Por J. Gerson Revanales
***En épocas pasadas fueron los conquistadores quienes llegaron cambiando espejitos por oro; hoy Maduro quiere cambiar oro por papelitos.
Con la vetusta adivinanza con que de niños nos divertíamos, el gobierno intenta seguir metiéndoles mano al bolsillo a los venezolanos. En épocas pasadas fueron los conquistadores quienes llegaron cambiando espejitos por oro; hoy Maduro quiere cambiar oro por papelitos; mientras el Ministro de la Defensa supuestamente anuncia una nueva reestructuración de los sueldos de las Fuerzas Armadas. Será que piensan que somos unos tontos como dice la vieja adivinanza.
Mientras tanto, a la fotocopiadora del BCV se le acabó el papel y la tinta para imprimir la inflación, porque desde hace un tiempo para acá el régimen no haya la forma de exprimirle el bolsillo al pueblo que una vez creyó que con el socialismo de pan y circo se iba al mercado.
Un informe de una prestigiosa universidad revela que a casi un año de haber salido al mercado el criptoactivo del régimen, solo cuenta con 27 transacciones, lo cual lo hace casi inexistente. Pero la cuestión es más grave. El neo-paquete cubano con que nos quiere empalar el régimen sin mantequilla ni vaselina a semejanza de como lo hizo Vlad Tepes, mejor conocido como el conde Drácula con los turcos, tan solo busca acabar con lo poco que queda de la libre empresa.
El paquetazo está conformado por una serie de medidas no de economía política, sino de una política económica que bajo el pretexto de enfrentar la supuesta “guerra económica”, en realidad lo que produce es una inflación inducida por el gobierno para justificar el perverso corralito que nos ha impuesto. Este paquetazo produce desespero, fuga de capitales, de cerebros, de venezolanos en una diáspora dolorosa para que al final se les denigre llamándoles “limpia pocetas”; pero pareciera que en la moral del gobierno es más honroso limpiar quebradas y autopistas con la Chamba juvenil, en lugar de ofrecerles ir a las escuelas técnicas que tanto falta le hacen al país.
La próxima semana la OEA está convocando a una reunión para tratar el tema de la diáspora y sus efectos en la región; muchos países condenaron el decreto Obama cuando declaró al gobierno de Venezuela una amenaza para la región. Hoy, esa amenaza se hace realidad y afecta a muchos de esos países que hoy se sienten amenazados en su estabilidad, al rebasarlos la avalancha humana que llega a su fronteras en busca de la protección que gobiernos como el de Carlos Andrés le dieron a quienes eran perseguidos por las dictaduras sureñas: de la “hermandad de las espadas” y la Operación Cóndor en contra de quienes disentían de Pinochet en Chile; Vilela en Argentina; Castelo Branco en Brasil; Gregorio Álvarez, en Paraguay y en el Caribe las dictaduras de Fidel y Haití con Duvalier.
A confesión de partes, relevo de pruebas, no hay que avergonzarse de la diáspora. Ella es la prueba reina de que el socialismo del siglo XXI es una estafa; que las misiones son un fracaso y que millares de venezolanos se encuentran indefensos ante la incapacidad del Estado para atender sus necesidades básicas: casa, comida y salud.