Foto: Moncloa

Plasmando la (in)comunicación del Gobierno Sánchez

Por.- Alberto D. Prieto

Llegó Pedro Sánchez a la Moncloa con el inicio del mes de junio, por lo que es muy fácil calcular el tiempo que lleva sin someterse a una rueda de prensa como dios manda, exactamente 45 días hasta este domingo, todos desde entonces. Las cosas se pueden hacer bien o mal. Y, en todo caso, hay matices: no es lo mismo descuidarse que elegir mal; incumplir es peor que decepcionar, porque implica un desapego a un compromiso explícito; pero cuando has basado tu presunto éxito en mostrarte como el adalid del juego limpio y la transparencia, no te sorprendas si alguien plasma esto como un pitorreo.

Uno cree que el presidente debe de estarse guardando para algo bueno. Ya ha demostrado su equipo de comunicación cierta audacia, incluso en el riesgo y el error, probando distintos modos de apuntalar la imagen del jefe del Ejecutivo. Un día nos desayunamos con el Sánchez que madrugaba para hacer running por los jardines de la Moncloa y que tomaba aliento acariciando a su perrita en la escalinata principal, donde recibió el lunes pasado al president catalán, Quim Torra; otro nos filtraron unas fotos de portada de cassette musical de los 80, con el líder gastando gafas de sol mientras departía con su equipo de confianza dentro del avión oficial; y después nos regalaron un collage por Twitter compuesto de primeros planos de su «determinación» como prócer de la patria –es decir, de sus venosas manos gesticulantes–.

Todo eso fue mientras la selección, mal que bien, avanzaba en el campeonato mundial de fútbol. Con el pueblo entretenido se podían probar cositas, porque siempre hay una previa o un postpartido para despellejar al portero sin manos, al delantero sin goles o, incluso, al árbitro sin arrestos para pitar un doble penalti contra Putin en octavos de final.

Pero ha sido después de que España se pegara la gran galleta contra el combinado ruso durante 120 minutos de sopor en Sochi —balneario de los zares— cuando la maquinaria gubernamental de propaganda ha desembalado la versión patria de lo que, antes del fútbol, Marx definió como el opio del pueblo: la religión, la fe en que hay una España moderna frente a la rancia. Porque en este país no hay credo más arraigado que el que se profesa contra el prójimo. Sobre todo, si encaja en un estereotipo.

Somos una nación cainita en la que ya sea por envidia, revancha o complejos mal curados, pocos se sienten libres de balar fuera del redil. La sociedad española es el terreno más abonado que conozco para azuzar a las masas a que se enfrasquen —y se pierdan— en un debate vacuo.

Así, viendo que al dictador Franco no lo van a poder sacar del Valle de los Caídos [como decíamos aquí] porque sus deudos se niegan a hacerse cargo del ataúd y su contenido, el Gobierno se ha sacado de la manga liarnos con una versión orwelliana del observatorio por la igualdad. Resulta que en nombre del feminismo van a preferir el parche a la reparación y, en lugar de estudiar bien qué se debe hacer para solucionar las causas de tener una sociedad todavía muy machista, van a sancionar sus efectos.

Uno podría pensar que siendo un Ejecutivo con menos de dos años para dejar su impronta, tienen prisa por entrar en los libros de historia y, así, han decidido reformar el Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal para que un piropo pueda ser delito tipificado como abuso sexual y pretenden que las leyes culpen a todo varón que no lleve al juicio en su defensa un “consentimiento explícito” de la hembra que lo ha denunciado por violación. Lo ha dicho la vicepresidenta y ministra de Igualdad, Carmen Calvo: “Todo lo que no sea ‘sí’ es ‘no’” y todo lo que no lleve “un ‘sí’ explícito de la mujer” deberá ser considerado “agresión sexual”.

Más allá de que la propuesta no tiene un pase en lo jurídico —¿la ley debe diferenciar la tipificación de un reo en función de si es hombre o mujer?—, es que tampoco lo tiene en lo humano —a ver quién va a ir siempre con un contrato tipo en la cartera como el que lleva condones por si esa noche la cita se corona con un ‘sí’ explícito—. Pero es que además el planteamiento es profundamente machista, o digamos rancio, por muy moderno que quiera presentarse el Gobierno que lo propone. Y es que sólo contempla relaciones, consentidas o no, entre un hombre y una mujer. Únicamente en ese caso se agravaría el tipo delictivo, lo cual dejaría al varón heterosexual en una posición de indefensión que no encaja en el artículo 14 de la Constitución Española, el que dice que los españoles somos “iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión…”

Nos embolican en prestidigitaciones de un problema social que nada tiene que ver con las ideologías. Es verdad que en España la igualdad de género se limita a lo que está escrito en el papel de las leyes, tanto como que no es culpa ni de la derechona facha ni de los rojos de izquierdas. Jugar con eso es mezquino, pero ciertamente muy rentable términos de dialéctica política. Porque se fuerza al rival a discutir sobre un asunto indiscutible con propuestas tan peregrinas que el ruido de las reacciones oculta otras cosas que también están pasando. Y éstas sí son realmente políticas, opción ideológica, posición estratégica de poder.

Si uno cree que Sánchez está guardando su largamente postergado debut en rueda de prensa para cuando tenga algo bueno que contarnos, como decía más arriba, parece claro que no será pronto: porque mientras este periodista se ha visto obligado a dedicar el meollo de su artículo en analizar lo mal que ha afrontado el Ejecutivo un asunto en el que podía liderar una posición de absoluto consenso, el Gobierno nos ha colado doblada una subida de impuestos de 5.000 millones de euros, el incumplimiento de los compromisos de déficit público, el acercamiento de presos terroristas al País Vasco, y la consolidación del adoctrinamiento independentista al apoyar sin matices el sistema educativo que se aplica en Cataluña.

En alguna de esas cosas uno podría hasta estar de acuerdo, en otras querría un debate público bien argumentado para tomar posición, y de las demás sólo se puede decir que se veían venir —en asuntos de gasto público, el PSOE suele preferir el parche de subir impuestos a la reparación de ver cómo invertirlos mejor—.

Pero el caso es que se ha preferido la polémica al trabajo serio y sin dar explicaciones de lo mollar, así va la política de (in)comunicación de Sánchez. Es curioso que se denostó a Mariano Rajoy por comparecer en sus peores momentos a través de un plasma y que Pedro Sánchez se limite a juegos de manos en Twitter incluso en el momento de su recién estrenada gloria. Es una decepción que el presidente de “la gente” no comparezca ante los profesionales depositarios constitucionales del derecho a la información de los ciudadanos, reconocido en el artículo 20.d. Es incoherente, una mala elección y, sobre todo, empieza a ser un pitorreo.

 

Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO.