Julio Castellanos: Otro día del Orgullo LGBTIQ+

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A juicio del autor, en Venezuela se estima que la comunidad LGBTIQ+ es aproximadamente el 9% de la población, casi 3 millones de personas, muy difícil presumir que vinieron de fuera, “no chico, nacieron aquí”.

Por Julio Castellanos

Si tengo buena memoria, que creo tenerla, la primera vez que fue reseñada en la prensa venezolana una manifestación pública de la comunidad LGBTIQ ocurrió en 1997 y el medio que lo reseñó, en su portada, fue El Nuevo País. La lucha por su visibilidad, respeto y derechos humanos de la comunidad LGBTIQ no es nueva. Para nada responde a una «conspiración global contra la familia», «una agenda globalista» o «el pernicioso impacto de las redes sociales», al contrario, tal como lo han apuntado desde los 90s las asociaciones internacionales de psicología y psiquiatría, las conductas del espectro LGBTIQ+ se corresponden con aquellas asociadas a individuos mentalmente sanos, es decir, no forman parte del índice de enfermedades o desórdenes mentales.

La ONU, la OEA, la CIDH y la CorteIDH han ratificado acuerdos, tratados, declaraciones y sentencias que apuntan a declarar que los ciudadanos LGBTIQ+ deben ser iguales ante la ley, deben tener derecho al matrimonio civil, sus familias deben gozar de respeto y garantías jurídicas, no deben sufrir discriminación laboral o sanitaria, debe respetarse su identidad y ser reconocida en los documentos legales y, además, deben gozar de las mismas libertades que el resto de los individuos para la expresión de sus afectos y personalidad. Sin embargo, la resistencia de las instituciones gubernamentales en Venezuela a tales ideas es tenaz. Enfermizamente tenaz.

A efectos de bloquear cualquier reforma legal que permita a los miembros de la comunidad LGBTIQ+ el goce de sus derechos humanos se usan todas las herramientas disponibles. Primero, como no decirlo, argumentos religiosos de todo tipo, como si en el vértice superior de nuestro ordenamiento jurídico estuviese la Biblia en vez de la Constitución. Señores, entérense, Venezuela es un Estado Laico, no desde ayer, desde el siglo XIX.

Luego vienen los argumentos conspiranoicos, «estas son cosas que vienen de otros países y culturas», esto es un invento de los Iluminati, del foro de Davos, de los ricos, de los poderosos, de los comunistas o de los reptilianos para destruir a la familia, porque «hombre es hombre y mujer es mujer», «la familia es papá, mamá e hijos». Pero terca realidad, en Venezuela se estima que la comunidad LGBTIQ+ es aproximadamente el 9% de la población, casi 3 millones de personas, muy difícil presumir que vinieron de fuera, no chico, nacieron aquí. Terca realidad, muchas familias en Venezuela, aunque no sean reconocidas como tales por las leyes, están compuesta por dos mamás, por dos papás, por solo un padre, por solo una madre, con hijos, sin hijos, con hijos biológicos o con hijos adoptados.

Luego vienen los preocupados por la infancia. Acusan a toda la comunidad LGBTIQ+ de pedófilos, temeraria declaración considerando que esos delitos sexuales son ejecutados por personas de todo tipo, incluyendo religiosos. A ese respecto indican que debe invisibilizarse a toda la comunidad LGBTIQ+ para que no sean vistos por los niños y puedan seguir su mal ejemplo, que no deben aparecer ni en las películas porque eso sería «inclusión forzada» y que en la escuela no se puede hablar de que existen esas identidades y orientaciones sexuales porque de eso, pues, no se habla. Pues bien, alguien debe recordar que existió un señor de nombre Sigmund Freud que comprobó que la conducta sexual aparece en tempranas edades.

Asimismo, debe entenderse que tapar el sol con un dedo no tiene mucha utilidad. Que tarde o temprano los jóvenes se enterarán que existe, más allá del hogar y la escuela, el resto del universo y que mejor sería orientarlos, proporcionarles educación completa y de calidad para enfrentar con seguridad y conocimiento la realidad del mundo. Pero además, ¿Qué sucede con los niños que pueden mostrar conductas dentro del espectro LGBTIQ+? ¿Les golpeamos hasta que aprendan que «mujer es mujer y hombre es hombre» o los metemos en una terapia de conversión de las que venden en algunas confesiones religiosas aunque tales cosas son calificadas internacionalmente como actos de tortura? ¿Eso es amor a la infancia?

Llega otro día del orgullo con ese contexto, con ese ambiente contaminado de argumentos tan vergonzosos, tan anacrónicos, tan antihistóricos, tan inhumanos. ¿Qué hacer? ¿Rendirse? Nunca. Al menos en lo que a mí respecta, no pierdo la esperanza de ver que el amor triunfe sobre el odio, que la democracia pueda vencer al militarismo, que la libertad derrote a las cadenas y que la luz de la razón haga desaparecer la oscuridad del misticismo.

Las opiniones publicadas en El Nuevo País son responsabilidad absoluta de su autor.

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