-En los clanes políticos del mundo actual, el gobierno de Maduro nunca cambió de bando, mientras que la oposición ni siquiera ha logrado conformar un solo cuerpo, para unirse al poderoso clan contrario, el de los demócratas.
Vamos al pasado. La característica de la segunda mitad del siglo XX en materia de partidos políticos, formó en los países democráticos dos bloques supranacionales, básicamente definidos como la centro izquierda – principalmente presente en la Internacional Socialista -, y los demócrata cristianos, reunidos en la Unión Mundial Demócrata Cristiana, o en partidos Social Cristianos, según se denomina cada quien en lo que popularmente era conocido como la centro izquierda y la centro derecha. Todavía hoy, en el Parlamento Europeo los dos grupos se enfrentan en las decisiones de fondo, votando de manera “supranacional”, priorizando su fuerza electoral conjunta, por encima del interés nacional de cada país miembro.
Paralelamente, en Estados Unidos, los dos partidos que se alternan en el poder según lo deciden los votantes, también son percibidos como la centro derecha (partido republicano) y la centro izquierda (partido demócrata). Sin embargo, en Estados Unidos igual como en Europa, ambos grupos son parte ineludible del gran clan mundial de los gobiernos que se rigen por una limpia democracia y cuya meta conjunta, unida y unitaria, es definirse como una sola fuerza frente a los enemigos del clan opuesto, el de las dictaduras.
Si retrocedemos en el tiempo y a la primera mitad del siglo XX, la división consistía en un frente internacional conjunto liderado por Alemania (con Hitler), Italia (con Mussolini), Portugal (con Salazar), Japón imperial y una larga cohorte de imitadores en países balcánicos, sin contar algunos asiáticos, todos ellos ferozmente nacionalsocialistas y dictatoriales. Fueron las décadas de cuando la división y las consecuentes alianzas se definieron en dos grupos que pelearon a muerte: de hecho, la II Guerra Mundial fue de las democracias contra las dictaduras nacionalistas. Ya sabemos en qué terminó aquello, con Hitler suicidándose en el búnker de Berlín y Mussolini tratando vanamente de escapar, huyendo por su vida.
Lo interesante de ambas épocas, es que ese tipo de alianzas, rebosan los gobiernos nacionales a tal punto, que el interés local suele ser supeditado a las metas conjuntas del “clan”, con todos sus miembros unido en un solo frente.
Pasemos ahora a la primera mitad del siglo XXI, del que apenas tenemos todavía inconclusas las primeras dos décadas. En este momento, nos aparecen la unión de intereses comunes de China, Rusia, Turquía (los tres con garantías de años de gobierno por el respectivo presidente para el próximo lustro… o indefinidamente). En ese grupo se apunta igualmente el variopinto universo latinoamericano reunido en el Foro de Sao Paulo, con Venezuela bajo Nicolás Maduro incluida.
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Diríamos que es la actual división donde por un lado estarían los países democráticos del mundo, versus dictaduras disfrazadas de democracia, conscientes de que no lo son, con gobernantes que intentan eternizarse en el poder.
Dentro de esa división cada día más visible, se desarrollará la Cumbre de Las América, a celebrarse en Perú los días 13 y 14 de abril, y donde el tema será “La gobernabilidad democrática. Frente a la Corrupción”.
Por mera casualidad – o quizás por la visión de algún político veterano – esa cumbre y ese tema ocurren cuando las dos corrientes en las que hoy se divide la política mundial, están en situación de complicados enfrentamientos en los principales países de América Latina.
Allí tenemos que en Argentina, pese al gobierno del profundamente democrático Macri, el juicio a Cristina Kirchner apenas empieza y promete rebotes de telenovela. En Brasil, sede del Foro de Sao Paulo que es el bastión comunista de Suramérica, la prisión del ex presidente Lula Da Silva sigue siendo un tema de convulsión nacional. Perú, donde el fantasma de Fujimori sigue vivo en la mayoría parlamentaria, es el país que recién cambió de presidente en un movimiento de prestidigitación política y donde la fuerza perentoria fueron los fujimoristas que no aceptarán perder en ese juego. Colombia tendrá que lidiar con unas FARC “pacificadas” que tampoco aceptarán caer en el limbo que les tiene deparado el electorado.
En cuanto a Venezuela, mayor caos difícilmente podría alguien imaginar. Se preparan unas elecciones con un CNE dispuesto a todo, siendo el “todo” lo que decida Maduro, y no los electores, porque la oposición ni se da por entendida en materia de defensa de los votos opositores. Millones de votantes de la oposición ya salieron o salen del país, sin importarles el día de elecciones. Lo más incongruente será que si el gobierno decide dejar que gane el opositor Henri Falcón, los demócratas se encontrarán en situación de reconocer esas elecciones cuya validez habrán negado de antemano. Sin embargo, no aparece ni una sola cabeza en la oposición, para tomar las previsiones en caso de que esta situación ocurra.
Una cosa está previsible – lo grueso de la población sometida al hambre, los que no tienen a nadie en la familia que le envíe dólares para comer y tampoco tienen la posibilidades de emigrar, votarán por Falcón, cuyo éxito o fracaso dependerá entonces, de lo que trame el Consejo Nacional Electoral obediente a Maduro.
Mientras tanto, los líderes de la oposición ni siquiera parecen percatarse que son parte de una división mundial, donde ellos aparecen como una minoría entre países gigantes de uno y otro bando. Son tan “minoría” en ese juego mundial, que su único medio para dejarse oír, es hablar de una sola voz.
Los únicos de la oposición venezolana que en este momento tienen legitimidad adquirida por el voto, son la directiva de la Asamblea Nacional y el alcalde Mayor de Caracas – los demás deben conformarse a apoyarlos porque su legitimidad quizás les llegará en futuros comicios, pero por ahora, ellos son y deben ser parte del coro en un solo escenario y una sola obra de teatro, obedeciendo a un solo director de orquesta. Que es cuando esa legitimidad, se la puede arrebatar Henri Falcón, dependiendo del clan al que se una.