por ahí en tuiter. No pensaba en el personaje, sino en la coyuntura. La disputa entre los tres dirigentes (que líderes no hay) con posibilidad de encabezar una coalición que condujera el país hasta su recuperación, abrió la puerta al outsider que puede tranzar con todos los factores porque no está comprometido con ninguno. ¿Estados Unidos? En casos de juego trancado, como este, cuando los generales pierden el seso, ha utilizado a un sargento: Trujillo, Somoza, Batista. Hasta Noriega y Saddan Husseim. Aunque después tuviera que cargárselos.
Es posible que el problema político venezolano se encuentre hoy en un punto de inflexión desapercibido por los dirigentes de los partidos principales, cuya atención parece concentrada en una fatal rivalidad a propósito de una candidatura presidencial de la cual se van alejando mientras intercambian empujones y zancadillas.
El tema es desagradable por naturaleza, pero abordarlo resulta inevitable si se quiere ir al meollo de una situación que está cambiando sin que los jefes de los tres grandes partidos nacionales parezcan darse cuenta de ello. Ya es suficientemente ingrato hablar de sólo tres partidos cuando en la MUD hay veinte y por fuera andan otros que pretenden serlo. Pero lo cierto es que solamente Acción Democrática, Primero Justicia y Voluntad Popular reúnen las condiciones para considerarlos partidos de pantalón largo: votación importante en la última prueba electoral propiamente tal (parlamentarias de 2015), organización nacional presta para ir a elecciones mañana y un dirigente perfilado como candidato presidencial. Un Nuevo Tiempo reúne las dos primeras características, pero no la tercera, que es indispensable. Su candidato obvio, Manuel Rosales, se ha desdibujado como tal. Muy dentro de su estilo, esta semana Rosales hizo un anuncio multivalente, que permite varias interpretaciones, de las cuales, a los ojos y oídos de quienes bien lo conocemos, sobresalió la de que Un Nuevo Tiempo pudiera servir de estructura electoral para la sorprendente candidatura de Henri Falcón, cuyo potencial es mucho mayor de lo supuesto. Hay razones para pensar que el elástico sargento Falcón pudiera tener en la aventura nacional mayor fortuna de la que tuvo en su fallido intento de volver a gobernar el estado Lara. Que lo de sargento no sería obstáculo, aunque sea por el hecho de que eso o algo parecido fueron Trujillo, Somoza y Batista, quienes, siendo perfectos desconocidos, llegaron al poder en República Dominicana, Nicaragua y Cuba en situaciones de confusión y torpeza analogables con la actual venezolana.
De respeto humano es mencionar figuras nacionales que pudieran tener algún rol en una situación fluida, aunque parece improbable que cualquiera de ellas remonte la cuesta que les separa de una candidatura con posibilidades. El régimen podría habilitar a Henrique Capriles para complicar aún más el ya encaratado universo opositor, pero eso más bien agravaría el entredicho que a Capriles le hizo perder la representación que tuvo. Antonio Ledezma tiene prestigio personal, pero carece absolutamente del aparato imprescindible para capitalizar esta circunstancia, y la incómoda asociación con la llave anti-partido que forman Diego Arria y María Corina Machado, postura a la cual le obligó su circunstancia, destruyó la posibilidad de que Antonio fuera la solución en la tranca mencionada al principio de esta crónica.
La mayoría ululante no tiene conocimientos para percibir que Henri Falcón, con un competente equipo que evidentemente trabaja en su respaldo, ha dado un manotazo audaz al ocupar un punto favorable dentro de la confusión. Su posicionamiento le permite aspirar al rol de factor determinante en una alianza que lo mismo puede ser con el Gobierno que con la Oposición, o desarrollar el potencial que no le es propio pero del cual se ha apropiado al colocarse en el punto donde confluyen todas las corrientes de opinión: una oposición a la cual sus dirigentes no dan una señal cierta, un chavismo que se desagua hacia ese punto de confluencia donde Falcón se ha sentado y una mayoría neutra en disposición de entusiasmarse con cualquier solución distinta de Nicolás Maduro.
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De la manera como se está moviendo, Falcón puede ser o parecer la solución del problema para la mayoritaria opinión antichavista tanto como para el propio chavismo. De hecho, está ofreciendo a cada uno lo que cada uno más quiere. A los opositores -y me refiero al pueblo opositor y no a los dirigentes distraídos en la disputa por una botella que resulta estar vacía-, Falcón les ofrece un gobierno que soltará a los presos, aceptará la ayuda humanitaria y cuadrará con Occidente: ¡ojo con este punto! A los chavistas les promete dejarles escapar con lo pillado («No habrá persecuciones», dice): la anhelada impunidad que siempre he señalado como piedra de tranca en el juego político. Y, lo más importante, agentes suyos revolotean en Washington para garantizar amistosa aceptación de los deseos imperiales -de aquí mi referencia a los sargentos Trujillo, Somoza y Batista.
Este cronista no tiene por qué disimular una aspiración tan legítima como la de que no el próximo, sino los próximos presidentes de una nueva democracia salgan de los partidos políticos. El absurdo de unas elecciones sin partidos no puede ocurrírsele sino a eso que Betancourt llamaba los «niófitos», entendiendo por tales a quienes se han interesado en la política sólo bajo la presión de una circunstancia de penuria nacional, interés que desaparecerá apenas haya comida en sus platos.
Despreciando, como absolutamente desprecio, la cambiante opinión de quienes aman u odian a uno u otro político -quien en política ama u odia no es pueblo sino masa-, tanto como a quienes opinan por sus intereses personales o de éstos reciben paga para que así opinen, sostengo sin dificultad alguna, como se sostiene lo que es verdad meridiana, casi un axioma, que ese sujeto desagradable y arrogante que se llama Henry Ramos Allup, turco por los cuatro costados, es el más capacitado de cuantos hoy aspiran a la Presidencia de Venezuela. Nadie que sepa algo del tema puede negar esto de manera consistente en un escenario de entendidos. Casi con igual firmeza pienso que Ramos Allup, con todos los defectos que tenga o se le imaginen, es el mejor y lo haría bien. Ah… pero no será el elegido. Lo impide la determinación de gente con muchísimo dinero, por cierto mal habido, a quienes Ramos Allup ha amenazado. Tampoco lo será Julio Borges, a quien Ramos Allup sobrepuja en algo indispensable -la experiencia- que el tiempo habrá de emparejar, y en quien rápidamente se va asentando la personalidad de un estadista. De Leopoldo López muy poco digo porque de él lo único que aspiramos es que regrese a la calle, asiente sus aspiraciones cambiando la urgencia en permanencia y dé al país lo que en potencia lleva.
Igualmente considero que lo viable no sería que cualquiera de éstos o cualquier otro sea presidente a la manera convencional, porque nadie, menos Falcón hecho fenómeno, tiene base para gobernar solo. Lo viable sería una coalición de los grandes partidos nacionales para, abierta la puerta a otros concursos, conduzca al país hasta su total recuperación. Esto que es obvio no ha podido ser por la obsesión urgente de los más calificados, alentada por una mayoritaria opinión de medio pelo. Una obsesión presidencial narcisista y obstinada que abre paso a sorpresas como la que es motivo de esta crónica.