BORIC

¿Es el fin de la comezón constitucional?

Sin duda alguna el principal vencedor fue la ciudadanía, que volvió a rechazar a la clase política, señala Ricardo Israel.

Por Ricardo Israel

La palabra “comezón” viene del latín y según la actualización 2023 del Diccionario de la Lengua Española es también “desazón moral, especialmente la que ocasiona el deseo o apetito de algo mientras no se logra”. No es por cierto la recordada comedia de 1955 que con Marilyn Monroe hacía alusión al séptimo año, sino que más bien fue una comedia de equivocaciones que duró cuatro años, que venía de antes y que, a pesar de dos referéndums, puede reaparecer en el futuro, aunque no ahora, se nos dice, incluso por el presidente Gabriel Boric. El resumen es calificarlo de triunfo de la ciudadanía sobre la clase política, en que el pueblo ya había demostrado la sabiduría de la que carecieron las directivas partidarias.

Chile hizo un perfecto giro de 360 grados toda vez que regresó exactamente al punto de partida, la constitución que tuvo su origen en la dictadura del general Augusto Pinochet, pero que al final terminó siendo aceptada como lo que realmente es, una constitución que lleva la firma del presidente** Ricardo Lagos**, que es la más reformada en la historia, tanto, que, pese a su origen, es plenamente democrática, y que contiene articulado diverso, incluyendo normas conservadoras, socialdemócratas, liberales.

Una constitución que ya debiera estar legitimada, con electores cansados de una maratón de varias elecciones, una detrás de otra, y donde se produjo una verdadera lotería electoral, ya que el humor de la ciudadanía cambió con rapidez, con triunfadores de una que pasaron a ser los perdedores de la siguiente. Los mejores ejemplos se encuentran en los dos referéndums, donde el año pasado rechazaron por un 62% la propuesta de la Convención Constituyente de una refundación total del Chile que hemos conocido desde la independencia, dejando hasta el día de hoy al gobierno del Frente Amplio sin proyecto de cambio revolucionario.

Este 17 de diciembre, por un 55,76% de los votos, también rechazaron una propuesta donde entre sus redactores predominaron esta vez los constituyentes de derecha. Después de haber leído los 216 artículos y 62 disposiciones transitorias, mi voto fue a favor y no me arrepiento, ya que contaba con cambios variados, algunos menores, pero que la hacían una mejor constitución, lo que fue explicado en una columna anterior. En todo caso, la mayoría fue lo suficientemente abrumadora para que, esta vez, sí se espere que le hagan caso a la ciudadanía, y no se insista con otro proceso.

Aunque la gran derrotada fue la buena política, hay, por cierto, ganadores y perdedores. Por ejemplo, la ex presidenta Michelle Bachelet volvió a ser la lideresa indiscutida de su sector, lo que no ocurrió con José Antonio Kast que, al equivocarse, no logró ser el único referente del suyo, y por querer asegurar su candidatura, en este fracaso quizás perdió la próxima presidencial. Quien emergió como gran figura transversal fue el ex presidente Lagos, quien no solo destacó por defender con muchos argumentos esos 30 años tan criticados, demonizados por ultras de izquierda y derecha, pero que, sin embargo, han sido de los mejores de la historia. Además, que, por decisión del pueblo, su firma va a seguir presente en la constitución.

Sin duda alguna el principal vencedor fue la ciudadanía, que volvió a rechazar a la clase política, que la vez anterior no escuchó la voz de las urnas, y convocó a este proceso, donde fue derrotada la partidocracia, que se creyó superior al elector soberano. Y dado el escaso interés popular en este segundo proceso, se nos asegura que no va a haber un tercero, al menos por ahora, lo que no significa que se hayan acabado los intentos, solo que van a ser distintos.

Como siguen siendo numerosos aquellos que prefieren el relato sobre los hechos, mi impresión es que el nuevo esquema para intentarlo de otra manera no va a ser una estrategia de asalto frontal, sino atacando los fundamentos de esta constitución que radican en las llamadas Leyes Orgánicas Constitucionales (LOC), es decir, conjunto de normas, de tal modo importantes, que su reforma requería de un quórum especial. Por ejemplo, existe un capítulo cuyos artículos se refieren al Banco Central, y obviamente el modelo económico no se sostiene igual si se pierde la autonomía que la carta magna le confiere a esta institución, al impedir la impresión de dinero para fines populistas, según el gobierno de turno.

Si se revisan los últimos cuatro años, se observa que la economía resistió mejor de lo esperado la crisis interna y externa, pero obviamente sin esta autonomía el resultado no hubiera sido lo mismo.

Las LOC cubren distintas materias, pero en caso de que hubiesen votos suficientes para cambios bruscos, el peligro de una estrategia de avance más pausado se hace posible debido a que en 2022 una reforma constitucional del Congreso rebajó algo medular, ya que el quórum para modificar la constitución fue cambiado desde los 3/5 a los 4/7, con lo que queda claro para cualquier conocedor de la política chilena, que puede ser logrado en alguna elección próxima, sobre todo, si después de tantos cambios electorales, quizás Chile podría experimentar en el futuro con un tipo de político que ha sido escaso en su historia, el caudillo populista.

A mi juicio, no solo es falso, sino que le ha hecho daño a Chile que se hable de una supuesta “excepcionalidad” en relación con el resto de la región, como también que es exagerado hablar del funcionamiento permanente de las instituciones, lo que estuvo bajo muchas dudas en octubre de 2019. Lo que ha existido y es de lo más admirable de su historia, es la capacidad de canalizar e institucionalizar el conflicto. Ejemplo de ello fue la forma como el país pudo superar la dictadura militar a través de un referéndum en 1988, y como a partir de octubre 2019, se pudo encontrar una salida institucional y pacífica, incluso en momentos en que el país pudo haber perdido nuevamente la democracia, en que pareció que iba con ojos vendados camino al despeñadero, lo que no ocurrió, a diferencia de otros países, donde se reaccionó cuando ya era tarde.

En la región han abundado los caudillos populistas y los ha habido de derecha e izquierda, civiles y militares, siendo los peores aquellos con gusto por el autoritarismo, y la mejor forma de evitarlos sería que Chile aprovechara la oportunidad que se ha abierto para buscar un acuerdo político, en la forma de un Pacto, de un Gran Acuerdo Nacional, uno que se enfoque en los problemas que hoy parecen más urgentes que hace cuatro años.

Hoy predomina la incertidumbre, lo que se ha unido a una crisis económica, a falta de inversiones, las que en un país minero como Chile requieren de estabilidad en las reglas de juego, muchos miles de millones de dólares y años de maduración. Hay mucha preocupación por el aumento de la delincuencia y sensación de inseguridad, no algo nuevo, pero sí a niveles hasta ahora desconocidos.

El Gran Acuerdo debe contemplar políticas para abordar esos problemas como también un compromiso para la generación de los recursos necesarios para el crecimiento económico y para llegar a dos metas no logradas en la región, la del desarrollo social y económico capaz de financiar la sociedad de bienestar a la que aspira la mayoría, y una democracia de calidad, que a diferencia de la de transición que todavía predomina, no basta con que funcionen las instituciones, sino que estas deben hacerlo bien y con prestigio.

Ningún país de la región ha estado cerca, quizás lo fue Argentina antes de Perón como también pareció en algún momento que Venezuela podría lograrlo antes de Chávez. También Chile avanzó mucho, tanto que para estos años se aspiraba en 2018 a alcanzar 2024 el ingreso per cápita de Portugal, tan sólo que, en los tres países, fueron decisiones internas, de sus propios habitantes, los que los alejaron del camino que estaban transitando.

A Chile ahora se le ofrece la oportunidad de recuperar ese camino a través de un gran Pacto. Sin embargo, nada indica que sea posible alcanzarlo, aunque nada tampoco auguraba que después de una larga dictadura, Chile iba a ingresar, sin firmar ningún papel, a tres décadas, de las mejores de su historia, con avance en casi todas las áreas, incluyendo disminución de la pobreza y de la desigualdad, que así fue, a pesar de todas las noticias falsas dichas, partiendo por las del Frente Amplio para llegar al poder.

Durante tres décadas existió una mayoría de centro, centro izquierda y centro derecha, por lo que al menos parte de estas fuerzas podrían llegar a este acuerdo. Sin embargo, por su escasa importancia actual, nada apunta hacia allá, por lo que mucho más probable es que Chile anticipe desde ya su próxima campaña presidencial.

De partida, la derecha debe sentirse muy desilusionada del último resultado, y seguramente va a ingresar a un periodo de cuchillos largos entre las alternativas de un Kast debilitado y de una ascendente representante del sector más tradicional, y política de larga trayectoria como lo es la alcaldesa Evelyn Matthei. Por lo demás, generalmente en Chile, la derecha invierte más esfuerzos en ajustar cuentas internas que en confrontar a sus adversarios.

La izquierda, por su parte, además de la reaparición de la ex presidenta Bachelet como figura superior, tiene tres hilos para una primaria, la ministra del interior Carolina Toha, la también ministra Camila Vallejo del partido comunista, y alguna figura emergente del Frente Amplio como sucesor directo del presidente Boric.

Por su parte, el centro político y la ex concertación no parece tener otra figura del calibre del ex presidente Ricardo Lagos y solo sus 85 años podrían disuadirlo.

Y ahora, ¿qué viene para Chile?

Política y democracia, exactamente lo que permitió que los electores sacaron al país de los problemas en que los partidos lo habían metido.

Chile tuvo una muy buena generación en la transición, pero no en los últimos años. Sin embargo, ahora se les ofrece la oportunidad de rehabilitarse, ya que en un país cansado de la incertidumbre y de la lotería electoral, la nueva etapa se desplaza a un lugar habitual para su ejercicio como es el Congreso, tanto para la posibilidad de un Acuerdo o Pacto como las reformas a la constitución que sean necesarias, si es que lo son.

Chile está cansado y necesita que se entienda que todo proceso tiene un punto final, que no hay procesos eternos. Sin embargo, ningún sector político parece tener clara la propuesta que desean acercar para este nuevo escenario, el del post referéndum.

La generación política de la transición tuvo el 90, en ambos sectores, la comprensión que había que ofrecer. a diferencia del 73, una propuesta que contemplase a la mayoría del país y no a un solo sector, lo que no entendieron Boric y el Frente Amplio, que llegaron con una ilusoria superioridad moral.

La transición aportó logros históricos, no solo en la reducción de la pobreza sino también en el surgimiento de una extensa clase media, la que trajo consigo una novedad histórica, ya que por vez primera no fue el fruto solo del Estado, sino fundamentalmente esta vez lo fue por la acción del mercado. En otras palabras, Chile tuvo una modernización capitalista y el proceso fue en cierto modo similar al de la socialdemocracia y la Democracia Cristiana de la Europa de posguerra, ya que se impulsó la redistribución de lo logrado,

Aún antes, Aylwin había tenido ya a mediados de los 80, el acierto de reconocer a tiempo que, a pesar de todas las críticas, la constitución podía servir para ganar el plebiscito como también para impulsar un gran cambio democratizador, y calificar al texto de “conservador” era trasladar al siglo XX un debate más propio del siglo anterior. Era, por lo tanto, un tema que debería ser abordado con criterios de pragmatismo, y no actuar como barras bravas.

Parte del deterioro político de Chile fue que perdió de vista que el éxito de la transición tuvo lugar porque se respetaron tres reglas de oro: el consenso como medio, el respeto a la ley como objetivo, y la prudencia de no pedir imposibles, lo que empezó a fenecer cuando la Concertación fue reemplazada por la Nueva Mayoría en el primer gobierno de Bachelet, con el Partido Comunista en la nueva coalición y que culminó en la desaparición de la Concertación como protagonista, por algo que hasta el día de hoy no tiene adecuada explicación, que salvo Lagos, los autores de ese éxito político, social y económico, no fueron capaces de defender su logro, cuando la violencia inaugura la nueva etapa del “octubrismo” en 2019. Allí surge otra pregunta sin respuesta: ¿Por qué la centroderecha de Piñera entrega algo que nadie le había solicitado, al ofrecer una nueva constitución? ¿Fue por cobardía? Para que su gobierno no cayera ¿prefirió este camino, en vez de hacer uso de los instrumentos a su alcance para derrotar la violencia?

Fueron cuatro años perdidos, con mucha mentira y oferta falsa entremedio, aunque realmente todo partió antes. Al respecto, puedo ofrecer mi propio testimonio, ya que en la campaña presidencial donde competí en 2013, se ofreció por parte de la candidatura Bachelet algo que no era posible, al menos sin reforma constitucional, cual lo era una Asamblea Constituyente.

De hecho, mucha gente votó por esa oferta, y de tal modo no era posible, que, a pesar de lo anterior, solo en los últimos días de su mandato se depositó en el Congreso una propuesta de reforma constitucional, con contenidos razonables, y sin Asamblea Constituyente, y allí permaneció sin activación. En un clima electoral, me incluyo en los pocos que argumentaron que no era posible sin que se reformara la constitución, como efectivamente se tuvo que hacer años después, pero mucho más me desilusionó la casi unanimidad de apoyo periodístico a la idea de la Asamblea, y aún peor, constitucionalistas que adhirieron sin agregar que sin ese paso no se podía hacer.

Estas líneas aparecen para recordar que el realismo mágico constitucional no surgió de la noche a la mañana, sino que tuvo años de incubación, donde Chile perdió lo que tuvo en la transición, es decir, que para seguir progresando había que buscar lo que unía a la mayoría por sobre lo que separaba.

El problema es cómo se puede hacer cuando la clase política pasa a ser parte del problema y no de la solución, en un país que además de sus crisis de seguridad y económica, ha agregado una crisis moral de corrupción y otra generacional, por lo que Chile para llegar siquiera a pensar en un Pacto político, en esta nueva etapa necesita previamente una tregua de elites, ya que el ambiente es hoy demasiado tóxico para permitir un acuerdo, y ello, sin mencionar siquiera a las redes sociales.

Chile está pagando el costo, no solo de tener pocos líderes positivos, sino también medios de comunicación que dificultan su visibilidad. Se está en su búsqueda y también de un sentido de propósito, ya que recintos como la academia o iglesia tienen mala imagen, lo que se une a la carencia de aquellos que puedan llegar a ser el Gran Timonel que pueda conducir la nave del Estado, en mar calmo o tempestad, según el decir de los antiguos griegos.

La tragedia es que, si no se encuentra, quien puede aparecer es el líder autoritario o el populista, que corte con la espada el nudo gordiano actual. De ahí la urgencia e importancia de un Acuerdo Nacional sobre el desarrollo socioeconómico en su doble componente, de un marco de calidad en las políticas públicas y de generación de los recursos necesarios para que no sea letra muerta, y otra frustración más.

Y en relación con la democracia, también se aplica lo que decía de la tolerancia el francés Rene Cassin, uno de los autores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948, por 48 votos a favor, es decir, “que no es signo de debilidad, sino de fortaleza”, a pesar que Diego Portales, el principal ministro detrás del exitoso Estado del siglo XIX afirmaba que en Chile “el orden se mantenía por el peso de la noche”, una frase que a conocidos historiadores les ha costado tanto explicar cómo consensuar su significado.

Publicado originalmente en Infobae

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