Por.- Alberto D. Prieto
Un día en una peluquería la chica de las tijeras se extralimitó. No cortando de más, sino de simpática. Se tomó la licencia de hacerme una observación de ésas que sólo agradeces con el paso del tiempo. Cuando me dijo “uy, por aquí se te está aclarando…” me vi fuera de mí, aplicándole una llave de jiu-jitsu para tomar el poder, es decir, las tijeras, con las que amenazar su vida filo al cuello. “¡Retira eso, desalmada!”.
Pero soy de fácil conformar, y callé al entender que estaba en un local de ésos que te cobran menos porque, aún joven y con pocos ingresos, había descubierto que hasta los alumnos de estilismo capilar tienen que hacer prácticas y yo me había ofrecido como conejillo de indias. La chica fijo que sacó un diez en habilidad tijeretil —salí guapo y todo—, pero seguramente no la ayudé en la asignatura de “tacto con el potencial cliente de un crecepelos”.
Me he acordado de la anécdota porque puede que ésta haya sido la semana en la que al bisoño Gobierno de Pedro Sánchez (Madrid, 1972) se le ha empezado a ver el cartón.
Mientras el líder hacía las Américas balbuceando eufemismos para no llamar “dictadura” a lo de Nicolás Maduro en Venezuela —o deslizando al oído de un reportero que es socialista literalmente desde la cuna porque decidió afiliarse al ver el golpe de Pinochet en Chile de 1973—, ha tenido que interpretar desde lejos las señales de humo que algunos de sus ministros hacían pidiendo socorro presidencial a sus meteduras de pata.
Dolores Delgado, hasta hace un par de meses fiscal de prestigio y ahora titular del departamento de Justicia, defendió públicamente lo que la semana pasada nos llamaba la atención hasta el susto institucional [en esta columna]: que al juez Pablo Llarena no lo iba a defender la Abogacía del Estado —ni el despacho legal contratado a tal efecto en Bélgica— en la demanda interpuesta por el golpista fugado Carles Puigdemont. Y hasta Chile llegó el escándalo, tanto que la rueda de prensa conjunta con el presidente Sebastián Piñera se dedicó casi por entero a apagar ese fuego. Sánchez contradijo lo dicho y a sí mismo sosteniendo que lo contrario era lo mismo que lo opuesto. Y a otra cosa, que “la confianza en Delgado es absoluta”.
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Magdalena Valerio, una señora de larga carrera política, tres veces consejera en Castilla-La Mancha, diputada regional y nacional y algunas cosas más, es desde la llegada del PSOE a la Moncloa dueña de la cartera de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social. Y sea este Gobierno “feminista y progresista” como defiende su jefe Sánchez, le dio por hiperventilar el día que se sintió obligada a admitir que a su Ministerio le habían “metido un gol por la escuadra” al hacerles tramitar la autorización de un sindicato de prostitutas. Sánchez ya había pasado por Bolivia entre agasajos del cada vez más eterno Evo Morales y estaba en Colombia abrazándose con Iván Duque cuando retrasó su delicada comparecencia con el flamante inquilino de Nariño —nadie le habló tan claro en su gira sobre qué sí y qué no se ve del mismo modo a un lado y al otro del Atlántico—. A ver cómo apagaba este otro fuego: “No vamos a tolerar un sindicato de trabajadoras del sexo, es más, apostamos por abolir la prostitución”. ¿Y la confianza en la ministra? Tan “intacta” como sonora la palabrería hueca.
En medio, hubo de explicar el jefe de Gobierno que lo que antes con el ‘Aquarius’ era “tráiganme ese barco, que en España lo recibimos con fanfarrias, papeles para todos y estatus especial para sus 600 rescatados” ahora significa que “solidaridad no es permisividad” y que “los inmigrantes que entren ilegalmente a España serán expulsados”. Es mas, que siempre fue así palabra por palabra. Es verdad que Fernando Grande-Marlaska, juez de reconocida solvencia hasta que lo llamó Sánchez a sentarse en el Ministerio del Interior, tiene experiencia argumentando en autos, instrucciones y sentencias, pero cada vez queda más claro que en política migratoria empezó con un fallo. Y que ahora hay que reconducirlo.
Minutos antes de tomar el avión de vuelta a España desde Costa Rica, al presidente el traje ya no le llegaba al cuerpo de tantas arrugas que le habían causado las horas extra a un lado y al otro del océano, reuniéndose con homólogos iberoamericanos de día y apagando incendios con diferencia horaria de noche.
Tanta improvisación, rectificación y balbuceo tienen su explicación. Ni Sánchez ni su PSOE se esperaban aterrizar tan pronto en el Gobierno. De ahí los fichajes externos de jueces, fiscales y políticos retirados, de ahí los errores de concepto sobre en qué sí y en qué no se debe ceder para contentar a los socios parlamentarios —más si se trata de partidos que quieren sacar un trozo geográfico de la España que uno gobierna—, de ahí las prisas por tirar de argumentario ideológico antes de calcular sus efectos llamada para los desesperados que explotan las mafias de la inmigración, y de ahí la locura de pretender seguir escondiendo el hecho de que cuanto más clandestina sea la actividad del sexo a cambio de dinero más de éste se van a quedar los proxenetas y sus proveedores, los esclavistas internacionales de mujeres.
Pero quizás aún haya una esperanza. Puede que entre tanta bisoñez haya una peluquera en prácticas en el avión de vuelta que acicale muy bien a nuestro guapo Pedro Sánchez, pero se gane un cero en prudencia. Porque alguien tiene que decirle que a su Presidencia ya se le está asomando el cartón.
Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO