Por Fernando Luis Egaña
***Venezuela es un país de periferia. Tanto en relación con otros países, como porque su población trata de sobrevivir en la periferia de los jerarcas del poder.
Una periferia es el contorno de un círculo. La parte de afuera. O la parte de un conjunto que se encuentra alejada del centro. En el lenguaje del análisis social, la periferia es la lejanía, la marginalidad, lo que se distancia de los ámbitos donde se encuentra el desarrollo, o por lo menos el poder.
En el mensaje pastoral de la Iglesia durante el pontificado del Papa Francisco, el tema de la importancia de las periferias, o los sectores excluidos, ha cobrado una justificada importancia. Para el Papa Francisco la realidad de los desposeídos está en el centro del Evangelio, y tiene toda la razón. La conocida expresión de “la opción preferencial por los pobres”, adecuadamente entendida -es decir, no como bandera de lucha político-eclesial, sino como dimensión esencial del espíritu cristiano-, debe ubicarse siempre en el corazón de la Iglesia y de su actuación dinámica en la vida pública.
El referido mensaje de las periferias es muy pertinente a la situación de Venezuela. Y es que en nuestro país podemos y debemos afirmar, sin un ápice de exageración, que aparte de las tribus de la boli-plutocracia, todos los demás pertenecemos a la periferia, a los sectores excluidos, en lo político, económico y social. En otras palabras, nuestra nación es pura periferia, pero no sólo en relación con otras naciones, sino en relación a sí misma.
Una nación donde la gente hace colas para todo. Para tratar de conseguir comida, o alguna medicina, o un transporte, o lo que sea, es una nación que vive, o sobrevive, en una inmensa periferia. Una nación sumida en una catástrofe humanitaria en medio de una bonanza petrolera, en la que tantos y tantos se mueren de mengua, y en la que muchos viejos, jóvenes y niños tienen que hurgar en la basura a ver si encuentran algún “alimento”, es una nación de periferia.
Los teólogos de acá, que los hay y muy conocedores de su materia, deberían elaborar una «teología de la periferia», a partir del desastre venezolano. El meollo de la cuestión es como un núcleo de poderosos logran despotizar y depredar al conjunto de una nación, y empujar hacia las periferias a todos los que no formen parte de ese núcleo de potentados. Incluyendo a la jerarquía de la Iglesia venezolana y a todas las instituciones eclesiales, que son consideradas irrelevantes en el poder establecido, o sea, allá perdidas en la periferia venezolana. ¿O me equivoco?