Las condiciones de vida en el país se han desplomado porque las pandillas cometen actos de una violencia extrema comparado con una guerra civil.
Por Natalie Kitroeff – nytimes.com
A principios de noviembre, después de días de tiroteos, la policía haitiana por fin logró un triunfo: la liberación del puerto más grande del país, que durante dos meses había estado tomado por las bandas delictivas.
Pero, unos días después, cuando los miembros del equipo SWAT de Haití regresaron al barrio marginal que rodea al puerto, todavía no se sentían lo suficientemente seguros como para bajarse de su camión blindado.
Los oficiales miraban con ansiedad las filas de chozas oxidadas en busca de pistoleros ocultos, y tenían tanta cautela del peligro exterior que no abrieron las puertas del vehículo.
La conclusión estaba clara: la policía sigue tratando de defenderse, pero las pandillas siguen controlando gran parte de Haití.
El magnicidio del presidente de Haití el año pasado desencadenó una nueva ola de terror en el país caribeño. Pero, en los últimos meses, las condiciones de vida en el país se han desplomado a nuevos niveles atroces porque las pandillas cometen actos de una violencia tan extrema que la carnicería en las calles ha sido comparada con una guerra civil.
Ahora, por temor a que la crisis humanitaria que azota a Haití pueda estimular la migración masiva hacia Estados Unidos y otros lugares, algunos altos funcionarios del gobierno de Joe Biden están presionando para enviar una fuerza armada multinacional al país, según afirman varios funcionarios y exfuncionarios, después de que el mes pasado el mismo gobierno haitiano hiciera un pedido parecido.
Pero Estados Unidos no quiere comprometer a sus tropas en esa estrategia, a pesar de que los funcionarios temen que el caos en Haití podría generar una ola aún mayor de refugiados hacia las costas estadounidenses.
La cantidad de haitianos interceptados por la Guardia Costera de EE. UU. en su intento de migrar a Estados Unidos ya se ha cuadriplicado desde el año pasado, y un número creciente navega en botes destartalados que muchas veces naufragan en las aguas turbulentas.
“Para el gobierno de Estados Unidos, la mayor pesadilla haitiana siempre ha sido un evento de migración masiva”, dijo Daniel Foote quien se desempeñó como enviado especial de EE. UU. en Haití durante parte del año pasado. “Ya es algo posible: el próximo paso tendría tintes bíblicos, con personas cayéndose desde cualquier cosa que pueda flotar. No estamos tan lejos de eso”.
El mes pasado, el gobierno haitiano tomó la medida extrema de solicitar la intervención militar extranjera para frenar los disturbios que afectan al país. Fue un reconocimiento explícito de cuán desesperada se ha vuelto la inestabilidad en una nación que sigue profundamente resentida por las pasadas intervenciones extranjeras.
Aunque las fuerzas de paz de las Naciones Unidas estuvieron apostadas en Haití por última vez en 2010, llevaron el cólera al país, causando uno de los peores brotes de los tiempos modernos, según los científicos. Casi 10.000 haitianos murieron y el respeto por la ONU en Haití se «destruyó para siempre» escribiría más tarde Ban Ki-moon, el secretario general de la organización en aquel momento.
Ahora, la gestión de Biden enfrenta la resistencia de diversos actores para reunir una fuerza multinacional, entre ellos los líderes militares estadounidenses que no quieren participar en una misión que requeriría una cantidad significativa de tiempo y recursos, afirmaron los funcionarios.
Una resolución respaldada por Estados Unidos que instó al despliegue de una “fuerza de acción rápida” en Haití se ha estancado en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero el gobierno sigue presionando a sus aliados para que las tropas lleguen a esa nación. A pesar de eso, los funcionarios dicen que esa fuerza no debería incluir tropas estadounidenses, argumentando que Haití sigue afectado por la larga historia de intervenciones desordenadas y, a veces, brutales de Estados Unidos en el país, lo que incluye una ocupación que duró casi dos décadas.
Por ahora, los haitianos lidian con varias catástrofes simultáneas, sin recibir mucha ayuda de su gobierno, ni de nadie más.
Biennaise Mesilas, de 64 años, estaba lavando ropa hace unos meses cuando un vecino le trajo a su hijo en una carretilla llena de sangre.
Su hijo de 24 años había estado vendiendo bolsas de agua en su ciudad natal, Cité Soleil, el barrio marginal más grande de la capital de Haití, cuando estalló un tiroteo y una bala perdida lo impactó por encima de un ojo.
“Cuando eso le sucedió a mi hijo, fue el final para mí”, dijo Mesilas.
No pudo llegar al cementerio debido a los constantes disparos. Así que cavó un hoyo cerca de su casa, una sepultura inadecuada porque el terreno estaba inundado por la temporada de lluvias, y tiró piedras sobre el ataúd para que se hundiera en la tierra. Poco después, Mesilas huyó de la zona.
“Si me hubiera quedado más tiempo en Cité Soleil, habría muerto”, dijo.
Se mudó a una plaza pública donde se ubicaron miles de personas desplazadas después de que en su barrio estalló una guerra entre pandillas en julio. Los niños, baleados mientras jugaban en las calles o cuando caminaban hacia sus casas, se recuperaron de sus heridas mientras dormían sobre cartones y la superficie de cemento.
Este mes, las autoridades expulsaron a todas esas personas del campamento improvisado, dejando a familias enteras vagando por las calles peligrosas mientras buscaban un refugio.
La agitación política ha producido varias olas de migración en los últimos años. Los haitianos se fueron en masa durante la dictadura de Jean Claude Duvalier, conocido como Baby Doc, quien gobernó de 1971 a 1986. En 1991, un golpe militar que derrocó a un presidente elegido democráticamente inició un éxodo de embarcaciones que transportaron a decenas de miles de personas hasta las costas de Florida.
Hay señales de que se avecina una nueva migración. Al otro lado de la frontera, en República Dominicana, el gobierno ha tomado medidas enérgicas contra los inmigrantes haitianos con tanta dureza que las autoridades estadounidenses dijeron recientemente que los estadounidenses de “piel más oscura” corren el riesgo de ser atacados.
Desde octubre de 2021 hasta septiembre de este año, más de 7000 haitianos fueron interceptados en el mar por la Guardia Costera de EE. UU., un gran incremento en comparación con los 1527 que se registraron en los 12 meses anteriores.
Sus travesías peligrosas son impulsadas por una constelación de horrores.
Por primera vez en la historia, las Naciones Unidas documentaron niveles “catastróficos” de hambre en Haití el mes pasado, lo que pone a miles de personas en condiciones similares a la hambruna.
Hace poco, el cólera reapareció en el país por primera vez en años, provocando un brote que se propagó en parte porque las pandillas han impedido que los trabajadores humanitarios brindaran atención básica en las zonas más pobres.
Grupos armados rivales han incendiado barrios enteros en batallas territoriales, matando a maridos delante de sus esposas y violando a madres delante de sus hijos. En octubre se registró un promedio de cuatro secuestros diarios, según la ONU.
Los críticos del gobierno haitiano temen que la llegada de tropas extranjeras fortalecería el débil reclamo de poder del primer ministro Ariel Henry, quien ha dirigido el país durante más de un año sin haber sido confirmado por el Parlamento.
“No podemos seguir apoyando a este gobierno que nos ha llevado al borde”, dijo Monique Clesca, integrante del Acuerdo de Montana, una coalición de sociedad civil y partidos políticos que se opone al llamado de intervención de Henry.
Aún existen amargos recuerdos del intento más reciente de fuerzas extranjeras para estabilizar Haití. La misión de mantenimiento de la paz de la ONU pasó más de una década en el país y tuvo cierto éxito en someter a las pandillas en Cité Soleil, pero también fue acusada de cometer actos de violencia sexual antes de salir de la nación en 2017.
Sin embargo, Clesca y muchos en Haití han llegado a la convicción de que el statu quo distópico en el que viven ya no es sostenible.
“Estamos viviendo una existencia infernal”, dijo Clesca, “si es que se le puede llamar existencia”.
En su desesperación por tener un respiro de la violencia, algunos haitianos creen que la única opción que les queda es aceptar otra incursión del exterior.
“Creo que la mayoría de los haitianos dirían que necesitan una intervención”, dijo Pierre Espérance, director ejecutivo de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos, una organización haitiana. “Están cansados del gobierno, están cansados de la policía, están cansados de las pandillas y no pueden moverse por el país”.
Mesilas, la mujer cuyo hijo fue asesinado, no tiene fe en el gobierno haitiano. Pero tampoco tiene paciencia para las personas que piensan que el país puede continuar sin ayuda de fuerzas extranjeras.
“La razón por la que dicen eso es porque no enfrentan la misma situación que enfrentamos nosotros”, dijo. La intervención del exterior “sería buena para nosotros”, dijo, “porque vivimos en la miseria”.Frantz Elbé, el jefe de la policía haitiana, calificó la misión de retomar el puerto como “una gran victoria para el país”, pero reconoció que sus fuerzas fueron maltratadas en el proceso.
“Tenían muchas armas de alto calibre que causaron mucho daño”, dijo Elbé sobre las pandillas. Y agregó: “Me vendría bien todo el apoyo que me puedan dar”.
Autoridades de Estados Unidos comentan que una fuerza de alrededor de 2500 elementos militares y policiales podría bastar para asegurar las principales vías de comunicación del país, a fin de que las mercancías puedan fluir libremente, según dos funcionarios de la gestión.
Pero el gobierno de Biden no ha convencido a ningún otro país para que lidere esa misión.
Canadá se ha resistido, en parte porque desconfía de enviar asistencia de seguridad si no cuenta con el apoyo de la oposición política en Haití, según dicen las autoridades. Brasil también ha puesto reparos, y este mes unos funcionarios brasileños le dijeron a Reuters que es poco probable que el país se involucre en Haití.
Los riesgos de enviar fuerzas armadas a Haití son altos, con recompensas inciertas. Ganar victorias en el campo de batalla no eliminará a las pandillas, según muestra la experiencia pasada, porque no afecta su verdadera fuente de fortaleza: los viejos nexos con la élite económica y política de Haití.Según los expertos, las pandillas han existido durante décadas en Haití por el respaldo que les brindan quienes están en el poder, que se valen de esos grupos para consolidar su control sobre el país.
“Si traes fuerzas militares antes de resolver la crisis política, no funcionará”, dijo Espérance. “Hay demasiadas conexiones entre la policía, las autoridades y las pandillas”.
Espérance quiere que los países extranjeros presionen a Henry para llegar a un acuerdo significativo con la oposición, pero no cree que Haití tenga tiempo para esperar a que el primer ministro renuncie al poder antes de aceptar ayuda para hacer cumplir la ley.
“Entiendo a las víctimas”, dijo Espérance. “Conozco la policía que tenemos hoy en día; no puede hacer el trabajo”.
En los últimos meses, las pandillas han expandido agresivamente sus dominios, estableciendo un control territorial sin tener mucha resistencia por parte de las autoridades. Grandes extensiones de la capital ahora son completamente impenetrables sin el permiso de los criminales que las gobiernan como señores de la guerra.
Atrapados en el medio están haitianos como Hubert Morquette, un médico que ahora vive en los terrenos del hospital que dirige en Puerto Príncipe porque teme hacer el viaje de ida y vuelta a su casa todos los días.
“No me gustan las intervenciones, pero es una cuestión de supervivencia”, dijo Morquette mientras encogía los hombros. “No hay otra opción”.