Por Alfredo Michelena/ENPaís/Zeta
Hace 20 años, por estas fechas, Venezuela se disponía a concretar uno de los mayores errores de su historia. Elegir al militar golpista Hugo Chávez. Dos adjetivos y dos de las razones por las cuales nunca voté por él.
Hay muchas versiones de “cuándo se jodió Venezuela” – parafraseando el título de un libro colombiano de 1990 de Plinio Apuleyo Mendoza y otros. La Venezuela democrática, con sus altos y bajos, venía progresando por el librito de CEPAL, con aquello de la “sustitución de importaciones”, base económica del Pacto de Punto Fijo (1958) , tanto que con el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP), cuando el petróleo llegó a su precio más alto en el siglo XX, a precios constantes (PC), pasamos a la segunda fase del modelo al nacionalizar el petróleo y embarcarnos en proyectos de gran envergadura como los del hierro y el acero.
El primer porrazo lo sentimos con el viernes negro y la primera flotación del bolívar. No pudimos ver que ese modelo que subsidiaba altamente la producción, tanto que era más barato comprar afuera que adentro, se había agotado y que esto impedía convertir a Venezuela en un país competitivo internacionalmente. La promoción de exportaciones era el nuevo modelo en el que estaban empeñados ya algunos países como Chile. Por su parte, el precio del petróleo (PC) se desplomó desde que alcanzó su pico en 1979 hasta su nivel más bajo un par de décadas después. Entramos en desesperación.
La caída de la producción petrolera tiene su corolario en la caída del ingreso per cápita. Y esto tiene su efecto en los niveles de satisfacción de una población que se había acostumbrado a mejorar su ingreso y bienestar por años. Y esto incluye a muchos empresarios y hombres de negocios que predaron a la vera del Estado, a los que el presidente Luis Herrera Campins definió como “empresarios ricos con empresas quebradas”.
El nuevo gobierno de CAP ya no vino con la vieja receta sino con una nueva y acompañado por los “IESA boys”. Un grupo de talentosos jóvenes venezolanos con ideas muy radicales en cuanto a la economía. Se les dijo a los empresarios: se acabaron los subsidios; tienen que competir y no solo entre ustedes sino que para exportar tienen que competir en el extranjero; a la clase media: hay que amarrarse el cinturón; se acabó lo de “está barato, dame dos”; y para los políticos descentralizó el poder, si quieren poder, compitan.
Esto no lo aguantaron ni tirios ni troyanos. Y esa fue la rendija que aprovechó Chávez y sus compinches para dar el golpe de Estado, el cual falló. No una sino dos veces. La gente que le echaba la culpa a la corrupción de lo que pasaba en Venezuela -y de que había, había- simpatizó con el hombre fuerte venía a acabar con el execrable “stablishment” es decir AD y COPEI.
La antipolítica se casó con el caudillismo. Algunos llegaron a justificar el golpe. Había que cambiar los creados en 1958 como decía la carta de “los notables”. La liberación de los militares golpistas presos empezó con Ramón J. Velásquez y culminó con el sobreseimiento de Rafael Caldera, es decir, “borrón y cuenta nueva”. Cuando esto sucedió decía Jorge Olavarría que “la arrolladora corriente de opinión a favor de la libertad de los militares presos por las insurrecciones de febrero y noviembre del ’92, fue acertadamente interpretada por el Presidente”. Y después se quejan de que Chávez justificó el robo por hambre.
Los venezolanos buscaban algo nuevo. Ya habían defenestrado a CAP y se voltearon hacia Irene Sáez, una joven reina de belleza, profesional, moderna y exitosa como alcalde de Chacao. Para fines de 1977 ella lideraba por mucho las encuestas como candidata independiente. AD, por sus problemas internos, paró su renovación generacional y lanzó a Alfaro Ucero, quien en términos de perfil era la antítesis de la Sáez.
Chávez, quien ahora se presentaba como demócrata, para 1977 tenía apenas 5% de las preferencias electorales. Pero el chavismo comenzó a crecer y los partidos tradicionales como AD y COPEI se comenzaron a descomponer. Sin embargo con la primera confrontación electoral celebrada antes de la presidencial, el golpista no pudo conquistar el parlamento. AD fue la primera mayoría, aunque el MVR de Chávez llegó de segundo. Los partidos que apoyaban a Chávez sacaron solo cerca de un 30% de los votos y no dominaban el parlamento.
Ese mes fue terrible porque COPEI le había sacado el apoyo a Irene Sáez y AD defenestró a Alfaro y ambos optaron por apoyar a Salas Romer candidato de un nuevo movimiento, frente a un Chávez venía arrollando. Un mes después, Chávez ganaba con 56% de los votos. Aunque hubo casi un 40 % de abstención.
Chávez, ganador, fue a por el parlamento. Sabía que no lo podría controlar. Entonces implementó una Constituyente que no podía haber sido convocada para modificar la constitución de 1960. Llevado el tema a la Corte Suprema de Justicia, esta se fue en galimatías y no dejó sentado que esa no era la vía para cambiar la Constitución. La última línea de defensa de la Constitución, del modelo de 1958 y en últimas de la democracia, se había rendido.
El resto es historia. Vinieron para quedarse y de nuevo el petróleo vino a jugar su papel. Con la subida del precio petrolero a niveles de 1979 (PC) los ingresos taparon o aturdieron a los venezolanos que siguieron votando por su propia destrucción -ojo aunque hubo trampas. A todos les tocó su anhelado subsidio. A los pobres con las misiones y las becas. A la clase media con CADIVI para viajar. A los empresarios con los grandes negocios, en especial los de importación, pues a los productores le apretaban el cuello, a los inversionistas los bonos, a los militares los pusieron donde “haiga” y trágicamente todos “felices como lombrices.
En 20 años han destruido un país que fue ejemplo en la región y el mundo. No hicieron nada, y lo que hicieron fue chimbo, y lo más grave es que destruyeron lo que existía. Desde puentes y hospitales hasta lo más sagrado: la familia. Ahora todo venezolano o ya se fue, o es un potencial migrante. El hambre cunde y la gente se muere de mengua. Hace veinte años le pusimos la guinda a una amarga torta que comenzó cuando nos negamos a cambiar y aún estamos pagando.