***A juicio del autor, lo que Trump desea con vehemencia es regresar al poder y hará lo que sea necesario para ello.
Por Carlos Alberto Montaner
Copio de una cubierta de Insider una publicación usualmente bien informada: “La extrema derecha está convocando a la guerra civil después del allanamiento del hogar de Trump”. Y a continuación hacen una necesaria salvedad: “Los expertos afirman que no se parecerá a la última” (1861-1865).
Es cierto: será diferente a la de la segunda mitad del siglo XIX, serán actos terroristas aislados, pero tendrán una cosa en común: la peligrosa división de la sociedad. Antes era el destino de los negros esclavos en una república guiada por principios liberales. Ahora es el método de contar los votos. Los republicanos piensan que los demócratas hacen trampa. Michel Lindell, un imaginativo republicano, autor de las más intrincadas teorías conspirativas, vendedor de almohadas y sueños, afirma aunque sean mentiras, que los demócratas hacen trampa en los “estados bisagras”, arrebatándole la victoria a Donald Trump.
Sigo. Una encuesta, divulgada por Spectrum News establece que “prácticamente el 30 % de los estadounidenses piensan que ellos deben tomar las armas en contra del gobierno de la nación”. Ahí se inscribe la lucha contra el FBI.
En efecto. En 1860 unas elecciones le dieron a Abraham Lincoln la victoria por un estrecho margen. Parte de los estados sureños se prepararon para la secesión. El tema de la esclavitud era parte de lo que sin duda vendría. Lincoln, aunque repetía con mucha gracia los chistes contra los negros (los únicos que no se reían eran los negros), sabía que estaba rematadamente mal afirmar que “todas las personas eran iguales ante la ley”, el postulado clave de la República, y dejar fuera de ese principio a los negros.
Un siglo antes, los “padres fundadores” habían ignorado este precepto. George Washington (uno de los hombres más ricos de las 13 Colonias), liberó a sus esclavos después de muerto, mediante un documento de “última voluntad”.
Thomas Jefferson, el tercer presidente pensaba que las próximas generaciones serían las encargadas de solucionar ese endiablado problema. Ni siquiera se ocupó en vida de liberar a la bella mulata Sally Hemings, su concubina de 37 años, o a sus hijos, que servían en Monticello. Sally le sirvió para paliar la soledad que le dejó su mujer Martha Wyles Skeleton tras morir. Sally le había parido seis hijos, cuatro de los cuales llegaron a la madurez. Dicho sea de paso, Martha y Sally eran medio hermanas por parte del rijoso padre, pese a la disparidad en las edades. Sally era una niña pequeña cuando murió Martha. Jefferson la “descubrió”, nunca mejor dicho, a los 14 años.
James Madison, el cuarto presidente de Estados Unidos, creía que separarse de la Corona británica era el principal objetivo de la insurrección y ante esa descomunal tarea todo palidecía. Si se le agregaba la liberación de los esclavos negros se perdía el foco y no se conseguiría ni lo uno ni lo otro. En todo caso, hasta Zachary Taylor, a mediados del siglo XIX, fueron 12 los presidentes norteamericanos que tuvieron esclavos. Mientras 1.715 legisladores poseyeron “personas de color”, es decir negros. La mayor parte, miembros del partido demócrata.
Tal vez por eso es mucho más significativo lo que ha sucedido. El Partido Republicano, el de Lincoln, el que liberó a los negros, ha cedido con Donald Trump sus posiciones de arrancada, y es el de los blancos, mientras el Partido Demócrata, semillero del KKK, es el que les ha abierto los brazos a la diversidad profunda y extendida que se observa en la sociedad estadounidense.
¿Qué ha ocurrido? Se ha abierto paso la intolerancia religiosa. Trump le vendió su alma a los evangélicos. No es que a él le importe mucho (o nada) el destino de las mujeres que quieren tomar sus propias decisiones con relación a su cuerpo. Lo que él desea con vehemencia es regresar al poder y hará lo que sea necesario para ello.
¿Puede desatar Trump una guerra civil? No lo creo. No podrá hacer daño. Afortunadamente, el camino que encontró es muy angosto. Se le oponen, en números grandes, las mujeres, los “color people”, incluidos los hispanos, los judíos, y la alegre lista de los LGBTQ, amén de los blancos educados que creen que América se enriqueció en el comercio internacional intenso, y no comulgan con el nacionalismo extremo que este caballero quiere imponer. No va a conseguir nada.
Las opiniones publicadas en Zeta son responsabilidad absoluta de su autor.