Por.- Roberto Mansilla Blanco/ Corresponsal en España
La actual visita de Nicolás Maduro a China, – poco después de celebrarse el “Foro Económico del Este” en Vladivostok y de los ejercicios militares conjuntos que sellaron la alianza ruso-china para el siglo XXI -, es sumamente reveladora de cuáles son las opciones del régimen venezolano ante las presiones de una posible intervención hemisférica liderada desde Washington.
El contexto geopolítico en el cual está inmersa la supervivencia del régimen de Nicolás Maduro no deja lugar a dudas: para el gobierno venezolano, el único salvavidas supone entregarse a la alianza euroasiática que vienen acelerando Rusia y China para configurar un nuevo mapamundi global para el siglo XXI.
La visita de Maduro a China, entre el 13 y 16 de septiembre, tiene en mente este cálculo. Precisamente el miércoles 13, mientras Maduro viajaba a Beijing, Rusia y China clausuraron exitosamente en la ciudad rusa de Vladivostok (muy cercana a Japón) el Foro Económico del Lejano Este, marco estratégico que impulsará los proyectos geopolíticos de Moscú y Beijing, orientados a fortalecer un eje euroasiático ruso-chino con claras expectativas de socavar la hasta ahora tradicional hegemonía atlantista liderada por EE.UU.
Putin y sus “juegos de guerra”
Como colofón simbólico de esta alianza, Rusia, China y Mongolia realizaron paralelamente esta semana y hasta el sábado 17, una serie de ejercicios militares sumamente estratégicos, enmarcados en el mayor despliegue militar ruso desde 1981, entonces en tiempos soviéticos.
Con 300.000 soldados y un elevado despliegue de tanques y aviones, estos “juegos de guerra” rusos denominados “Vostok” (Este en ruso) abarcaron áreas de despliegue desde Siberia hasta el Lejano Este ruso de más de 7.000 km de distancia.
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Estos ejercicios tienen un efecto inevitablemente disuasivo. Para el presidente ruso Vladímir Putin, los mismos no sólo buscan persuadir a Occidente, sino incluso también a otros países del área Asia-Pacífico, probablemente Japón y la península coreana, así como a la ASEAN, una reliquia de la “guerra fría” establecida por Washington en la contención del comunismo soviético y maoísta. Y en este efecto disuasivo y persuasivo que Putin busca, China es el aliado estratégico supremo de Moscú.
Por tanto, “Vostok” es una operación militar disuasiva que completa los ejercicios denominados “Escudo Marino” realizado a comienzos de 2018 por Rusia en el Mar del Norte, participando las flotas del Mar Báltico y del Mar Negro, con base en Crimea.
Esto aseguraría el tradicional enfoque geopolítico ruso, presente desde tiempo de los zares, del “águila bicéfala” que mira tanto a Occidente como a Oriente. Pero que ahora, con Putin, también tiene otro escenario estratégico: el Sur, el históricamente denominado por la geopolítica rusa como el “extranjero contiguo”.
El fortalecimiento de la flota de Crimea y su extensión mediterránea con el apoyo turco, así como los intereses rusos, turcos e iraníes en el conflicto sirio, vendrían a confirmar los imperativos “hacia el Sur” que el Kremlin lleva a cabo.
El interés por el “Lejano Este”
En Vladivostok, Putin y su homólogo chino Xi Jinping mostraron una sintonía personal que buscó ser evidente. Característico de ello fue su fotografía conjunta preparando los populares blynies o panquecas rusas, acompañados de caviar y vodka. Por tanto, podría considerarse a este foro como el marco estratégico inicial de la alianza ruso-china para este siglo.
En este foro se aprobaron acuerdos económicos valorados en US$ 42 millardos, aunque no se especificaron qué tipo de acuerdos y en qué áreas. En todo caso, parece evidenciarse que Putin quiere el apoyo financiero chino para impulsar infraestructuras de transporte eficientes en un área geográfica sumamente compleja por sus condiciones climáticas, pero que posee importantes recursos naturales.
Tras su reelección en marzo pasado, Putin viene impulsando políticas de desarrollo económico y de infraestructuras en una región, el Lejano Este ruso, bastante olvidada para los imperativos estratégicos de Moscú en los últimos años. El radio de interés geopolítico en esta zona no sólo va hacia la región asiática, sino incluso ante las pretensiones rusas de recuperar la zona del Ártico como un marco geográfico de defensa estratégica para Rusia.
El Lejano Este ruso ha sido tradicionalmente una zona periférica para Moscú, muy poco poblada, principalmente de mayoría indígena de origen mongol. Con sus proyectos de desarrollo, Putin busca consolidar su popularidad en momentos en que Moscú y otras ciudades del “Oeste ruso” están protestando por el sistema de pensiones impulsado recientemente por Putin, y que aumenta a 67 años la edad de jubilación.
Al foro de Vladivostok también asistió otro invitado estratégico, el primer ministro japonés Shinzo Abe, quien también mostró mucha sintonía con Putin. Ambos marcaron pauta al buscar soluciones a diferendos históricos entre Rusia y Japón, en particular las soberanías de las islas Sajalín y Kuriles, recuperadas por Moscú tras la II Guerra Mundial.
Japón y Rusia nunca firmaron un tratado de paz orientado a resolver estas controversias soberanistas en las islas del norte de Japón. Por ello, el foro de Vladivostok fue igualmente aprovechado por Putin para intentar abrir canales de reconciliación histórica con Tokio.
Por tanto, el foro de Vladivostok y los ejercicios militares conjuntos demuestran la compatibilidad de intereses entre Putin y Xi para confeccionar un eje ruso-chino. Toda vez China avanza decidida en su ambicioso proyecto de desarrollo de las Rutas de la Seda, que tendrán especial incidencia en el espacio euroasiático, el sur de Asia, el océano Índico, el Golfo Pérsico y la costa Este africana. Es evidente que Putin ansía que ese eje con Beijing le permita a Moscú sacar partido de del proyecto de desarrollo chino.
El presidente ruso no esconde que tiene en mente compatibilizar las Rutas de la Seda con la Unión Económica Euroasiática, el macroproyecto ruso impulsado desde 2015 para el espacio euroasiático y que hasta el momento no ha dado los frutos esperados.
Ese eje euroasiático ruso-chino tiene implicaciones geopolíticas evidentes, toda vez supone una alianza de contención contra el sistema defensivo estadounidense que se viene desplegando en las respectivas periferias rusa y china en Euroasia y el sur asiático, así como ante las sanciones occidentales contra Moscú, vigentes desde marzo de 2014 tras la crisis de Crimea, y las políticas proteccionistas arancelarias de la administración de Donald Trump, específicamente contra China.
Para Putin, el foto de Vladivostok viene a cerrar parcialmente un círculo de cumbres internacionales cuya finalidad ha sido precisamente buscar marcos de aislamiento hacia Washington.
Entre ellas se incluyen la reciente cumbre de Putin en Berlín con la canciller Ángela Merkel celebrada en agosto pasado, y la de la semana pasada en la ciudad iraní de Tabriz con Irán y Turquía, focalizada en fortalecer los imperativos estratégicos del eje ruso-turco-iraní en el conflicto sirio.
La trampa siria
En lo que respecta a Siria, en perspectiva está observar la ofensiva que el régimen de Bashar al Assad lleva a cabo en la localidad de Idlib, y que ha provocado algunos roces entre Putin y su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan.
Putin busca equilibrar los intereses del pacto de Sochi de noviembre de 2017, intentanto conciliar las expectativas de sus aliados turco e iraní. Por ello, la ofensiva en Idlib es estratégica para medir la capacidad de persuasión del Kremlin para intentar poner fin al conflicto sirio, pero manteniendo en pie a su aliado, el presidente sirio, Bashar al Assad.
Turquía ha protestado porque la ofensiva en Idlib podría suponer un revés para los intereses turcos, tomando en cuenta la presencia militar turca dentro de Siria y la posibilidad de que esa ofensiva en Idlib provoque un mayor éxodo de refugiados hacia Turquía, con los problemas humanitarios consecuentes.
Por otro lado, la agencia iraní Hispan TV llegó a informar que en la ofensiva de Idlib podrían participar al lado del régimen de Bashar al Assad, las milicias kurdas del YPG establecidas en la región de Kobane. Esto agitaría aún más las preocupaciones turcas de perder influencia en el conflicto sirio toda vez podría reforzar las expectativas soberanistas kurdas en plena frontera con Turquía.
Por otro lado, medios israelíes llegaron a informar de la presunta presencia de 3.500 soldados chinos para la ofensiva en Idlib. El otro aliado ruso, Irán, también tiene serias reservas sobre el papel del Kremlin en Siria. El régimen de Bashar al Assad ha sido el tradicional aliado iraní en Oriente Próximo, pero Teherán teme verse suplantado ahora por Moscú, lo cual obviamente repercutiría en una pérdida de influencia iraní.
Estos temores iraníes también se ven reflejados en el pragmatismo que Putin utiliza en su diplomacia en Oriente Próximo, particularmente con respecto a Israel y Arabia Saudita, tradicionales enemigos iraníes.
Por otro lado, Trump ya avisó con intervenir ante una probable utilización de armamento químico en Idlib por parte del régimen sirio. Con ello, Trump pareció dejar entrever la posibilidad de lanzar otras ofensivas aéreas como las de 2017 y 2018 contra posiciones del régimen sirio, quizás en mente antes de las elecciones legislativas estadounidenses de noviembre, como medida punitiva contra Moscú y Teherán, toda vez la oscura trama rusa en Washington sigue dando qué hablar.
Con todas estas variables en la mesa, Putin juega a varias bandas en Oriente Próximo, manifestando un pragmatismo con todos los actores involucrados que, estratégicamente, puede resultar contraproducente en una región conocida por sus sangrientas rivalidades.
En lo que respecta a los imperativos estratégicos rusos, los recientes movimientos permiten intuir que Putin está asegurando, a través de estas cumbres y foros, sus prioridades estratégicas y geopolíticas en una vasta área que va desde el Mar Báltico (tras la aceptación de Merkel del proyecto gasífero del Nord Stream II), el Mediterráneo (la flota rusa con base en Crimea viene de realizar ejercicios estratégicos en esta zona) y el Lejano Este ruso, con particular énfasis en Asia-Pacífico.
El enfoque disuasivo ruso coincide igualmente con el retorno en la atención pública del oscuro episodio de envenenamiento del ex espía ruso Skripal, ocurrido a comienzos de año en Londres.
Tampoco debe olvidarse el reciente acuerdo entre la Unión Europea y Ucrania, en la que Bruselas habilitará 1.000 millones de euros para las reformas económicas y políticas que Kiev precisa ante un eventual escenario de admisión en la UE. Con el conflicto en el Donbass (Este ucraniano) aún vigente, este acuerdo confirmaría igualmente el nivel de distanciamiento diplomático existente entre la UE y Rusia.
Cómo queda Maduro en esto
En este contexto de alianza ruso-china gravita la visita de Maduro a Beijing. Si bien oficialmente se considera esta visita como un avance de la asociación estratégica integral que China y Venezuela vienen llevando a cabo desde hace prácticamente una década, el objetivo para Maduro puede estar más bien enfocado en asegurar las alianzas exteriores para la supervivencia de su régimen.
En su reunión inaugural en Beijing, Xi y Maduro acordaron “elevar los lazos bilaterales a un nivel más alto”.
El demoledor discurso de la embajadora estadounidense en la ONU, Nikki Haley, el pasado lunes 10, sobre las violaciones de derechos humanos en Venezuela y las conexiones con el narcotráfico y el terrorismo internacional por parte del régimen madurista (con énfasis principal en los ataques hacia Diosdado Cabello), parecen presagiar que Washington avanza decididamente hacia una intervención en la crisis venezolana.
Las críticas de Haley fueron respaldadas por la ex presidenta chilena, Michelle Bachelet, recién estrenada como Alta Comisionada de Derechos Humanos en la ONU. Paso decidido también tiene el senador republicano de origen cubano, Marco Rubio, dentro de los planes que la administración Trump parece tener acordados para Venezuela. Rubio, así como el ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, ya incluso hablan abiertamente de la posibilidad de una intervención hemisférica en Venezuela.
Ante esta coyuntura y la crisis humanitaria de un éxodo venezolano que el propio ACNUR ya reconoce como una “crisis de refugiados”, Maduro no parece tener otra opción: si internamente depende del apoyo de una FANB confabulada con el régimen y una “troika” de poder en Miraflores en la que se encuentran el propio Diosdado y los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, en el exterior, Maduro sólo tiene una opción clara: el apoyo del eje ruso-chino.
Para ello, Maduro quiere asegurar el apoyo de Moscú y Beijing en el caso de que la crisis venezolana llegue al Consejo de Seguridad de la ONU. Con ello buscaría abortar los presuntos planes intervencionistas de Washington, y que tendrían a Colombia como el epicentro estratégico.
Otros gobiernos como el del “zapaterista” Pedro Sánchez en Madrid sirven igualmente de aliados convencionales, especialmente para reimpulsar un diálogo claramente favorable a Maduro vía la misión del ex presidente Zapatero.
Pero el problema lo tiene Maduro en el vecindario. Con Duque en la presidencia colombiana y las expectativas del ultraderechista Jair Bolsonaro de ganar las presidenciales brasileñas del próximo 7 de octubre (expectativas igualmente impulsadas tras el confuso atentado en su contra la semana pasada), las opciones para Maduro se reducen considerablemente.
Por muy distante geográficamente que sea, el eje euroasiático ruso-chino parece ser ahora el salvavidas definitivo para un Maduro fuertemente aislado a nivel hemisférico. Una opción que cobra mayor fuerza toda vez que en Washington parecen cada vez más decididos a ensayar una opción mucho más punitiva contra Maduro, intervención mediante.