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El camino de la paz

Cardenal Baltazar Porras Cardozo – La crónica menor

El anhelo más profundo del ser humano es la paz, del corazón, del espíritu, de la convivencia fraterna y de la armonía con el mundo circundante. Desde hace 54 años los Papas nos regalan un mensaje que no quiere ser letra muerta ni deseos imposibles. Vernos en el espejo de la realidad cotidiana tiene, debe tener, la fuerza de provocar una reflexión sincera para preguntarnos “qué hemos hecho de tu hermano”. La escena de Caín y Abel no es una historieta sino la constatación de que la violencia y la muerte no es el camino de la paz, ni de la conciencia tranquila. Cuántas veces se justifica la sinrazón por conveniencias personales que generan los abusos con los más débiles.

El Papa Francisco, en esta oportunidad, parte de la experiencia generada por el Covid19 que ha puesto de manifiesto, ejemplos bellos y hermosos de entrega a los más necesitados, pero que ha dejado al descubierto las lacras de un mundo en el que la cultura del cuidado ha estado ausente, pues ese cuidado ha sido exclusivamente para el beneficio de unos pocos, en el que las mayorías no tienen cabida. “Es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción”.

La paz y la violencia no pueden marchar juntas. La enseñanza bíblica nos muestra desde los inicios que el proyecto del Creador es la confianza puesta en el hombre para que cuide y cultive el jardín del Edén. “Esto significa, por un lado, hacer que la tierra sea productiva y, por otro, protegerla y hacer que mantenga su capacidad para sostener la vida. Los verbos “cultivar” y “cuidar” describen la relación de Adán con su casa-jardín e indican también la confianza que Dios deposita en él al constituirlo señor y guardián de toda la creación”. “También es digna de mención la tradición profética, donde la cumbre de la comprensión bíblica de la justicia se manifestaba en la forma en que una comunidad trataba a los más débiles que estaban en ella. Por eso Amós (2,6-8; 8) e Isaías (58), en particular, hacían oír continuamente su voz en favor de la justicia para los pobres, quienes, por su vulnerabilidad y falta de poder, eran escuchados sólo por Dios, que los cuidaba (cf. Sal 34,7; 113,7-8)”.

La herencia del Antiguo Testamento y el ejemplo de Jesús postulan la cultura del cuidado que ha sido proverbial a lo largo de los siglos. Estar abierto a todas las situaciones humanas, listos para hacerse cargo de los más frágiles.

“La diakonia de los orígenes, enriquecida por la reflexión de los Padres y animada, a lo largo de los siglos, por la caridad activa de tantos testigos elocuentes de la fe, se ha convertido en el corazón palpitante de la doctrina social de la Iglesia, ofreciéndose a todos los hombres de buena voluntad como un rico patrimonio de principios, criterios e indicaciones, del que extraer la “gramática” del cuidado: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación”.

“El concepto de persona, nacido y madurado en el cristianismo, ayuda a perseguir un desarrollo plenamente humano. Porque persona significa siempre relación, no individualismo, afirma la inclusión y no la exclusión, la dignidad única e inviolable y no la explotación”. “Cada aspecto de la vida social, política y económica encuentra su realización cuando está al servicio del bien común, es decir del conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección”. La solidaridad y el cuidado y protección de la creación están íntimamente ligados con la paz, justicia y conservación de la creación.

Termina el Papa llamándonos a encontrar “la brújula para un rumbo común”. “A través de esta brújula, animo a todos a convertirse en profetas y testigos de la cultura del cuidado, para superar tantas desigualdades sociales”.

Desde la realidad venezolana este mensaje es un grito de alerta para que reencontremos el rumbo perdido de la convivencia y el respeto, dejando de lado las malsanas ideologías que lo único que dejan es exclusión y marginación, obligando a las personas a huir, dejando atrás sus hogares, su historia familiar y las raíces culturales. Que el miedo no nos lleve a la inacción o al caos. “No hay paz sin la cultura del cuidado. La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz”. Tenemos tarea en este 2021 que comienza con el desafío de no dejarnos seducir por los que nos quieren robar la libertad y la paz.