El final del ciclo rojo

*La decisión de Argentina, Brasil, Paraguay, Chile, Colombia y Perú de abandonar una UNASUR (en declive inevitable); las fuertes protestas en Nicaragua y la represión por parte del presidente Daniel Ortega; la reelección del conservador Partido Colorado en Paraguay y las vicisitudes de la transición post-castrista en Cuba, marcan el visible final de ciclo político de las izquierdas populistas en América Latina.  En ese ciclo, es patente el aislamiento hemisférico del régimen de Nicolás Maduro, aunque bajo el salvavidas financiero de Rusia y China, las expectativas están cifradas en cómo quedará la izquierda regional y los aliados chavistas de cara a los próximos comicios presidenciales en Colombia, México y Brasil.

Por ROBERTO MANSILLA BLANCO

Corresponsal en España

El progresivo declive del legado del ex presidente Hugo Chávez no sólo se está observando en la Venezuela de su sucesor Nicolás Maduro, sino también a nivel regional. La Unión de Naciones del Sur (UNASUR), que el próximo 23 de mayo cumplirá una década de andadura, se ha visto recientemente fracturada con la decisión emitida el pasado 20 de abril por parte de los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Colombia y Perú de abandonar este organismo creado bajo el influjo de Chávez.

De este modo, la UNASUR, cuya presidencia pro tempore está actualmente en manos de Bolivia, probablemente el único aliado regional que le queda al chavismo, se ve inevitablemente abocada a una eventual desaparición anticipada. El contexto de cambios políticos hemisféricos ante el actual ciclo electoral está determinando este final de era para la UNASUR. Un diagnóstico similar se puede extrapolar a las otras dos propuestas impulsadas por Chávez para la integración hemisférica plenamente «autóctona»: el ALBA y la CELAC, ambos visiblemente opacados e inmersos en el ocaso.

La salida de la UNASUR de países estratégicos como Argentina y Brasil, históricamente los principales motores de la integración regional, demuestra este declive a todas luces inevitable. La UNASUR fue creada en 2008 bajo el influjo de Chávez, del argentino Néstor Kirchner y el brasileño Lula da Silva.

Pero diez años después, el panorama no puede ser más desolador para este organismo, huérfano de liderazgos capacitados o interesados en reconducirlo. Sus impulsores Chávez y Kirchner ya fallecieron y Lula está en prisión, inhabilitado políticamente. Los sucesores de Kirchner y Lula, los actuales presidentes Mauricio Macri y Michel Temer, refuerzan el tradicional eje geopolítico de integración establecido entre Buenos Aires y Brasilia para sepultar progresivamente la arquitectura de integración diseñada con anterioridad por sus predecesores.

Paralelamente, la UNASUR, así como la CELAC, el ALBA e incluso MERCOSUR, se han visto paulatinamente superados y polarizados por otras iniciativas de integración, en particular la Alianza para el Pacífico, impulsada a partir de 2012 por Chile, Perú, Colombia y México. Apostando por el libre comercio, esta alianza ha traspasado sus expectativas geopolíticas enfocándose estratégicamente en la región de Asia Pacífico, y particularmente China, epicentros del poder mundial que espera materializarse a partir de la segunda mitad del siglo XXI.

El ocaso de la UNASUR, el ALBA, la CELAC y el MERCOSUR ante el auge de nuevas iniciativas de integración global, también deja en el tapete la pragmática posición de China de erigirse como socio económico estratégico latinoamericano, sin someterse a ataduras de tipo político e ideológico.

Un ejemplo es el foro China-Alianza del Pacífico, que le permite a Beijing mantener su presencia regional ya anteriormente establecida con los foros consultivos que igualmente mantiene con la CELAC, la UNASUR y el ALBA y que pueden verse opacados ante el paulatino declive de estos organismos.

Por otro lado, los cambios también se han dejado sentir en Washington, con obvias repercusiones hemisféricas. El año de la creación de la UNASUR, en 2008, significó también la llegada al poder de Barack Obama, cuya tangencial apertura hemisférica, particularmente hacia la Cuba castrista, significó una alteración de las políticas de Washington.

Diez años después, el legado de Obama está siendo desmantelado por su sucesor, Donald Trump, quien ha vuelto a focalizar el imperativo geopolítico de Washington de mantener su influencia regional sin ánimos aperturistas hacia regímenes como el cubano, el venezolano e incluso el boliviano.

Paraguay y Nicaragua

La crisis de la UNASUR es sintomática al declive político de las izquierdas populistas o progresistas que dominaron el ciclo político y electoral regional durante la década anterior.

La ajustada victoria conservador Partido Colorado con Mario Abdo Benítez en las elecciones presidenciales paraguayas del pasado domingo 22, confirma al oficialismo «colorado» en el poder para un nuevo período presidencial. Esta victoria «colorada» contuvo el ascenso del candidato liberal Efraín Alegre, apoyado también por varios frentes de izquierdas entre los que se encontraba el ex presidente y aliado del chavismo, Fernando Lugo.

Paraguay se ha convertido en un fuerte destinatario de inversiones por parte de Argentina y Brasil, lo cual traduce la implicación de Asunción dentro del eje geopolítico trazado por Buenos Aires y Brasilia. Desde la caída de Lugo en 2012, su sucesor «colorado» Horacio Cartes ha sido un duro detractor del «chavismo», alejando a Paraguay de la órbita de influencia de Caracas en organismos como la UNASUR y vetando el ingreso venezolano en MERCOSUR.

Con todo, es la crisis que actualmente atraviesa Nicaragua la que puede significar un ejemplo sintomático del declive de los aliados regionales del «chavismo». Las protestas que desde la semana pasada se llevan a cabo en Managua y otras ciudades del país por la reforma del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social, han llevado a decenas de muertos y una fuerte represión por parte de los organismos de seguridad estatales.

Esta crisis deja en una difícil posición al presidente Daniel Ortega, quien junto con Cuba y la Bolivia de Evo Morales se constituyen como los únicos aliados que les queda al chavismo al nivel hemisférico. Ortega ha caído en el descrédito con esta crisis, tuvo que dar marcha atrás a la polémica reforma social que implicaba mayores tasas de pago para la jubilación y ha llamado a un diálogo nacional en el que pocos creen, tomando en cuenta su inalterable concentración en el poder y un autoritarismo que asfixia a los sectores independientes desde que volvió a la presidencia en 2006.

Algunos analistas han visto leves paralelismos entre las protestas de Nicaragua de 2018 con las vividas recientemente en la Venezuela de Maduro. Como en el caso del actual presidente venezolano con el chavismo, Ortega ha pasado página del pasado sandinista, únicamente enfocado en el mantenimiento de su poder y su riqueza personal.

No obstante, la Nicaragua de Ortega, también miembro del ALBA y ocasional entusiasta de la arquitectura de integración diseñada por Chávez, ha logrado mantener cierto equilibrio de intereses con respecto a sus aliados chavistas, en particular Venezuela, Cuba y Bolivia, pero también con EEUU, China y Rusia.

Con una oposición acosada desde el poder judicial, está por ver si esta crisis provoca un descontento in crescendo en Nicaragua que eventualmente polarice y fracture al régimen personalista de Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo.

El ciclo electoral

El declive del legado hemisférico del chavismo también se hizo patente con la creciente «descorreización» presente en Ecuador desde que Lenin Moreno asumió la presidencia en febrero de 2017. Así como el «post-chavismo» de Maduro, el «post-correismo» de Moreno crea una fractura insuperable con su antecesor Rafael Correa, entusiasta aliado chavista y quien fue,  junto a Evo Morales, el único defensor regional del presidente Maduro hasta su salida de la presidencia.

Por ello, este declive sintomatizado con la fractura que se está viviendo en la UNASUR gravitará con especial atención en los comicios presidenciales a celebrarse en mayo próximo en Colombia, en julio en México y en octubre en Brasil.

El avance de las preferencias electorales del candidato «uribista» Iván Duque en Colombia supone un fuerte golpe a las aspiraciones del izquierdista y simpatizante chavista, Gustavo Petro. No obstante, resulta palpable que Duque no ganará con mayoría absoluta, abriendo una segunda vuelta donde Petro buscará las alianzas con candidatos de centroizquierda que le podrían reportar una posible victoria en segunda vuelta y un incierto gobierno de coalición en Bogotá.

La polarización colombiana es menos visible en el ámbito electoral mexicano. El izquierdista Andrés Manuel López Obrador avanza en las preferencias electorales, lo que lo puede catapultar a una victoria en la primera vuelta de julio. En caso de no obtener la mayoría absoluta en la primera vuelta, las cábalas postelectorales se enfocarán en qué harán sus dos principales contrincantes, el centrista Ricardo Anaya y el candidato del gobernante PRI, José Antonio Meade.

Por su parte, en Brasil, la caída de Lula ha dejado huérfano tanto al «lulismo» como al otrora gobernante Partido de los Trabajadores (PT) y a una izquierda brasileña atomizada y fragmentada. El panorama parece así servido para candidatos derechistas y liberales como Joao Doria y el radical Jair Bolsonaro, este último un extremista simpatizante de Trump.

En perspectiva geopolítica, Maduro espera que la izquierda lograra las victorias presidenciales en Colombia, México y Brasil para intentar recrear una especie de frente de izquierdas regional que le permitiera superar el aislamiento hemisférico. Pero este escenario no es a todas luces probable, incluso en caso de victoria de López Obrador en México o de un posible gobierno de coalición de Petro en Colombia.

Finalmente, la histórica e institucionalizada transición post-castrista en Cuba, escenificada la semana pasada con el nombramiento de Miguel Díaz-Canel como presidente del Consejo de Estado y de Ministros y sucesor de Raúl Castro, deja otro escenario abierto en el epicentro de irradiación de la izquierda latinamericana.

Sin soltar amarras en Venezuela, donde Cuba manifiesta una pesada esfera de influencia, Díaz-Canel estará concentrado en dos aspectos principales: en los avances de las reformas socioeconómicas que le permitan legitimarse ante la población cubana: y en las incertidumbres suscitadas por la ruptura de la apertura de Obama hacia Cuba por parte de la administración Trump. Ello implica que Cuba entrará en una fase calculada de cierta opacidad política y de ralentización en las reformas, factores igualmente determinados por los efectos de la crisis venezolana (particularmente en la economía cubana) y el intenso cambio de ciclo político hemisférico.

Diez años después de la creación de la UNASUR, el legado de Chávez se va desvaneciendo hemisféricamente ante las evidencias de autoritarismos, corrupción y crisis económica que se ha traducido como herencia de sus políticas. Por ello, el declive de UNASUR es sintomático del declive de las izquierdas latinoamericanas, polarizadas ante el ciclo conservador y reaccionario que actualmente vive América Latina.