Por Leopoldo Puchi
***El sociólogo Leopoldo Puchi considera que ahora que Brasil tiene un nuevo presidente, este intentará poner fin a los avances sociales implementados por Lula y Rouseff e impondrá intolerancia y rigidez.
De los resultados de las elecciones brasileñas no se pueden sacar conclusiones que reduzcan los hechos a una visión de ciclos en los que fuerzas de derecha y de izquierda sufren avances y retrocesos definitivos. En realidad, la disposición de fuerzas en el tablero es mucho mas variada y los avances y retrocesos no se dan de forma lineal.
Son numerosos los países del continente donde no existen consensos hegemónicos claros ni sociales ni políticos y en consecuencia las pugnas y rivalidades son intensas y buscan expresarse por medio de diversos liderazgos y partidos que irrumpen como novedades. Lo fue Alberto Fujimori en Perú y Vicente Fox en México hace algún tiempo. Un mundo en movimiento frente al cual no hay que sorprenderse, ya que no ha llegado el fin de la historia ni han desaparecido los intereses y las visiones contrapuestas en la sociedad.
El fin de la guerra fría dio paso a una distensión que creó las condiciones para que algunas de esas expresiones novedosas, provenientes del campo denominado progresista, se les permitiera acceder al poder por medio del voto sin la acostumbrada contención automática de parte de los factores de poder, los cuales incluso en ocasiones apostaron de alguna manera a su emergencia electoral.
En el caso brasileño, Lula ha representado una centroizquierda moderada, con ideas muy cercanas a la socialdemocracia europea, consustanciada con la democracia representativa y la distribución social de la riqueza. El Partido de los Trabajadores reunió juventudes y logró con el carisma de Lula darle una base popular a esos ideales, que hasta entonces circulaban con fuerza solo en núcleos universitarios. Todavía hoy, en medio del revés electoral, es una gran fuerza popular.
Que el PT haya perdido las elecciones puede considerarse como parte de la dinámica de la democracia representativa. Por lo general, un descenso en número de votos se corresponde con gestiones ineficientes, que no han llenado las expectativas o se han visto involucradas en hechos de corrupción que las descalifican temporalmente.
En el caso del PT pudieran también tomarse en consideración las mutaciones de la sociedad brasileña y la fuerte penetración evangélica en las favelas, así como adicionalmente podría añadirse el distanciamiento del PT de sus bases sociales y el aire tecnocrático que asumió el gobierno de Dilma Rousseff.
Sin embargo, estas explicaciones resultan insuficientes. En verdad, lo que llama la atención en lo ocurrido no es la disminución de votantes del PT, que por lo demás no es dramática, sino la forma en que los hechos ocurrieron: el PT fue eyectado del sistema, y no solo de la presidencia, mucho antes de las elecciones.
Importantes factores de poder, de Brasil e internacionales, sintieron que podían perder el control del Estado y prefirieron ¨cortar por lo sano¨. Se adoptó la estrategia de la demolición y se encarceló a Lula. Y ahora el centinela que llegó al poder intentará poner fin a los avances sociales e imponer intolerancia y rigidez.