Para el autor, hay que hacer el esfuerzo de comprender que la política es compleja y sus respuestas muchas veces son insatisfactorias.
Por Julio Castellanos
Recientemente pude ver una conferencia TED a cargo de Kiko Llaneras, titulada “la política es compleja (y negarlo es peligroso)”, el conferencista de forma muy amena y clara explicaba que la política como actividad humana es muy compleja, los problemas que se enfrentan son difíciles, las soluciones aplicadas tienen grandes dosis de incertidumbre y los deseos de los individuos, la más de las veces, son contradictorios y antagónicos entre sí. Lamentablemente, la gente suele creer y buscar soluciones fáciles y sencillas a los problemas complejos y eso, no solo es incorrecto, es también muy peligroso.
En Venezuela podemos constatar esa peligrosidad. La inflación es un problema económico que amerita para su solución, entre otras cosas, un Banco Central independiente, autónomo, profesional y responsable, un ministerio de finanzas comprometido con la disciplina fiscal y la eficiencia del gasto público, una gobernanza económica tripartita que asegure la paz social entre patronos y obreros, seguridad jurídica para la inversión productiva y una estabilidad institucional que genere confianza. Pero todo eso es complicado, difícil de entender, aburrido, tedioso y sus resultados son sólo evidentes en el mediano plazo. El demagogo y el populista, dicen por su parte, que la inflación es culpa del comerciante, que ese señor que atiende la bodega quiere enriquecerse con el hambre del consumidor, convirtiendo un problema económico complejo en un simple problema policial – criminal. Pongamos presos a los comerciantes y se soluciona la inflación. ¡Si Luis!
El problema es que la simpleza de los remedios sugeridos por los populistas es cautivadora, emocionante, su positivo resultado se podrá ver al día siguiente. Solo hay que tener un líder indiscutido e indiscutible frente a una cámara de TV, en cadena nacional, diciendo que los comerciantes, ahora criminales, se enfrentarán a los cuerpos de seguridad del Estado que estarán fiscalizando y sancionando a todo aquel que no tenga precios justos y, obviamente, no faltarán los “clientes” ávidos de participar en esa especie de saqueo institucionalizado. Los gritos de “así, así, así es que se gobierna” se escucharán junto con los aplausos, pero, a la vuelta de la esquina, estará la escasez.
Al llegar la escasez, siendo que es un problema complejo porque amerita restituir los incentivos económicos a la inversión, reconstruir cadenas de distribución y comercialización, reponer existencias, entre otras soluciones poco vistosas, poco épicas desde el ojo de tumulto callejero, dejarán surgir nuevamente al demagogo que dirá que el problema son los acaparadores, los bachaqueros, los enemigos del pueblo, recrudeciéndose la cacería de brujas.
El populismo es, por definición, el intento de dar respuestas simples a problemas complejos. Crea enemigos y divisiones donde no los hay para reducir todo a buenos contra malos, verdad contra mentira, justicia contra crimen y, con cada conflicto sin solución, hacerse con más poder. Opera la idea, gracias a las ideologías utópicas (el comunismo o el fascismo), de que el hombre nuevo y la sociedad perfecta están al alcance de la mano y, si ello es así, se debe alcanzar a cualquier costo… si, a cualquier costo. Incluyendo, lógicamente, el asesinato, la tortura, el exilio o la guerra. Los venezolanos nos sabemos de memoria ese cuento.
Hay que hacer el esfuerzo de comprender que la política es compleja y sus respuestas muchas veces son incompletas, inciertas e insatisfactorias. Incluso, al decir de un gran pensador, Isaiah Berlin, “No se puede tener todo, ni en la práctica, ni en las ideas”. Todos los individuos tenemos valoraciones distintas y deseos distintos y, en la realidad, valores como la libertad, el orden, la igualdad, la justicia, la seguridad son contradictorios entre sí.
Si se quiere libertad se tendrá que sacrificar un poco la igualdad, o viceversa. No se puede andar creyendo que entre nosotros caminan santos y demonios, no se puede ni confiar a ciegas, ni odiar a ultranza, todos somos humanos y por tanto tenemos una repartición similar de virtudes y defectos dentro de cada uno. La solución no es exterminar a quien no piensa como yo, eso sería inhumano, lo adecuado sería apelar democráticamente a la negociación y a los compromisos compartidos. Eso nos llevará al mundo de las soluciones complejas para los problemas complejos de la política, que es sinceramente mucho mejor que el insufrible mundo de la simpleza que vistosamente vende el populismo.
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