Por.- Jaime Granda
-Son muchos los errores acumulados desde que Nicolás Maduro llegó al Palacio de Miraflores y necesita un partido unido que lo defienda
Hay suficientes estudios que demuestran que la mayoría de los venezolanos, justamente de los cuales depende la escogencia de las autoridades a través de elecciones, son muy vulnerables a la distorsión de la verdad realizada por grupos a través de las redes sociales para favorecer opciones que no son las más apropiadas si queremos sacar a Venezuela de la crisis en que ha sido hundida.
La vulnerabilidad de los venezolanos no es cosa nueva y hay pruebas suficientes de su fama como consumidor de todo lo que promocionan los publicistas, incluyendo atuendos no apropiados para lucir en el trópico o bebidas que se usan en otras latitudes para combatir el frío y aquí las consumen a orilla del mar en las horas más calurosas.
Por eso, los medios de comunicación social deberían tomar medidas para que cada noticia sea bien explicada a sus lectores para evitar cualquier confusión o mala interpretación en favor de los grupos que distorsionan la realidad para mantener las mentiras que hicieron que un proceso político con ideas vencidas se apoderara del Estado Venezolano a partir de diciembre de 1998.
Justamente ahora, la Venezuela política se mueve en un océano de confusiones y hay que estar pendientes de cualquier detalle que apunte hacia la escurridiza verdad.
Mucho se habla de la situación comprometida del actual régimen por su ineficiencia frente a los problemas que supuestamente crearon los anteriores gobernantes o son parte de ataques del imperialismo norteamericano. Lo cierto es que lo malo que tuvieron los pasados gobiernos no es comparable con la destrucción ocasionada por el proyecto chavista. Lo peor es que desde la desaparición del comandante Hugo Chávez todo tiende a complicarse y cada plan trae más problemas para los venezolanos.
Lea también: El Diario de Jurate: Los tres clavos del ataúd
Una señal de todo lo anterior es la reciente admisión de que la actual Vicepresidenta Ejecutiva, Delcy Rodríguez, regresa al PSUV, al cual renunció el 8 de febrero pasado para dirigir el «Movimiento Somos Venezuela», una coalición emergente creada por la cúpula que encabeza Nicolás Maduro con miras a las elecciones presidenciales del 20 de mayo pasado.
Desde que se conocieron los resultados de esas elecciones en las cuales la oposición manipulada prefirió que siguiera Maduro en el poder antes que apoyar a Henri Falcón, se supo del fracaso de “Somos Venezuela”.
Ese retorno de Delcy Rodríguez al recinto cercado en el que los pastores guardan el ganado como se define el redil es la confirmación del fracaso del proyecto madurista de apartarse del PSUV donde hay muchos críticos y arrepentidos con los errores de la cúpula dominante en las esferas del Estado.
Eso de volver al redil tiene que ver con la expresión la oveja negra con la cual los curas se refieren a los feligreses rebeldes que terminan acatando lo que ellos digan.
Los enredos sobre la suerte de “Somos Venezuela” pasan a segundo plano porque Delcy Rodríguez pasó a ser directiva del PSUV junto a Blanca Eekhout, Tareck El Aissami, Erika Farías, Isis Ochoa, Diva Guzmán, Mayerlin Arias, Cilia Flores y Edwin Rojas. Es decir que entra en el grupo del cual fueron excluidos Elías Jaua y otros.
Todos bajo la batuta de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, no siempre dirigiendo la orquesta con la misma afinación.
Algunos comentan que eso demuestra la situación precaria de Nicolás Maduro y la necesidad de mostrar un partido unido de verdad en su defensa ante el estrechamiento del cerco nacional e internacional en su contra.
Es inocultable, sin embargo, que el PSUV en su totalidad no apoya a Nicolás Maduro y el descontento de las bases es creciente con cada apagón, falta de agua, complicaciones en el transporte, o falta de gas aunque sea poco el alimento que se puede cocinar. Esa directiva del PSUV realmente no fue escogida por las bases de la organización. Así que el descontento avanza y cualquier cosa puede ocurrir antes de la próxima Navidad.
Errores acumulados
Desde que Nicolás Maduro llegó al Palacio de Miraflores como heredero del desaparecido Hugo Chávez solo ha mostrado impericia para manejar el autobús del Estado venezolano.
Creer que en pleno siglo XXI se puede controlar todo a punta de represión y noticias falsas está demostrado que ha sido el principal error de Maduro y su grupo cupular.
La Historia (así con H mayúscula) está demostrando que los tiempos en los cuales Juan Vicente Gómez, Fidel Castro y otros dictadores murieron en el poder, gracias al empleo de la fuerza y las tropas del Estado para reprimir a los descontentos, es difícil que se puedan repetir en América Latina.
De hecho son varios los que han pagado o están pagando cárcel y lo han perdido casi todo por creer que eran intocables desde la cúpula del poder.
Creer que la economía depende del gobernante de turno y no de las condiciones libres del mercado ha sido otro error que arrastra a Maduro y su cúpula cada segundo que pasa sin que se ocupen de controlar la hiperinflación y sus terribles secuelas.
Las protestas de los trabajadores de empresas del Estado, como las básicas de Guayana y la petrolera, además de los servicios públicos como CANTV, Corpoelec y otras, apenas comienzan.
Esta semana el régimen ha tratado de mostrar que nunca hubo la intención de imponer un salario único y se ha reunido con dirigentes obreros de las distintas empresas estatales, pero allí también se repite el error de solo conversar con los afines al régimen y luego lo que se anuncia termina derrumbándose como ha ocurrido con los supuestos precios acordados de alimentos. En eso siguen anunciando avances, pero los precios siguen subiendo y si el margen de ganancia no cubre lo que necesitan productores y distribuidores los alimentos desaparecen del mercado como ha ocurrido con el pollo, la carne vacuna y otros.
Creer que se puede matar a los opositores con total impunidad ha sido otro error que ahora el régimen no encuentra como aplacar la ira mundial ante la extraña muerte del concejal caraqueño Fernando Albán, del cual nos ocuparemos en nota aparte.