Por Alberto D. Prieto
Si eres de derechas eres culpable. Esto es así. Al menos, aquí. Y culpable de todos los males que en España han sido, que no hay patria gloriosa en los planes de estudios sino una retahíla de caciques que fueron impidiendo la llegada de la modernidad. Mientras que de lo del siglo XX se encarga el cine, que ya no hay género bélico, sino tres décadas seguidas de cintas que tratan de que los republicanos ganen aquella Guerra Civil de hace 80 años.
A mí, que no soy de derechas ni por estribor, hay una izquierda rancia en mi país que me empuja cada vez más a defender a los que ellos llaman fachas. Y ya me estoy cansando. Porque hay demasiado tipo con micrófono o teclado dispuesto a decir qué puede o no hacer un político de derechas y qué se considera o no ser un demócrata: por supuesto, un demócrata ha de ser de izquierdas, y republicano, aunque sea con vergüencilla porque acepta la monarquía que está en la Constitución. Y es que si no, tu país no es éste, sino la España que echó a los exiliados de la guerra.
Ha ganado Pablo Casado (Palencia, 1981) la presidencia del Partido Popular este sábado. Es el primer líder del PP nacido en democracia, y aun así ya le cuelgan una mochila cargada de las piedras de las mismas eternas trincheras.
Me pasé las primeras dos décadas con derecho a voto yendo religiosamente al colegio electoral a recoger sólo el sobre y a meterlo vacío en mi urna. No hallaba ningún partido que me representara. Malditos jesuitas que me criaron con conciencia crítica, y jodidos genes difíciles de satisfacer que me legaron mis viejos. Me consideraba un agnóstico de la política, pero un agnóstico con ansias de creer, de ésos que entran lo mismo en una iglesia que en una mezquita, de los que leen el ‘Siddhartha’ de Herman Hesse buscando lo mismo que en ‘El último judío’ de Noah Gordon. Hasta que descubrí que ser agnóstico en esto de la política quería decir que debo de ser liberal.
¡Sin ideología! ¡Sacrílego!… Me costó salir de mi armario. En España no es fácil ser liberal, entre otras cosas, porque no está muy claro qué es. Ni aquí ni en ningún sitio. Pero no tener rebaño ni balar a coro cuesta horrores. Luego me di cuenta de que somos muchos, pero que casi todos se refugiaban en las siglas —militando o votando— de los dos grandes partidos. “El alma pragmática del PSOE”, les dicen, “unos fachas”. O “los progres del PP”, les señalan, “submarinos socialdemócratas”.
Siempre he creído que hay un problema con las ideologías cuando se convierten en el libro sagrado al que hacer caso en todo caso. Me lo demostró Aznar yendo a la guerra de la mano de Bush en las Azores cuando lo de invadir Irak, y también Zapatero empeñado en hallar la “salida social a la crisis”, es decir aumentando el gasto hasta el infinito y más allá para hacer obra pública inútil que sólo creó empleo precario y un agujero de deuda que aún hoy nos lastra las cuentas.
Y es que la ideología siempre me pareció una consecuencia, no una causa por la que luchar. En cuanto tienes alguien con alma de líder y le dejas un par de buenos libros te junta unos cuantos principios en tres o cuatro eslóganes y ¡zas! ya te ha creado un movimiento nuevo. Y si éste triunfa en el momento adecuado de la historia, ¡ya está! te parió una ideología. Y esto es tan así como que hicieron falta un par de libros de Marx y Engels para que los leyera Lenin y éste enarbolara la bandera que millones de rusos esperaban para reconocerse proletarios, por ejemplo.
Yo prefiero los principios. Poquitos y claros. Y eso me deja libre para reconocer lo bueno y lo malo de cada filosofía política y, sobre todo, lo adecuado o inadecuado de aplicarla en tal momento de la historia y en tal sitio del globo o del país. Decía que me pasé 20 años votando en blanco y viendo que me gustaban cosas de los unos y de los otros, y que despreciaba con igual ahínco actitudes de los otros y de los unos. Pero que a ambos los podría apoyar en un momento dado —confieso que hubo un par de candidatos, de uno y otro lado, que lograron sacarme de mi agnosticismo hasta que me decepcionaron—.
Pero siempre me preguntaba por qué no había un partido en mi país con gente como yo. Para ésos que no tenemos ideología, que simplemente adoramos la política, las ganas de hacer bien las cosas, de generar riqueza a chorros y no dejar a nadie a atrás. Para ésos que sacamos la bandera azul con estrellitas emocionados por el invento europeo y leemos para aprender de las desgracias que no vivimos: que nuestro continente, nuestro país, nuestros abuelos… se mataron hasta que un día nuestros padres se pusieron de acuerdo en remar todos juntos. Y en escucharse.
Este sábado ha habido un periodista que, en su Twitter, le ha negado el derecho a Pablo Casado a citar en su discurso como nuevo presidente del PP a Antonio Machado. Porque el poeta murió en 1939 en el exilio francés tras el alzamiento militar que dio pie a la Guerra Civil. Cuando al poeta lo enterraron en Colliure, no habían nacido ni los padres de Casado. Y su abuelo era republicano…
Es curioso cómo durante la campaña para elegir al nuevo líder, Casado ha apuntalado parte de sus mensajes fuerza diciendo que “no hay nada más progresista” que tal o cual, y su contrincante Soraya Sáenz de Santamaría presumía de representar el ala “más social” del partido. Ambos, más o menos, caían en la trampa de esa izquierda intransigente que es culpable de culparlos.
Así que yo, harto como estoy, seguiré con mis principios, poquitos y claros. Me seguiré quedando en medio, me mantendré en mis trece de que las ideologías son simplificaciones armadas por tipos listos, y permaneceré atento para ver a quién puedo votar cada vez, que ahora hay más opciones. Aunque los de Ciudadanos, claro, también son culpables. Por oportunistas, al ser capaces de pactar con unos y con otros. Y también por veletas, al estar dispuestos a cambiar de opinión.
¡Como si eso fuese un mal, ay!
Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO