Por FERNANDO LUIS EGAÑA
Ser radical no necesariamente significa ser extremista o fanático, como algunos con muy mala intención pretenden hacer ver. Ser radical, en el sentido de estas breves líneas, significa tener convicciones democráticas de raíz. No sujetas a las conveniencias o intereses de turno, sino arraigadas profundamente en las bases de la democracia política, social y económica.
Un demócrata radical no puede transigir con una hegemonía despótica. Mucho menos buscar «seudo-argumentos» para defenderla, así sea con cierto disimulo. Los señores Rodríguez Zapatero, en el exterior, y sus similares en Venezuela, serán cualquier cosa menos demócratas radicales. Servir a una hegemonía los descalifica.
Un demócrata radical no puede aceptar la masiva depredación de recursos por parte del poder establecido y sus satélites de variado colorido. No es sólo una cuestión de honradez personal, sino de transparencia pública y privada, a fin de que se lograra reconstruir la confianza en el país, y se pudiera aprovechar su inmenso potencial, siendo el capital humano el más importante de todos.
Un demócrata radical tiene que luchar a fondo para superar las condiciones de catástrofe humanitaria, en la que está sumida la abrumadora mayoría de la población. Y esta trágica realidad se agravará con el continuismo de la hegemonía.
Un demócrata radical está comprometido con una República Civil, con una democracia pluralista, con un Estado de derecho, con el respeto riguroso de los derechos humanos, con una economía moderna, innovadora en lo tecnológico y productiva, con la justicia social como fundamento del bien común, con la soberanía que resida en el pueblo y la exprese en elecciones limpias.
El extremismo más perjudicial es el que abierta o solapadamente desea que la hegemonía roja se mantenga. Y tal extremismo suele sustentarse en un fanatismo que instiga a la violencia. Dos males terribles que se empeñan en bloquear el cambio para bien. Y encima se tiene la estrecha relación del poder con la delincuencia organizada, nacional y foránea.
La alternativa se encuentra en la radicalidad democrática. En una Venezuela que pueda reconstruirse, de raíz, en un camino democrático.