JULIO CASTELLANOS: Caldera: un imprescindible referente para la derecha

CALDERA

El autor destaca que, aunque personalmente suscribe ideas de izquierda, apela reflexivamente al pensamiento inteligente y claro de Rafael Caldera como referente indudable de la derecha venezolana del siglo XX, y cuya solvencia histórica es intachable.

Por Julio Castellanos

La democracia cristiana es una doctrina política, nacida en el seno de la Iglesia Católica, que se opone y decididamente se enfrenta al comunismo. La Iglesia comprendió, con mucho tino, que el comunismo representaba un desafío directo no solo para la fe, sino también para la vida social y para la libertad personal. Esa preocupación se puede leer en las encíclicas papales Rerum novarum y Quadragesimo anno, sendos documentos que dan origen a la doctrina social de la Iglesia. Ciertamente, constituye un pensamiento político que podría ubicarse, en el marco impreciso y limitante de la díada izquierda – derecha, en la centro derecha, pero la densidad de sus reflexiones y, más importante aún, su trascendental obra, hacen que la democracia cristiana condene con igual vehemencia tanto al comunismo como al fascismo, al militarismo y al totalitarismo.

El principal referente de la democracia cristiana en Venezuela fue Rafael Caldera, no solo por fundar al partido COPEI sino también por haber ejercido en dos oportunidades la presidencia de la república y dejar para la posteridad mucho de su pensamiento por escrito, en negro sobre blanco, en libros y artículos (en la actualidad los políticos ágrafos sobran por dos razones: 1. No tienen ideas 2. Las ideas que tienen les avergüenzan).

El actual contexto, en el cual existe una justificada alergia y aversión a todo lo que huela o se designe bajo el rótulo de «socialista» a razón de la calamidad pública que han significado los largos años de gobierno de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, me han hecho temer que si bien es positivo que la ciudadanía apunte a un cambio a 180°, algunos autodenominados liberales (unos por arrime al previsible éxito electoral y otros por lecturas incompletas) se confunden y confunden a otros con la idea de que al supuesto y desastroso socialismo aplicado en esta últimas décadas se le debe sustituir con el individualismo extremo, el afán de lucro y el Estado Mínimo e indolente.

Por eso, aunque personalmente suscribo ideas de izquierda desde que me conozco, apelo reflexivamente al pensamiento inteligente y claro de Rafael Caldera como referente indudable de la derecha venezolana del siglo XX, cuya solvencia histórica es intachable, para que esos liberales de hoy puedan encontrar mejores referentes que el partido Vox de España, que Trump en USA, Bolsonaro en Brasil o Milei en Argentina ¿por qué escarbar en el fango de otros patios si tenemos un cuidado jardín en nuestra pequeña parcela del pensamiento?. Invito a estos liberales a buscar el artículo titulado «Los Grandes Problemas Nacionales», publicado el 15 de enero de 1936 en El Universal. El contexto era el de un país donde una dictadura sobrevivía a un dictador recientemente fallecido, una estructura autoritaria ejercía el poder para beneficio exclusivo de sus personeros quienes habían llegado al poder tras la «Revolución Liberal Restauradora».

Nos dice Caldera: «El desarrollo absorbente del individualismo, al pretender deidificar a la igualdad, la libertad y la justicia, ha conducido paradójicamente a un resultado opuesto. Al legislarse para individuos teóricamente iguales se dejó en espantoso desamparo a los más débiles. La libertad libérrima de contratar fue el arma más potente para el privilegiado, como lo hubiera sido para el cuerdo si un idealismo equivocado, bajo pretextos de igualdad, hubiera dejado sin curatela al pródigo, sin tutela al demente» y – continúa – «La historia ha demostrado hasta la saciedad la necesidad perentoria de que el Estado, ejecutor de la justicia, vaya a la defensa de ésta protegiendo al que es débil económicamente. Si él construye y sostiene hospitales en auxilio de aquellos que están corporalmente enfermos; si protege a los niños; si dentro del radio de la vida física defiende al agredido; debe añadir a estas encomiables actitudes la tutela del desprovisto de recursos que se encuentra por ello a la merced del enemigo».

A juicio de Caldera, existen dos extremos viciosos: «la teórica libertad del igualitarismo ha garantizado un ambiente de injusticia porque los prepotentes se han cegado ante el afán de lucro. El elemento trabajador ha sido únicamente un instrumento de ambición y llega a estar privado de un mínimum de bienestar que moralmente debe asegurarle el Estado. Esta tremenda situación lo exaspera. Se hace campo propicio para la agitación y el extremismo. Se torna en instrumento de agitadores hábiles que truecan sus legítimas aspiraciones de justicia en tremendos anhelos de venganza. Mientras más ciegamente se empecina el sistema egoísta, más precipita su reacción, que desbordada, se hace incapaz de detenerse en su lugar cabal. Del uno se pasa inevitablemente al otro extremo que, aunque opuesto, es hijo del primero. La justicia es necesaria víctima de ambos».

El joven Caldera propone una solución: «Se impone  adelantarse a la reacción. ¿Cómo? Restaurando el imperio de la equidad. Previniendo el mal antes de que se agrave. Es criminal esperar que las fuerzas sociales se desborden. Una sabia política social que proteja debidamente al trabajador hará imposible que los instigadores pagados para conmover los cimientos sociales encuentren en los pechos nobles de nuestros ciudadanos un sentimiento de justa indignación, fácil de ser cambiado en odio destructor y anárquico, perjudicial a unos y otros, criminal a la patria y solo productivo para quién sabe quiénes que encontrarán su festín en la matanza».

Esas ideas no son de un comunista, no son de un social demócrata, son de un demócrata cristiano referencia innegable de la derecha venezolana inteligente y razonable cuyo brillo nos llega hasta hoy porque quienes defienden la justicia merecen la eternidad de su legado para la posteridad y beneficio de las futuras generaciones. A los liberales de hoy, beneficiarios de un presente confuso, cuyas simpatías se calculan en millones y que tienen hoy la oportunidad de liderar la democratización de Venezuela, por favor, no pierdan la oportunidad de nutrirse de estas ideas. Todos debemos apostar a que si la transición hacia la democracia finalmente empieza no sea una fugaz experiencia, al contrario, si nuestro país logra salir de esta cueva oscura llamada «Revolución Bolivariana» sea para no regresar a ella nunca más.

Las opiniones publicadas en El Nuevo País son responsabilidad absoluta de su autor.

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