Por ROBERTO MANSILLA BLANCO, corresponsal en España.
El centenario del final de la I Guerra Mundial reunió en París a los principales líderes europeos, de EEUU y de Rusia para advertir sobre los peligros del nacionalismo.
Simultáneamente en Varsovia, se celebraba el centenario de la independencia de Polonia, en un acto que reunió de manera multitudinaria a varios partidos de xenófobos, neofascistas y de extrema derecha de Europa oriental, bajo el lema “Dios, Honor y Patria”, clamando por una Europa “nacional y cristiana”.
Los viejos fantasmas del nacionalismo populista, agresivo y excluyente parecen reaparecer hoy en una Europa fragmentada que comienza a observar con preocupación cómo quedará su mapa político de cara a las elecciones al Parlamento europeo previstas para mayo de 2019.
Estos fantasmas se dieron cita simultáneamente el pasado 11 de noviembre, aunque bajo contextos y perspectivas diferentes. Paralelamente, se realizaron en París y Varsovia sendos actos que conmemoraban el centenario del final de la I Guerra Mundial. Pero el clima conmemorativo de ambos eventos distaba de confluir políticamente.
En París, el anfitrión presidente francés Emmanuel Macron reunía a 72 grandes líderes mundiales, entre ellos los presidentes de EEUU, Donald Trump, de Rusia, Vladimir Putin, y la canciller alemana Ángela Merkel, para conmemorar el centenario del final de la I Guerra Mundial (1914-1918).
Por su parte, en Varsovia, unas 200.000 personas convocadas por partidos de extrema derecha de Polonia, a la que extendieron invitación sus correligionarios de Eslovaquia y Hungría, celebraban el centenario de la Polonia independiente, uno de los hechos históricos consecuencia del final de la I Guerra Mundial. Entre 1792 y 1918, Polonia estuvo territorialmente repartida entre los imperios ruso, austrohúngaro y prusiano.
Un fantasma vuelve a recorrer Europa
Ambas celebraciones son sintomáticas del momento político y social que está viviendo Europa. Ante el Arco del Triunfo de París, símbolo emblemático de los valores republicanos de la Revolución francesa, Macron emplazó a los principales líderes mundiales ante las amenazas que están resurgiendo en Europa, principalmente provenientes del nacionalismo populista.
El presidente francés recordó que “los demonios del pasado resurgen”, al advertir sobre el retorno del nacionalismo. Consideró así que “el patriotismo es exactamente lo contrario del nacionalismo”, instando a revalorizar los “valores republicanos franceses” desde una perspectiva europea. Su discurso parecía abrir la veda de la campaña electoral europea de cara a los comicios del Parlamento europeo previstos para mayo de 2019.
Reunidos en París líderes de la talla de Trump, Putin, Merkel, el Rey de España, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y otros mandatarios europeos, en esta conmemoración brillaron dos ausencias clave: la de la primera ministra británica Theresa May, y la del primer ministro húngaron Viktor Orban.
Junto a Francia, Gran Bretaña fue la gran vencedora en la I Guerra Mundial, lo cual ameritaba la presencia británica en la conmemoración de París. Pero la ausencia de May en París también es alegórica sobre el cisma que ha vivido recientemente la Unión Europea con el Brexit, la salida británica de la UE, que cobrará forma a partir de 2019.
Por su parte, Hungría fue uno de los países que recobró su independencia en 1918, tras la disolución del imperio austrohúngaro. Pero su actual jefe de gobierno, Orban, se ha enmarcado en una especie de cruzada antieuropeísta, defendiendo los valores de la “identidad cristiana europea”, y gobernando con el apoyo de partidos xenófobos de extrema derecha como el Fidesz.
Desde mediados de año, Hungría se ha convertido en una especie de “paria” dentro de la Unión Europea por sus veladas críticas al europeísmo. En este sentido, Budapest ha sido el único país sancionado por la UE por su política claramente contraria a los valores europeístas. Esto puede intuir que, más que una ausencia, Orban en realidad no fue invitado a la conmemoración en París.
Es por ello que la celebración del centenario de la independencia polaca en Varsovia fue igualmente alegórico sobre el estado de ánimo político que está recorriendo la Unión Europea. Un aspecto clave principalmente en el país de origen del actual presidente de la Comisión Europea, el polaco Donald Tusk.
La manifestación nacionalista extremista en Varsovia se convoca desde 2009 a petición de movimientos de extrema derecha polacos. Pero no fue la única. Otros movimientos cívicos y partidos políticos europeístas también marcharon en esta conmemoración de la independencia polaca, contrariando y denunciando la manifestación de la extrema derecha.
De hecho, la alcaldesa de Varsovia, Hanna Gronkiewicz-Waltz, perteneciente al partido de oposición Plataforma Cívica, quien lideró una manifestación paralela más acorde con los valores europeistas, llegó a declarar que “Polonia ya ha sufrido bastante en su historia con el nacionalismo agresivo”. Un discurso más acorde con lo que simultáneamente pregonaba Macron desde París.
Pero la ruptura que se vive en Europa parece también evidenciarse en Polonia, uno de los países clave dentro de la Unión Europea. En Varsovia, centenares de miles de simpatizantes de partidos nacionalistas neofascistas, de extrema derecha y populistas marcharon al son del lema ““Dios, Honor y Patria”, clamando por una Europa “nacional y cristiana”, preocupados ante lo que consideran como una “invasión musulmana”.
Ya en 2017, esta manifestación logró reunir a unas 60.000 personas bajo el lema “Queremos a Dios”, en una evidente referencia a la identidad cristiana europea. En perspectiva, el mensaje que se emana de esta manifestación de partidos nacionalistas y de extrema derecha sobre la independencia polaca traduce su intención por construir una Europa “cristiana” como valor moral de la identidad europea.
La presencia en Varsovia de simpatizantes de partidos nacionalistas populistas y de extrema derecha de Eslovaquia y Hungría, quienes hicieron causa común con sus vecinos polacos, da cuenta de una especie de “entente” de extrema derecha que está cobrando fuerza en Europa del Este.
Por ello, la presencia de neofascistas húngaros en Varsovia parecía explicar simbólicamente una de las razones por las cuales Orban no estaba a París. Con ello, Europa parece hoy presenciar otra división entre bloques Oeste-Este pero ideológicamente diferente de lo que fue durante la “guerra fría”.
¿Otro mundo, un siglo después?
Pero lo vivido en Varsovia no parece ser un hecho casual. La reiteración del discurso religioso cristiano y las reivindicaciones de lemas como “Dios” y “Patria” parecen que están volviendo al discurso político de los nuevos liderazgos que están apareciendo en el mundo de 2018.
Los lemas de los manifestantes de extrema derecha en Varsovia no son muy diferentes en comparación, por ejemplo, con el mensaje del próximo presidente brasileño Jair Bolsonaro.
Durante la campaña electoral, Bolsonaro ha recuperado el discurso “cristiano” de defensa de “Dios” así como del mensaje “patriótico” como lemas aparentemente “redentoras” ante la preponderancia del liberalismo y del progresismo, principalmente de izquierdas, observado en los últimos años. Un discurso no muy diferente de los que emanan, por ejemplo, de Trump y Putin.
El discurso de Trump de “Make America Great Again” parece enmarcarse igualmente en esa orientación. Curiosamente, Trump estuvo presente en el centenario conmemorativo de París, en los que igualmente se resaltaban los valores “liberales” e “internacionalistas” trazados en 1918 por el entonces presidente demócrata Woodrow Wilson.
El “wilsonianismo” de 1918 dio paso a la creación de la Sociedad de Naciones, antecesora de la actual ONU. Con Wilson, EEUU abandonó su tradicional neutralidad y aislacionismo en el concierto internacional. No obstante, en 1920, el Senado estadounidense, entonces de mayoría republicana, votó su negativa al ingreso de EEUU en la Sociedad de Naciones.
Precisamente, un siglo después, Trump parece encarnar los valores contrarios al legado “wilsoniano”: proteccionismo, unilateralismo y aislacionismo, algunos de los valores estructurales que todavía permanecen presentes en la cultura política estadounidense. Y, cien años después, el Senado estadounidense sigue bajo dominio republicano, tal y como se observó en los pasados comicios legislativos del 6 de noviembre.
Una perspectiva particular se enfoca en otro de los invitados en París, el presidente ruso Putin. Mientras asistía en París a la conmemoración del final de la I Guerra Mundial, el sinuoso juego geopolítico que se libra entre Rusia y Occidente proseguía su camino de una forma tan silenciosa como decisiva.
Con la atención mundial enfocada en las conmemoraciones de París y Varsovia el pasado 11 de noviembre, Moscú enviaba un equipo de expertos en tecnologías electorales a la región del Donbass, en las repúblicas de Donetsk y Lugansk en el este de Ucrania, para celebrar un simulacro electoral orientado a legitimar simbólicamente a las autoridades de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.
En un momento crítico de las relaciones entre Rusia y Occidente, en particular ante la reciente retirada de Trump del tratado de misiles de corto alcance suscrito en 1987, Rusia mueve hábilmente sus fichas en otro escenario tan estratégico como peligroso: Ucrania.
Las recientes relaciones entre Ucrania y Rusia están en su punto más bajo, en vísperas de una ruptura de calado histórico. El viraje nacionalista antirruso en Kiev se hace patente tras la reciente ruptura del acuerdo de amistad con Rusia.
Los Protocolos de Minsk suscritos entre 2014 y 2015 sobre la pacificación en el conflicto del Donbass están prácticamente sepultados. La OTAN acelera ejercicios militares con Ucrania, toda vez Rusia se blinda militarmente al mismo tiempo que se acerca estratégicamente a una alianza con China. Incluso, la ruptura ruso-ucraniana llega al punto del cisma religioso, con la decisión de la Iglesia ortodoxa ucraniana de romper su obediencia a la autoridad ortodoxa de Moscú.
Ucrania celebrará elecciones presidenciales en mayo de 2019, casi simultáneamente con las elecciones parlamentarias europeas. Mientras el nacionalismo ucraniano parece consolidarse en Kiev, amparando una posición radicalmente antirrusa con perspectivas de integrarse dentro de la OTAN y la UE, Moscú mueve hábilmente sus fichas en las regiones del Donbass, con la finalidad de consolidar una ruptura de facto de Ucrania.
Pero un siglo después, el fantasma de la guerra no se desvanece. Un día después de las conmemoraciones de París y Varsovia, Italia convocaba en Palermo a una cumbre internacional para poner fin al conflicto de Libia, cuyos efectos en Europa se observan en la constante riada de inmigración ilegal que huye de este conflicto a las puertas de Europa, no muy diferente de la que se libra aún en Siria. Precisamente, Macron intentó en mayo pasado impulsar una iniciativa similar.
Pero la historia parece ser circular y caprichosa. Un siglo después, las advertencias del presidente francés Macron y de la alcaldesa polaca Gronkiewicz-Walt sobre los peligros del nacionalismo agresivo parecen seguir cobrando una actualidad inalterable.