-El sargento Falcón, heredero de las glorias de los sargentos Somoza, Trujillo, Batista y Noriega, tiene el posicionamiento estratégico adecuado para que a todo el mundo le interese que gane las elecciones de mayo. Los únicos afectados son los tres líderes que no supieron ponerse de acuerdo.
La candidatura de Henri Falcón ha desencajado todo el cuadro político, desordenando los planes tanto del Gobierno como de la Oposición. El golpe magistral tomó por sorpresa a ambos bandos, a pesar de que la emergencia de un outsider era previsible después que Henry Ramos Allup, Julio Borges y Leopoldo López, los tres pilares de la oposición partidista, no fueron capaces de llegar a un acuerdo como el que la experiencia recomienda, una versión actualizada del genial Pacto de Punto Fijo, que enrumbó al país cuando la dictadura de Pérez Jiménez colapsó en 1958.
Es natural la sospecha de que estamos frente a una maniobra del régimen para completar un dramatis personae que dé apariencia de legitimidad al resultado de las elecciones ilegales convocadas para mayo, pero esa primera reacción no resiste un segundo análisis. Si Maduro fue promotor de esa idea, hemos de concluir en que en este complicado ajedrez Washington le ganó la partida a La Habana.
Erigido en único candidato opuesto a Maduro, el outsider se vuelve peligrosamente atractivo para una mayoría desesperada y huérfana que, comprobada la parálisis de una oposición partidista empantanada en las ambiciones personales, está abierta a cualquier proposición. Sin nada que perder porque ya lo perdió todo, el venezolano juega en la timba del CNE las últimas monedas que le quedan en la faltriquera. «Va jugando a Rosalinda». Total, quién quita y, como en el verso de Ernesto Luis Rodríguez, «el dado en la noche linda/ le devuelve sus corotos». Hasta en una intervención multinacional puede terminar esta vaina.
La figura de Henri Falcón no es cosa de emocionarse, pero eso es lo de menos. Lo importante es que existe, que hay «alguien» allí donde «alguien» estaba haciendo falta. Ese «alguien» trae un discurso del cual pudiera no ser el autor, pero que es de una habilidad aplastante. A cada uno ofrece lo que ese uno desesperadamente anhela, y lo mejor es que en sana lógica todo eso puede darlo… ¡a cada uno! Al pueblo, aceptar la ayuda humanitaria. A los partidos, estarse un solo periodo. A los chinos y rusos, pagarles. A las potencias occidentales, abrirles hasta PDVSA -«Juego mi vida./ De todos modos la llevo perdida».
Pero lo eficaz (¡Dios! ¡Cuánto añoro la eficacia!), es que Falcón rompe el nudo gordiano de la odiosa cuan inevitable impunidad. Aquí, hago un paréntesis para condenar la increíble torpeza de figuras relevantes que hablan de un juicio nuremberino para los secuestradores que bajo fusiles tienen sometida a la población venezolana. El cacareado Juicio de Nuremberg, que por cierto no dictó sino diecisiete sentencias, fue posible porque los rusos, los americanos y los ingleses entraron en las ruinas de Berlín después de haber destruido la capacidad bélica de los alemanes, y sacaron de sus madrigueras a los jefes nazis que no se habían rendido o suicidado. Nuestro caso es el opuesto. Quienes tienen capacidad bélica y ocupan Berlín son precisamente los nazis. Los libertarios sólo tenemos nuestra impotencia, nuestra cólera, nuestra frustración y unos líderes que no nos paran bola.
Esa odiosa impunidad que Falcón ofrece a los delincuentes que nos han robado la patria ha sido y es el verdadero obstáculo a una solución de nuestro problema político. Venezuela está en manos de unos atracadores que no saldrán del lugar atracado si no se les garantiza la camioneta blindada y el avión para escapar a donde puedan gozar del botín. Mientras tanto, ellos no dan de comer a los rehenes, que son toda la población venezolana. Lo de enjuiciarlos nada tiene que ver con la realidad actual. ¿Hasta cuándo habrá que repetir que la política es un arte de lo posible?
Perdida la esperanza en la capacidad de nuestros políticos y en el patriotismo de nuestros militares, habíamos caído en la ilusión de una intervención militar extranjera -la no militar sí que la ha habido: ruso-cubana desde el principio, china y europea en plan de negocios y memo-americana hasta que dando trump-icones llegó Trump (memo, por memez, no por memoria). Tan fuera del perol hemos apuntado, que asombró la lógica declaración del encargado de negocios estadounidense cuando dijo que si los venezolanos demuestran que quieren votar, Estados Unidos verá lo que pasa después -es decir, si los secuestradores aceptan a Falcón como administrador de una transición que los deje irse aunque sea a Bielorrusia, y los políticos de oposición, impotentes, se conforman a la dura realidad que ellos propiciaron cuando no se entendieron, ¿qué derecho tiene el Imperio a estar en desacuerdo? Porque «el pueblo», estén seguros de que al vencedor lo aclamará si acaso le asegura caraota, arroz y tajá. En ese caso, por supuesto que el mundo democrático reconocería al presidente Falcón. Hasta porque ese mundo necesita quien cargue con el sambenito de calarse la sentencia contra Venezuela en el Caso Esequibo, la cual ya está lista en La Haya, tema que los políticos eluden porque supone discordia con el Imperio y yo menciono no más de refilón, como para que después no digan que no lo dije.
Con decirles que en el primer momento la candidatura de Falcón me pareció una maniobra, pero no de Maduro, sino de Estados Unidos. Hasta por ser un sargento, Falcón encaja en el patrón de Washington, que ya resolvió meriendas de latinos* imponiendo a los sargentos Somoza, Trujillo y Batista, como luego a Noriega. Después tuvo que cargárselos, pero esa es otra cosa. Como otra historia es que yo no pueda, como en efecto no puedo, quitarme de la cabeza ciertas conversaciones con Gumersindo Rodríguez en la amistad que, tras mucho adversar, anudamos en la última etapa de su vida, concluida hace menos de dos años. Ese histórico personaje, de lógica tortuosa pero muy sólida, en ensimismadas peroratas se paseaba por cosas como esta que comento. Y me elogiaba el talento de su hijo Francisco, experto financiero de talla global que para Falcón está resultando lo que Pedro Tinoco fue para Carlos Andrés Pérez: el cerebro, que también hace falta. Yo creía que eran chocheras de Gumer.
* Leer «Black Misehlef», de Evelyn Waugh. Una novela…