Por Graciela Requena
Disfruté de una de las puestas en escenas más maravillosa de cuantas he visto en mi vida: La Traviata, de Giuseppe Verdi, melodrama en III actos con libreto de Francesco María Piave, basado en La Dama de las Camelias, del escritor Alejandro Dumas hijo.
Esta producción de la Met, con ligeras variantes de anteriores producciones, resultó encantadora, bellamente acoplada, orquesta, cantantes, coro, ballet, diseño de vestuario, todo enmarcado en una escenografía espectacular que hechizó al público desde la subida del telón en el Acto I al descubrir el deslumbrante salón de Violetta Vàlery, decorado en tonalidades turquesas con guirnaldas doradas que pendían de las cenefas de los ventanales de la estancia donde se desarrollaron las alegres escenas de los placeres mundanos de la cortesana más famosa de la lírica.
Así, bajo los compases del dramático preludio impecablemente ejecutado bajo la batuta del nuevo director musical de la Met, Jannick Nézet-Ségui.