Mi amigo Rafael Poleo

rafael poleo
Rafael Poleo.

*** El Comisario General de la DISIP Atahualpa Montes hace una semblanza del periodista Rafael Poleo.

Por Atahualpa Montes

Lo conocí cuando ambos éramos un par de jóvenes demasiado avanzados para nuestros años. Ya para entonces Rafael era un conocido periodista que a las 23 primaveras dirigía «El Mundo » de Miguel Ángel Capriles y, por supuesto, como director del diario, estaba expuesto a lo que sus periodistas decían. Yo me desempeñaba como Inspector Jefe de la División de Investigaciones de Digepol. Ambos teníamos bastante menos de 30 años.

La memoria no me alcanza para recordar cuál fue el motivo, pero recibí instrucciones de citarlo e interrogarlo seriamente por algo publicado en el vespertino bajo su dirección.

Se presentó a nuestra sede en el edificio «Las Brisas» de Los Chaguaramos y lo tuve durante un par de horas sudando frente a mi máquina de escribir, acribillándolo a preguntas que fueron respondidas, tengo que admitirlo, con precisión de relojero y sin un sólo error que permitiera pasar a mayores en el procedimiento. Subí su declaración al Director y recomendé dejarlo ir sin mayores consecuencias.

Lo despedí personalmente a las puertas del edificio con un apretón de manos que hoy, viéndolo a la distancia, selló una amistad que ya alcanza más de medio siglo sin un sólo roce.

Nos frecuentamos en Caracas y allí en donde nos encontráramos. Como anécdota simpática recuerdo que cuando nació su hijo Francisco, hoy jefe absoluto de las publicaciones emprendidas y desarrolladas por su padre, le regalé seis mini calzoncillos de varios colores, para cumplir con aquello de «Calzoncillos Wilson, lo primero que se pone un hombre».

Recientemente, en el cumpleaños de Rafael, recordábamos eso y, viendo a Francisco, hecho un hombre, casado, empresario y magnífico periodista como su padre, nos dábamos cuenta de que hemos transitado un largo camino desde entonces hasta el exilio de los tres en esta tierra de libertades.

Hablarle de Rafael Poleo a los venezolanos es como llover sobre mojado. Su historial profesional y político es impresionante. Sobre todo, si se mira que empieza a ser notado en el mundo político y periodístico siendo apenas un joven imberbe venido de nuestro Maturín natal. Rafael fue Diputado al Congreso al menos dos veces y también Senador. Fue amigo y consejero de Ministros y Presidentes del bipartidismo nacional. Paradójicamente, fue perseguido y empujado al exilio para evitar sufrir vejaciones y maltratos que algunos le tenían reservado, lo cual logró esquivar por milímetros.

Su casa fue allanada y me ha manifestado que la saquearon, robándole incluso un valiosísimo cuadro del inmortal Pablo Picasso, además de algunas reliquias históricas como una pistola que perteneció al Libertador o a uno de nuestros héroes independentistas.

Aquí habría que decir que no hay peor cuña que la del mismo palo, porque todo ese desastre se produjo bajo el gobierno de su entrañable amigo, Carlos Andrés Pérez, influenciado por gente que al final de la historia, desgraciadamente, terminaron llevándolo al desastre político y personal que todos conocemos.

Rafael ha permanecido fuera de su país por varias décadas y me confiesa en nuestras conversaciones que no tiene muchas esperanzas en volver a nuestra tierra. Ha vivido siempre en Miami y es conocido en los círculos sociales, políticos e intelectuales porque nunca ha dejado el oficio de periodista aunque quien lleve las riendas de sus publicaciones ahora sea Francisco.

Afortunadamente para mí, sigo gozando de su amistad y confianza. Con frecuencia disfruto de su conversación anecdótica y de su tan invariable como agudo sentido del humor, que a pesar de los años permanecen intactos.

Creo que de aquellos tiempos en los que en Venezuela se vivieron tiempos de tempestades político-sociales, que convulsionaron al país durante años, Rafael Poleo en su doble condición de periodista y político, le brindó a nuestra patria un aporte importante que algún día deberá ser reconocido en su justa medida.

Por lo pronto, me siento honrado de contar con su amistad probada y vuelta a probar a través de los años sin sufrir, como decía al principio, ni una sola fisura.

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