Ante la masacre de Valencia no podemos permanecer impasibles. Debemos ganar músculo ético, como dice Adela Cortina, para buscar una solución eficaz con altura humana.
Señalan los expertos que el respeto a los derechos humanos de una sociedad se mide por el estado de las cárceles y la sensibilidad de la sociedad ante la realidad penitenciaria. El miércoles santo, día emblemático por la devoción al Nazareno, perdieron la vida un número considerable de personas recluidas en una comisaría policial, no en una cárcel, en Valencia. Llama la atención, en primer lugar, lo escaso, tardado y confuso de la información. En segundo lugar, hay que preguntarse si ante un motín o revuelta la manera de sofocarlo es permitir o coadyuvar a que se produzca una masacre de decenas de personas. En qué condiciones estaban, qué motivó el que se produjera un hecho que a primera vista (según los informantes) se debe al hacinamiento, las condiciones infrahumanas, el hambre, etcétera, de los recluidos.
No podemos quedar impasibles ante hechos como éste, que en tiempos cercanos se han producido en otros centros de reclusión del país. Los testimonios que a diario llegan a las puertas de las iglesias pidiendo ayuda para sus seres queridos sometidos a una tortura inhumana, son numerosos. Duele más que no sólo es un reclamo a las autoridades sino a los familiares de algunos de ellos que se desentienden, por las razones que sean, de sus seres queridos. No podemos dejar que la insensibilidad se apodere de nuestros espíritus y que esta horrible realidad no nos afecte. Si perdemos un mínimo el norte de lo que significa cuidar la vida, no sólo la propia o de los seres cercanos, sino la de cualquier ciudadano, vamos por un despeñadero, en el que de verdad, la vida no vale nada.
Ante todo ello se impone la pregunta ¿qué hacer?, y la respuesta más sensata es que debemos ganar músculo ético para que se puedan evitar esas cosas. “Para ganar músculo ético es necesario quererlo y entrenarse, como el deportista que intenta día a día mantenerse en forma para intentar ganar limpiamente. Con eso no se solucionarán todos los problemas, pero sí estaríamos mejor preparados para buscar en serio soluciones con altura humana y ponerlas en marcha” (Adela Cortina).
No podemos perder los valores que le han dado lustre al gentilicio venezolano: la acogida, el perdón, la búsqueda de solución rápida a cualquier conflicto sin pisotear los derechos de los demás. Nos están acostumbrando a que quien tiene la fuerza y el poder puede obrar impunemente. Esta postura genera mayor injusticia e inequidad. Todo preso tiene las mismas prerrogativas y derechos de cualquier ciudadano, y por ello, la reclusión que es la negación de uno de esos derechos, debe solucionarse expeditamente.
No nos acostumbremos a la injusticia. No cohonestemos conductas que pisotean a los más débiles o desasistidos de la sociedad. No hay justicia posible sin un equilibrio humano, misericordioso, para que quien ha delinquido, si es el caso, pueda reintegrarse sanamente a la sociedad. De lo contrario, nuestras cárceles son antros de perdición y escuela de resentimientos y odios que conducen a la violencia y la muerte. Todos tenemos derecho a una vida plena y digna, y es tarea de todos construirla.