Según el autor, a Lula le han impuesto una verdadera camisa de fuerza política que condiciona y limitará toda su futura gestión, si es que gana.
Por Antonio A. Herrera-Vaillant
La solidaridad automática e irreflexiva entre izquierdas es notoria. Recién hizo paroxismo en el enfoque de ciertos encuestadores, analistas y medios sobre las elecciones brasileñas, junto a la intervención de asomados externos como Gustavo Petro, Alberto Fernández, entre otros. Basta leer las exclamaciones de un embajador latinoamericano en Caracas -notorio lagarto y chaquetero en su tierra- celebrando eufórico en Twitter la ventaja de Lula.
La extrema izquierda tiene innata tendencia a la cursilería, la hipérbole y el histrionismo y vive saltando la valla entre lo sublime y lo ridículo. Muchos se nutren exclusivamente de sus propios delirios persecutorios y alternan sólo con congéneres, creándose una burbuja paralela que distorsiona la realidad.
Que Bolsonaro sea un energúmeno irresponsable -como lo es Trump- no tiene discusión; pero es el colmo del cinismo metamorfosear a un viejo politiquero, cínico y chorizo, y postularlo como única alternativa para mantener la democracia en Brasil.
En geopolítica global todo este ejercicio electoral en Brasil da más o menos igual: Tanto Bolsonaro como Lula alocadamente han intentado justificar al sicópata Putin en su locura ucraniana, pero a la hora de la verdad está clarísimo que ambos bailarán samba con el bando que luzca triunfante, sumando cero al tema por el camino.
En este Hemisferio, Lula será sin duda más propenso a pelotear a las dictaduras de izquierda…mientras eso le resulte ventajoso pecuniaria o políticamente. Pero hasta allí.
Internamente, los brasileños han propinado un fuerte varapalo a la desorbitada hueste tremendista, comenzando por los modernos oráculos tarifados que ahora se hacen llamar encuestadores: Le han impuesto a Lula una verdadera camisa de fuerza política que condiciona y limitará toda su futura gestión, si es que gana. Todo terminará en “papo furado”, como dicen los cariocas.
Los intensos “progresistas” -como se hacen llamar- han tomado por hábito caricaturizar, difamar y execrar a cualquiera que discrepe de ellos, etiquetándoles de “fascistas” y otros motes con la misma ligereza con que ciertos prelados medievales lanzaban excomuniones. Y el tiro les va saliendo por la culata.
Los resultados de la elección brasileña -junto al contundente rechazo al espeluznante mamotreto de constitución chilena- advierten a la izquierda prudente que alcahuetear excesos e intolerancias de una banda de puritanos fanáticos que aspiran a convertirse en la Inquisición del siglo 21 es clave para entender el indignado ascenso de una derecha radicalizada en todo Occidente.
(*)1 Bla-bla-bla en coloquial carioca
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