Maduro no se ha limitado a abusar de sus víctimas cautivas dentro del territorio nacional, sino que ha atropellado a naciones como las que ahora en la Cumbre de Lima le hacen saber que los Estados serios no olvidan los agravios.
Aun disminuida la importancia y expectativas de la VIII Cumbre de las Américas por la inasistencia del Presidente Trump, evento del cual fue excluido Nicolás Maduro por manifestación expresa, entre otros, del Perú como país anfitrión, se anunció como tema principal del evento la «gobernabilidad democrática frente a la corrupción», asunto que ha constituido una imputación universal contra este régimen que por sus propios hechos ha sido casi unánimemente execrado de la comunidad internacional. De pensar que fue el chavomadurismo el inspirador de la agenda de la Cumbre. Maduro, en un rifirrafe inútil e indecoroso con el gobierno anfitrión, amenazando con su asistencia casi en plan de invasor pese al repudio, habría ocupado en el banquillo del evento el rol de acusado. Hubiese sido una excelente oportunidad para enjuiciarlo, ya no por un organismo específico de administración de justicia, sino nada menos que por la comunidad hemisférica.
Lo que le acontece a este régimen, no puede situarse exclusivamente en el presente período presidencial. Esta es la cosecha de la siembra que inició Chávez desde su llegada al poder y ha continuado con Maduro. Se trata del mismo régimen imputado por liquidar la democracia, irrespetar el sufragio popular y las instituciones que no controla, por ser autoritario y corrupto, violar la Constitución y los derechos humanos, generar ruina, miseria, colapso de los servicios públicos y provocar la expatriación involuntaria de millones de venezolanos.
Es también la zafra de una política internacional pleitista y omisiva a la vez, porque al tiempo que el régimen se queja de supuestas intromisiones, se inmiscuye de manera desparpajada y agresiva en los asuntos internos de otros países, financia partidos satélite para la implantación del funambulesco socialismo del siglo XXI o para desestabilizar gobiernos adversarios, trata de exportar el sainete tragicómico de la revolución bolivariana, abandona y traiciona cobardemente la reclamación histórica de nuestro territorio Esequibo, desnacionaliza nuestras riquezas con concesiones vergonzantes, hipoteca el presente y el futuro de generaciones con una deuda impagable, desguaza la industria petrolera y convierte en chatarra las empresas básicas de Guayana (que representaban algo así como el 30 o 40 por ciento del ahorro nacional, otrora productivas y sustitutivas del petróleo como generadoras de divisas y liberadoras de la monoproducción), haciéndonos ahora más dependientes y vulnerables que nunca ante el capital transnacional. Súmele a lo que ya es suficiente e insoportable, el hecho de que desde que el chavomadurismo llegó al poder, en algún momento ha tenido confrontaciones con todos los países de América, excepto con la parásita Cuba, y también en otros continentes. Es patética la lista de países y organismos con quienes el régimen ha tenido conflictos de diferentes intensidades: Estados Unidos, Canadá, México, Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Colombia, Guyana, Perú, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Antillas Holandesas, Trinidad y Tobago, Vaticano, España, Reino Unido, Alemania, Holanda, Francia, Italia, Bélgica, Israel, ONU, CEE, OEA, Comunidad Andina de Naciones, Mercosur, Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Corte Interamericana de Derechos Humanos, Interpol y agencias internacionales que combaten el narcotráfico y el terrorismo.
A esa política imprudentemente pleitista y aislacionista, agréguese la manía de procurarse aliados inconvenientes y enemigos innecesarios. Aliados inconvenientes al anudar relaciones con países parásito que para nosotros constituyen una carga en todo sentido y con otros que son en sí mismo conflictivos y permanecen en cuarentena en la comunidad internacional (caso Irán), con quienes nunca hemos mantenido ningún tipo de relaciones ni guardamos con ellos ninguna clase de afinidad vecinal, histórica ni económica. Y de ñapa, la guinda de la torta: los diplomáticos venezolanos no son profesionales de la diplomacia, sino activistas políticos devotos que cumplen las más disparatadas decisiones del régimen así perjudiquen al país. Algo así como el 90% del servicio exterior está cubierto por personal no diplomático: políticos y militares retirados; amigos ubicados en eternas vacaciones en países gratos; chance para distanciar parentelas estorbosas; chamba para que vagos y malentretenidos hagan cursos de cualquier cosa o aprendan otro idioma; trampolín para explotar negocios y representaciones ilícitas con inmunidad diplomática y pare de contar. No hablemos ahora de los problemas internacionales derivados de nuestra diáspora, que será tema para otros artículos en los generosos espacios de El Nuevo País.