Foto: Cortesía de Faro de Vigo

“Noviembre caliente” para Pedro Sánchez

Foto: Cortesía de Faro de Vigo

Por Roberto Mansilla Blanco.Corresponsal en España.

 

La encrucijada en política exterior parece definir el final de 2018 para el gobierno de Pedro Sánchez. Su visita a Cuba, el súbito cambio de posición con respecto al Brexit tras su negativa inicial, la inesperada crisis ruso-ucraniana, las presiones de la oposición para la dimisión de su ministro de Exteriores Josep Borrell y ahora la decisión de no incluir a España en la Ruta de la Seda durante la visita a Madrid del presidente chino Xi Jinping, sumado a las expectativas de adelanto electoral para 2019, presagian un final de año laberíntico para su gobierno.

El gobierno del socialista Pedro Sánchez está sintiendo en carne propia los efectos de la realpolitik en un momento de tensiones y turbulencias en el escenario internacional. Todo comenzó con su negativa, hace dos semanas, de apoyar el Brexit por “no atender los intereses españoles” con respecto a su reclamación soberana sobre el peñón de Gibraltar, bajo dominio británico desde 1713.

Con esa “patata caliente” se fue Sánchez a La Habana la semana pasada, la primera visita de Estado para un jefe de gobierno español en tres décadas, desde que en 1986 otro socialista, Felipe González, lo hiciera a la isla caribeña.

Si bien el enfoque de la visita de Sánchez era principalmente económico, a tenor de las importantes inversiones empresariales españolas en la isla, especialmente en turismo y hostelería, al presidente del gobierno español se le criticó desde la oposición española por su negativa a realizar algún acercamiento con la disidencia cubana.

Pero los problemas de Sánchez comenzaron a su regreso de La Habana. Con el consenso de la totalidad de la Unión Europea sobre el Brexit, sólo quedaba concretar cuál iba a ser la posición definitiva española.

Y allí, muy probablemente bajo presión del eje Macron-Merkel que domina actualmente la UE, Sánchez “reculó” súbitamente, de forma inesperada, aceptando un Brexit en el que la cuestión sobre Gibraltar queda prácticamente en el aire, en realidad lejos de concretar esos “intereses españoles” a los que se refería Sánchez con anterioridad.

La ruleta rusa

Pero no fueron sólo Cuba y el Brexit los causantes de los problemas exteriores de Sánchez. Rusia también se inmiscuyó súbitamente en la agenda exterior de su gobierno en este noviembre “caliente”.

El pasado 6 de noviembre, el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, visitó Madrid en el marco de un clima de distensión en las relaciones ruso-españolas en las que el Kremlin espera que se reproduzcan a nivel europeo, particularmente tomando en cuenta el actual estado de tensión permanente entre la UE y Rusia.

Tres días después de la visita de Lavrov, el gobierno de Sánchez levantó unilateralmente el veto naval impuesto por la UE a Rusia, en la que no permite a buques rusos repostar en puertos de países miembros de la UE, a tenor de las sanciones occidentales tras la anexión rusa de Crimea en 2014.

Entre el 9 y 12 de noviembre, tres buques rusos con 700 tripulantes, siendo estos el crucero antimisiles Marshal Ustinov, el remolcador SB-406 y el petrolero Dubna, repostaron en el puerto español de Ceuta, en pleno Mediterráneo, creando inmediata preocupación en la OTAN, la UE y en Washington.

Estos fondeos de buques rusos en Ceuta ocurrieron durante una visita a Madrid del senador estadounidense Tim Kaine, al frente de una delegación de ese país. Un gesto por parte de Sánchez hacia Rusia que Washington consideró como “inamistoso”, ya que fuentes estadounidenses aseguraron que el consentimiento de Sánchez hacia el fondeo de los buques rusos en puertos españoles es diametralmente opuesto a su negativa a que lo hagan buques de la OTAN en, precisamente, Gibraltar.

No obstante, tal y como informa el diario español ABC, no es la primera vez que buques rusos fondean en puertos españoles en los últimos años. Entre 2011 y 2016, un total de 62 buques de guerra rusos fondearon en puertos españoles. Durante la anexión de Crimea, en marzo de 2014, y el posterior inicio del conflicto del Donbass en el Este ucraniano de mayoría prorrusa, otros 25 buques rusos fondearon en Ceuta y Melilla.

En octubre de 2016 lo hizo un portaaviones ruso que se dirigía a Siria para operaciones militares de apoyo al régimen de Bashar al Asad. Las inmediatas protestas de la OTAN muy probablemente persuadieron al entonces gobierno de Mariano Rajoy a suspender indefinidamente esos fondeos de buques rusos.

Pero el contexto actual de fondeos de buques rusos con Sánchez en la presidencia de La Moncloa ocurre cuando aumentan las sanciones occidentales hacia Rusia y se vienen presentando expulsiones de diplomáticos rusos en EEUU y Europa.

Todo ello también ante un escenario geopolítico de elevado riesgo, con las acusaciones de la OTAN de que Moscú presuntamente está desarrollando un despliegue de misiles nucleares de rango medio dirigidos hacia Europa del Este, en un momento en que la propia Alianza Atlántica despliega también su escudo antimisiles contra Rusia.

Por si fuera poco, la súbita renovación de la crisis ruso-ucraniana en el mar de Azov (ver artículo de ZETA “Tensión entre Rusia y Ucrania en vísperas del G-20”) le explota en la cara a Sánchez en un momento de máxima tensión en las relaciones ruso-occidentales, en vísperas de la cumbre del G-20 que empieza este 29 de noviembre en Buenos Aires.

Ante esta crisis en el mar de Azov, el presidente estadounidense Donald Trump estudia suspender su reunión prevista con su homólogo ruso Vladimir Putin en el marco del G-20, donde tratarían asuntos estratégicos de elevada importancia, con Ucrania y la OTAN como trasfondo.

Debe destacarse que, en octubre pasado, Trump decidió suspender el acuerdo de misiles de mediano alcance suscrito con Moscú en 1987, entonces en tiempos de la ex URSS. La suspensión motivó un obvio estupor y malestar en el Kremlin, empañando aún más unas relaciones ruso-occidentales que tienen ahora en Ucrania y la crisis del mar de Azov un nuevo punto de tensión, mucho más arriesgado para la seguridad europea.

Sin Ruta de la Seda

El otro punto de fricción ha sido China. Durante su visita a Madrid este 28 de noviembre, el presidente chino Xi Jinping recibió una inesperada negativa por parte de Sánchez en el cometido de ingresar a España en el proyecto de la Ruta de la Seda que Beijing impulsa desde 2015.

Sánchez le aseguró a Xi que apoyar este proyecto “ahondaría la polarización en Europa” sobre el mismo, tomando en cuenta que la Ruta de la Seda tiene en Europa Oriental a aliados importantes como Rusia, Bielorrusia, Eslovaquia o Hungría.

El presidente chino esperaba que España se convirtiera en la “puerta de Europa” de este proyecto. A pesar de los acuerdos comerciales alcanzados entre España y China en plena guerra comercial con EEUU, el objetivo central de la visita de Xi a Madrid pareció súbitamente esfumarse.

Ello intuye que, detrás de esta negativa de Sánchez a la Ruta de la Seda, están las presiones exteriores, principalmente desde Washington y Bruselas, hacia su gobierno en lo relativo a sus furtivos acercamientos con Rusia y China.

El eje atlantista Washington-Londres fortalecido tras el Brexit, observa con enorme preocupación la consolidación del eje Beijing-Moscú, el cual se ha fortalecido con mayor ahínco este 2018, ya incluso desde la perspectiva geopolítica y militar.

Este eje ruso-chino tiene dos vértices clave en el hemisferio occidental: Cuba y Venezuela. De allí que la visita de Sánchez a Cuba y los esfuerzos de su gobierno por propiciar una renovación de la “misión Zapatero” en Venezuela fueron analizados como peligro estratégico no sólo para el eje atlantista Washington-Londres vía OTAN, sino tácitamente dentro de la misma UE, particularmente con el eje franco-alemán.

Todo ello explica el súbito cambio de posición de Sánchez con respecto al Brexit y su inesperada negativa a aceptar el proyecto de la Ruta de la Seda con China.

Piden la cabeza de Borrell

Ya en el plano interno, a Sánchez también le “crecen los enanos” y las presiones desde la oposición, tanto desde la derecha del PP como incluso desde su aliado en el gobierno, PODEMOS, a la hora de pedir la dimisión de su ministro de Exteriores, Josep Borrell.

El bochornoso espectáculo de la semana pasada en el Congreso de los Diputados, con el “rifirrafe” entre Borrell y varios diputados del partido independentista catalán ERC, dejó un eco de desgaste y de daño a la imagen del gobierno de Sánchez dentro de la opinión pública española.

Las presiones por la dimisión de Borrell se incrementaron esta semana, al conocerse que el ministro de Exteriores utilizó información confidencial en una operación financiera de venta de acciones de la empresa Abengoa. Esto motivó a una multa a Borrell de 30.000 euros por parte de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

También está el plano electoral. Este domingo 2 de diciembre se celebrarán las elecciones autonómicas en Andalucía, donde la socialista (y rival de Sánchez en las primarias del PSOE en 2017) Susana Díaz, busca la reelección. Pero el contexto ya no es tan favorable como antaño, donde el PSOE tenía una clara hegemonía en esta comunidad autónoma.

Las encuestas dan una victoria a Díaz sin mayoría absoluta, pendiente de pactos, toda vez sus opositores PP y Ciudadanos mantienen sus opciones de restarle mayoría absoluta a Díaz. Pero el plano político andaluz se complica con los avances de dos nuevos partidos: Adelante Andalucía y VOX, considerado de extrema derecha.

El resultado de las elecciones autonómicas en Andalucía puede suponer un correctivo electoral para el PSOE y para Sánchez, los cuales pueden observar el desgaste y la polarización política de su otrora “feudo electoral” andaluz.

Todo ello incrementa las presiones contra Sánchez para que decida un posible adelanto de las eleccciones generales españolas, en principio previstas para 2020. Sánchez se niega a adelantarlas toda vez el apoyo a sus presupuestos generales del Estado para 2019 están en vilo, al no esclarecerse aún el apoyo de su socio PODEMOS.

En mayo de 2019 habrá elecciones municipales en España, lo cual supone un test electoral a nivel nacional sumamente revelador para medir la verdadera consistencia (si es que en realidad la tiene) del gobierno de Pedro Sánchez. Si antes tuvo que recular ante el Brexit y el eje ruso-chino, quién sabe si el contexto político actual en España no obligue a Sánchez a igualmente reconsiderar su negativa de adelanto electoral.