Por Elizabeth Burgos
*Los improperios del canciller venezolano en la OEA siguen el manual cubano que conoce a fondo el canciller chileno, Roberto Ampuero, quien le dio la réplica en conocimiento de causa.
El nombre del canciller de Chile, Roberto Ampuero, ha cobrado fama en Venezuela tras su contundente respuesta al canciller de Venezuela, Jorge Arreaza, durante la Asamblea General de la OEA celebrada este reciente 6 de junio.
La respuesta de Ampuero la suscitó la intervención del representante del régimen de Maduro, quien, repitiendo al caletre la lección que le impartieron los expertos cubanos, “para prepararlo a enfrentar a ese vendido”, se valió del insulto, la deslegitimación, la búsqueda de humillar y la calumnia, contra el gobierno del presidente Piñera, representado en la Asamblea por su canciller.
Esa manera de dirigirse a opositores o a indóciles de su sistema totalitario, es el que Fidel Castro siempre empleó en circunstancias similares. Fidel Castro siempre se refirió a la OEA como al “Ministerio de colonias”, y a sus representantes, “lacayos del imperio” y ello en nombre de la “dignidad”. “Dignidad” para Fidel Castro, como ha quedado demostrado en los varios decenios que duró su reinado, fue la máscara que sigue imperando en Cuba y ahora en Venezuela, para instaurar un modelo totalitario de gobierno que requiere la docilidad absoluta de los ciudadanos. Para ello, el método más certero es acudiendo al impulso de sobrevivencia, a la preservación de la vida que puede llevar al ser humano a romper con la ética y las normas de la moral. Es por ello que el hambre es el método más certero para obtener esa docilidad indispensable a la pervivencia de unos poderes vitalicios.
El propósito que hoy persigue Venezuela es lograr su expulsión de la OEA, al igual que Cuba que fue expulsada en los años 1960: expulsión que tuvo lugar bajo el impulso del gobierno de Rómulo Betancourt, al presentar las pruebas de la injerencia armada de Cuba en el país. Su expulsión convertirá a Venezuela en “víctima del imperio”. Esto lo ha comprendido muy bien el Secretario General de la OEA , Luis Almagro, quien en mensaje dirigido a Nicolás Maduro, tras haber recibido de Venezuela y de los gobiernos cómplices la condición para negociar las propuestas planteadas por la OEA de que Almagro renuncie a su cargo, sabe que “su voz es una pesadilla para el régimen que oprime a los venezolanos” y puso también sus condiciones para renunciar. Condiciones que el régimen de Caracas no puede aceptar porque de hacerlo, dejaría de ser lo que es, y dejaría de ser poder.
Venezuela debe permanecer en la OEA para que escuche los reproches de quienes representan los valores de la democracia y se le niegue la posibilidad de actuar como un pirata fuera de la ley, como lo ha hecho Cuba hasta ahora. Debemos recordar que mientras el Secretario General de la OEA fue el chileno identificado con el régimen de Chávez, José Manuel Insulza, al gobierno venezolano no le molestaba formar parte de dicha organización.
El insulto, la calumnia, la deslegitimación, son armas con las que en muchas ocasiones el castrismo ha logrado vencer, o neutralizar al interlocutor. Seguramente Jorge Arreaza, no imaginó el talante del canciller chileno. Probablemente imaginó que como diplomático adoptaría el perfil neutro y distante que suele acompañar a quienes desempeñan esa profesión. Que respondería con un discurso poco complaciente – eso no lo ignoraban los expertos cubanos que lo “prepararon” -, pero nunca que se enfrentaría al autor de Nuestros años verde olivo” que seguramente Arreaza no hizo el esfuerzo de leer.
A Ampuero lo inspira su talante de chileno para quien la democracia forma parte de su estructura mental; es alguien para quien la convivencia cívica precede toda doctrina política; para quien oponerse al debilitamiento sistemático del desarrollo de la democracia como lo ha hecho el castrismo desde hace sesenta años, es la tarea principal de los demócratas latinoamericanos.
De allí que me llame la atención, que en las opiniones sobre Ampuero que desde hace tres días circulan con profusión en las redes sociales, haciéndose eco de su labor de escritor, no se mencione con mayor énfasis, el primer libro que lo lanzó a la fama. Su novela autobiográfica en la que narra su experiencia de los años que vivió en Cuba como exiliado tras el golpe del general Augusto Pinochet. De esa experiencia, podría decirse como dijo José Martí a propósito de Estados Unidos: “He vivido en el monstruo y conozco sus entrañas”. Ampuero, militante comunista, andaba por los veinte años cuando se vio obligado a abandonar Chile y sumarse a los miles de compatriotas obligados a exilarse. Como comunista, por supuesto se le facilitó refugiarse en una de las “patrias” del comunismo; en Alemania del Este. El hecho de contraer matrimonio con una joven cubana, hija de un alto funcionario de la oligarquía de su país, le permitió conocer las entrañas desde la cima misma del monstruo.
El libro de Ampuero, Nuestros años verde olivo , es un testimonio en forma novelada, pero para quienes hemos conocido las “entrañas del monstruo” percibimos sin dificultad las situaciones y personajes que encarnan la obra. Ampuero con sus veinte años, y gracias a su inteligencia y a su sensibilidad democrática, que para los chilenos forma parte de su estructura genética, él, que venía huyendo de una dictadura, pese a formar parte de la corte castrista se dio cuenta de la dimensión totalitaria del régimen. Y en lugar de adaptarse, como lo hizo la elite chilena exiliada en Cuba, pues no le concernían las humillaciones que sufría el pueblo cubano, Ampuero optó por testimoniar y denunciar la impostura del régimen.
Si bien su compatriota Jorge Edwards, – y no es casual que también se tratara de un chileno, publicara en 1973 su célebre libro Persona no grata sobre su experiencia de pocos meses como embajador de Chile en La Habana en representación del gobierno de Allende -, reconstruye el sistema de control de los servicios de espionaje cubanos, también Nuestros años verde olivo de Ampuero es un recorrido por las entrañas íntimas del monstruo: de sus métodos, de sus sistema perverso de relación de la élite entre sí; un sistema endogámico que logra la cohesión de la corte. El personaje, padre de la joven cubana con la que Ampuero contrajo matrimonio, para los conocedores de la intimidad del castrismo, es el personaje que ofició de fiscal de los Tribunales Revolucionarios Cubanos, al que se le adjudican más de mil muertos, lo que le valió el mote que se ganó en la población cubana, “Charco de sangre”. A Fernando Flores Ibarra, Fidel Castro lo mantuvo siempre alejado de Cuba puesto que aquilataba el odio de las familias de los fusilados, nombrándolo embajador en capitales importantes como Moscú o París. Imagino el golpe que sufrió el joven chileno de 20 años, al enterarse de la historia de su suegro y de allí continuar adentrándose en la verdadera historia de la “revolución cubana”. Por supuesto que tras de la publicación de su libro, Ampuero fue calificado de “agente yanqui” por su ex-suegro.
La lectura de Nuestros años verde olivo debería ser una tarea para los venezolanos que todavía siguen sin comprender la naturaleza de la dictadura a la cual se enfrentan. Esa obra de Ampuero, posee el mismo impacto que “1984” de George Orwell.
Debería también leerse, Persona no grata, de Jorge Edwards.