Navidad y Año Nuevo

píritu venezuela

*** «Estos tiempos de Navidad y de entrada al Año Nuevo, son tiempos de recuerdos y nostalgias que, con frecuencia, andan juntos», reflexiona el autor.

Por CARLOS CANACHE MATA

Estos tiempos de Navidad y de entrada al Año Nuevo, son tiempos de recuerdos y nostalgias que, con frecuencia, andan juntos. El poeta francés Paul Géraldy dijo que “llegará un día en que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza”. Ese día y los que siguen son los que llegan cuando se pasa el trance del otoño de la vida y se presenta el invierno de la senectud, que se hace comportable con el calor de las añoranzas. Y que continúa siendo tiempo para la reflexión y para la creación.

Como en saltos mágicos, la memoria nos entrega reminiscencias de la infancia y de la adolescencia que se fueron para no volver, del esplendor de la época juvenil que abrió preguntas sobre el proyecto de vida, de la adultez en que se consolida el piso de la asunción de responsabilidades, del ocaso en que se esconde el sol anunciando el principio del fin, la proximidad del final adiós. Digámoslo con muy pocas palabras: en las alas del tiempo, es vuelo fugaz el tránsito que nos toca vivir.

En estos días navideños en que ya se sienten los pasos del año que está por llegar, yo volví, montado en esas alas del tiempo, a caminar las calles de Píritu, mi pueblo natal anzoatiguense, a 6 kilómetros del mar, fundado en el año de 1656 por la primera Misión de Religiosos franciscanos, en el marco de la evangelización cristiana. Pasé con la imaginación por las calles principales –la “Calle Arriba” y la “Calle Abajo”- y por cortas calles secundarias; subí al altozano en el que está la gran  y espaciosa Iglesia colonial y mis ojos se posaron nuevamente sobre su imponente y dorado Altar Mayor; salí por la puerta lateral norte y, teniendo a un lado “El Convento”, bajé por la cuesta que conduce a la plaza construida sobre el mismo sitio donde estuvo la casa en la que nació, el día 10 de mayo de 1765, el prócer Fernando de Peñalver. 

En el año 1800, a los 35 años de edad, Peñalver se va a Valencia, que pasa a ser su ciudad adoptiva. Cuando ocurren en Caracas los sucesos del 19 de abril de 1810, momento genésico de la independencia de Venezuela, Peñalver presiona el pronunciamiento del Ayuntamiento de Valencia reconociendo la Junta Suprema establecida en Caracas. En las elecciones realizadas en octubre y noviembre de ese año 10, fue escogido, como uno de los representantes de Valencia, al primer Congreso venezolano. En la sesión del 3 de julio, se discute el tema de la independencia absoluta. Peñalver pronuncia un discurso, en el que afirma: “…Es una verdad inconcusa que los Pueblos tienen un derecho para variar su gobierno cuando es tiránico, opresivo y contrario a los fines de su institución, y que los Reyes no tienen otra autoridad que la conveniencia de los Pueblos. Es innegable que tenemos derecho para ser libres e independientes y que sobre estos principios vamos a formar una constitucion republicana. Declaremos, pues, nuestra absoluta independencia, y nos pondremos en estado de arreglar nuestros intereses sin ambigüedad ni compromisos”. Dos días más, el 5, se declara esa independencia absoluta. Después, es Presidente del Congreso, la Primera República cae con el avance victorioso de Monteverde y la capitulación de Miranda en San Mateo el 25 de julio de 1812. Es hecho preso y enviado a las Bóvedas de La Guaira y al Castillo de Puerto Cabello.

La Campaña Admirable emprendida por Bolívar en 1813 desde la Nueva Granada entra triunfante a Caracas el 7 de agosto, naciendo así la Segunda República, que cae ante la ofensiva militar de Boves en 1814. El 6 de julio, Bolívar abandona Caracas y al frente de millares de sus habitantes emigra a Oriente.  Peñalver iba en la emigración, pasando luego a Trinidad. Después de la batalla de San Félix y la toma de Angostura el 11 de agosto de 1817, a pedido del Libertador, Peñalver  viaja a Angostura el 4 de octubre de 1817, es electo diputado por la Provincia de Guayana al Congreso de Angostura, que se instaló el 15 de febrero de 1819. Al referirse a quienes participaron en ese Congreso, el historiador José Gil Fortoul dice: “Entre todos, estadistas y jurisconsultos notables, Peñalver ejercía la mayor influencia sobre Bolívar, a quien no sólo tuteaba sino que solía también contradecirle e imponerle su sensato dictamen”. En Angostura se creó la Gran Colombia al sancionar el Congreso el 17 de diciembre de 1819 la “Ley Fundamental de la República de Colombia”. Peñalver era el Gobernador de la Provincia de Carabobo cuando estalla en Valencia, a fines de abril de 1826, el movimiento separatista de La Cosiata, al que se opuso. En 1828, es electo por Cumaná diputado a la Convención de Ocaña, a la que no asistió por razones de enfermedad. Falleció en Valencia el 7 de mayo de 1837, y, desde el 5 de julio de 1896, sus inmortales huesos reposan en el Panteón Nacional de Caracas. 

Pasa el tiempo. Los días y los meses se van y vienen nuevas Navidades y se suceden los Años Nuevos. La vida humana es como una apuesta diaria que termina ganándola la muerte. Pasan sueños y ambiciones turbando el corazón de los hombres. Pasan  luchas y odios agrietando la faz de la tierra. Pasan los astros con su magia sideral por el espacio que nadie sabe donde empieza y donde termina. Pasa el olvido tapando la palpitación de las cosas. 

Pero, al igual que las evocaciones históricas que dejan huella, no pasa nunca el recuerdo de los padres muertos. 

Allá en Píritu, comenzó la madre su batalla de luz. La memoria se emociona recorriendo otra vez el camino. Su mano que nos despedía desde la puerta de la casa a la hora de partir para la escuela, mientras las mariposas alzaban su vuelo asustado desde los pozos de lluvia de las calles del pueblo. La vemos con su desvelado afán anual para que la fiesta patronal del 8 de diciembre nos encontrara luciendo ropa y zapatos nuevos. Sus ojos alumbrándonos como velas encendidas cuando juntos marchábamos en medio de las muchedumbres de las procesiones santas. Jamás se podrá olvidar que cuando una vez le hurté los centavos que dejaba en la repisa de la lámpara de carburo –todavía no se había instalado la luz eléctrica en Píritu- con voz enérgica me regañó, diciéndome “¡el dinero ajeno no se coge!”, que ha sido como el guión que normó mi actuación de hombre público. 

Lo mismo pasa con el padre: en estos días decembrinos, su imagen vuelve al encuentro. La alegría que nos embargó cuando nos llevó por primera vez a conocer el mar. Su habilidad múltiple de artesano para fabricar alhajas de oro o plata o piezas de carpintería o la excelencia de su fogatería –solicitada por los estados orientales- con cohetes y fuegos artificiales que estallaban en lo alto del aire como un puño de luces multicolores.

Durante la dictadura perezjimenista, cuando los dos –madre y padre- me visitaban los domingos en la Cárcel Modelo de Caracas, al despedirse me parecía que me iba con ellos y me sentía libre de nuevo. ¡Indescriptible el gozo alborozado cuando me recibieron en Maiquetía al regresar a la patria que había rescatado la democracia por diez años secuestrada!

A ellos y a los hermanos que también se fueron, vayan estas palabras en estos días de Navidad y Año Nuevo, días que siempre nos llenan de fiesta agridulce y de nostalgia el corazón. 

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