-A los venezolanos, su inmensa incultura política se la cultivaron la derecha y la izquierda, la derecha para mejor explotarlos y la izquierda para mejor manipularlos. Todo a punta de «carismas», discursos huecos, teleculebrones y gacetas hípicas.Es así como la opinión pública se convierte en un muestrario de retumbantes disparates adobados con groserías e insultos.
Esta degradación del ciudadano podría compensarse con tres pequeños manuales. Uno sobre Moral Y Cívica, para que el ciudadano conozca sus deberes y derechos, entienda qué y para qué son las leyes y por qué hay que cumplirlas, cómo funciona la administración pública y por qué es necesario que un presidente tenga experiencia en ella. Ese libro perjudicaría por igual a explotadores de derecha y demagogos de izquierda.
Otro manual le enseñaría al lector de la Gaceta Hípica a defender sus intereses en la economía capitalista donde está condenado a vivir -y menos mal, pues la alternativa propuesta, el socialismo, es imposible, porque la gente es mala.
Por último, un manual que le cuente la Historia como ella es, sin buenos ni malos, sólo con gobernantes que hacen lo que pueden y frecuentemente fracasan, casi siempre por debilidad íntima, falta de sentido filosófico, inexperiencia humana. La misma vaina, pues: ignorancia. En ese manual -fáctico, sin monsergas-, la gente por inducción aprendería, entre otras verdades, que un régimen como la actual oclo-cleptocracia venezolana no cae porque María Corina chille y Julio viaje, sino porque todo régimen se carcome por dentro: A los gobiernos no los tumban, sino que se caen.
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Veamos el rechazo a los chavistas que abandonan su error. Los «puristas», unos por enfermos del hígado y otros por ignorantes de la Historia, dicen que no debemos aceptarlos del lado acá. Con ese criterio el chavismo se eternizaría, porque el año 2.000 casi el 90% de los venezolanos adoraban a Chávez y quienes disentíamos éramos unos leprosos. Si ahora eso se volteó, ha sido porque hubo disidencias y conversiones anónimas, no siempre conspicuas como la del general Rodríguez Torres.
Niñas como María Corina y niñatas como «Beili» dicen por ahí que a los militares disidentes hay que rechazarlos. La Historia dice otra cosa. Según ella, a Cipriano Castro, quien nos escarneció no sólo provocando la intervención extranjera sino exhibiendo su cursilería, lo sacó su segundo, el general Gómez. Cuando a Gómez se le reventó la próstata, órgano democrático que ya había derrocado a Don Cipriano, el cambio hacia la civilización lo hizo quien fue su general de mayor confianza, su ministro de Guerra y Marina (como entonces se llamaba el de Defensa), Eleazar López Contreras. A Medina lo sacó el mayor Pérez Jiménez y a Pérez Jiménez lo sacaron sus oficiales medios con la venia de sus generales, que estaban gordotes. A Chávez lo sostuvieron sus compañeros de armas, quienes ahora no quieren a Maduro. No hay que meterse en eso.
Los cambios se producen no cuando «las políticas» chillan y «los políticos» viajan, sino cuando se acaban los reales y los militares les retiran su apoyo al gobernante. Quienes derrocan no son los opositores eternos -como este servidor- sino los disidentes y los conversos. Eso hay quien no lo sabe y por eso necesitamos el librito que les digo. Y los otros dos.