Una vez elegido secretario de Estado, Rex Tillerson será el hombre más poderoso de los Estados Unidos, pues representa los factores de poder que hicieron presidente a Trump y le sostendrán en el cargo. Maduro se cuadró oportunamente con este nuevo diseño global cuando, corrigiendo la impetuosidad de Chávez, le devolvió sus corotos a Exxon Mobil, la petrolera cuyos gigantescos intereses Tillerson representa.
El primer indicio lo dio Daniel Ortega en su discurso cuando tomó posesión de la presidencia de Nicaragua para un nuevo período que le permitirá sumar 25 años en el cargo. El gran usufructuario de la revolución centroamericana nos hizo saltar de la silla con sus críticas a las prácticas económicas que él mismo había venido ejerciendo y sus elogios al capitalismo expresados con el más profundo sentimiento. Claro, había ocurrido una sorpresa aún mayor que ese cambio «ideológico» en Ortega: Donald Trump acababa de ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos y agitaba un garrote de verdad -no como el de Diosdado-, apuntando en dirección a Centroamérica -por la frontera de México no entran sólo centroamericanos, sino nacionales de toda la región, y Nicaragua en particular tiene el «cable pelao» de un canal competidor del de Panamá que además sería construido por los chinos, ahora indeseables.
Un par de semanas después, Maduro produce el mismo tipo de sorpresa al proclamarse solidario con Trump en los más significativos aspectos, y aún homologándose con el exitoso catire como víctima de la izquierda liberal. Ortega y Maduro se diferencian así de Raúl Castro, cuya reacción ante la sorpresiva elección de Trump fue abrirse a Europa, firmando con Bruselas un «acuerdo para ponerse de acuerdo» aún más amplio del que antes firmó con Obama.
¿Están de acuerdo Ortega y Maduro con Castro en repartirse el trabajo, ustedes por Estados Unidos y yo por Europa y China? No sé. Dejemos eso en cartera. Mientras tanto, hagamos un somero diseño del mundo según Trump. Hasta ahora teníamos en el mapa una Rusia convenientemente emparedada entre Europa y China como aliados de Estados Unidos. Trump quiere substituirlo por otro diseño, el de Estados Unidos y Rusia olvidados de Europa y aliados contra China. Esto provoca otros cambios de posición. Por ejemplo, obliga a una alianza entre China y Europa, la cual se pre-anunció esta semana con el discurso del jerarca chino en la reunión económica mundial de Davos -allí China hizo saber que está lista a fajarse contra Estados Unidos y substituirlo con ventaja como aliado de Europa. Por otra parte, Gran Bretaña despeja sus dudas sobre la velocidad del brexit -su salida de la Unión Europea-, la cual acelera para entrar al lado de EE.UU. en la alianza con Rusia. Y así, cada uno según su conveniencia.
No es por ser un atarantado que el astuto vendedor de apartamentos llamado Donald Trump le da semejante patada a la lata. Lo ocurrido es consecuencia de un inédito cuan escalofriantemente peligroso enfrentamiento entre los macro-poderes que son el poder real en Estados Unidos. Las industrias de la energía y el armamento le ganaron las elecciones presidenciales a la industria tecnológica y los servicios financieros que gobernaban con Obama, y se muestran dispuestas a negar agua y sal a los vencidos. Para los vencedores esta elección fue cuestión de supervivencia. Veamos uno de los campos de batalla. Los demócratas (Obama, Hillary, etc.) aceleraban los cambios tecnológicos que en diez a veinte años habrían substituido por otras formas de energía la gasolina que hoy usamos para mover los automóviles. Para la industria de la energía era un anuncio de catástrofe que explica suficientemente el fenómeno Trump. Entre sus primeras medidas, el nuevo Presidente hizo saber a la industria automotriz que les aplicará pesados impuestos -el pretexto es que sus plantas se fueron de Estados Unidos arruinando ciudades como Detroit, lo cual de paso es cierto. Los impuestos se aprobarían si insisten en arruinar el negocio de la gasolina.
Pero el problema es global y tiene olor pre-bélico. Trump es del gran operador de los macro-intereses que ganaron las elecciones, pero el hombre fuerte es Rex Tillerson, bajo la figura de Secretario de Estado. Tillerson viene de ser exitosísimo presidente de la Exxon Mobil, la mayor empresa privada petro-gasífera del mundo. En la suposición de que él nunca se enterará de que lo hice, me permito la irreverencia de llamarle «Tiranosaurio Rex», como su homólogo el saurio prehistórico que era capaz de partirle, de un solo mordisco, el pescuezo a cualquier otro bicho de su época. Es que al señor Tillerson podremos considerarle el hombre más poderoso del planeta si una alianza demócrato-republicana no le corta el paso en el Congreso, lo que no será fácil.
Podría pensarse que todo esto es demasiado grande para que Tiranosaurio Rex se ocupe de Venezuela. Pues ocurre exactamente lo contrario. Obama no se ocupó de la tragedia venezolana porque su interés no estaba en el petróleo y el gas. Pero ya sabemos que el interés de Trump y Tiranosaurio está justamente allí. Como presidente de Exxon Mobil, Tillerson vivió la humillación de que Chávez le echara de Venezuela a empujones tras desconocer los contratos que él mismo había firmado con Exxon Mobil. La petrolera demandó a Venezuela y, por supuesto, ganó la demanda, pero esa es otra historia. Mientras tanto, Tiranosaurio perforó en las turbias aguas de la desembocadura orinoquense, frente al Esequibo, tierra y aguas reclamadas por Venezuela, y encontró uno de los más grandes yacimientos de petróleo y gas que hay en el planeta. Estos yacimientos fueron la razón por la cual los arrechos gobiernos de Betancourt y Leoni se plantaron en la reclamación del Esequibo. Chávez la abandonó por indicación de Fidel Castro, quien le convenció de que la solidaridad con una Guyana izquierdista era más importante que el patrimonio nacional venezolano. Después de todo, a Castro le daba lo mismo que ese petróleo lo tuviera Venezuela o Guyana, ya que las dos le obedecían, y para su control era mejor que ninguna de las dos tuviera todo el petróleo.
Distraídas en las inocuas incidencias del pleito entre la MUD y el Gobierno y en el ridículo tema de las candidaturas presidenciales, los venezolanos hemos ignorado esta sólida plataforma de hechos sobre las cuales se sostiene el futuro de Venezuela -lo demás no cuenta. Un tipo hay, sin embargo, que vio esto que es la clave del problema. Fue… ¡Nicolás Maduro! Sería por indicación de Raúl Castro, cuyo dictado prudentemente obedece, que ese manganzón que le ha comido el mandado a los presuntos verracos del chavismo y tiene a mal traer el ruidoso enjambre de los candidatos opositores, hace tiempo corrigió el error cometido por Chávez cuando echó del país a Exxon Mobil, y ha compensado al gigante dándole el lomito de la Faja del Orinoco. Las expresiones cariñosas de Maduro hacia Trump están en perfecta coherencia con esa reparación a Exxon Mobil que hoy por hoy es la carta más importante conque cuenta Maduro.
Las vastas mayorías, no necesariamente proletarias, interesadas solamente en la cerveza y el beisbol -Don Perignon y pate de fois gras en el caso de los plebeyos de alma-, no deben desesperanzarse por este panorama. Para operar con seguridad en Venezuela, Tiranosaurio requerirá condiciones civilizadas de las cuales nos beneficiaremos todos. La justicia esperpéntica y las elecciones trucadas no convienen a un inversionista estratégico. Es realmente posible que la DEA afloje los señalamientos que han trabado el acuerdo de transición porque impiden darle a Maduro, Cabello y los llamados narco-generales la impunidad que les ponga a salvo de sanciones globales. Hasta podremos ser un modelo de campamento minero. Lo que no podremos será crear un país civilizado y digno en el campamento minero que nos legaron los libertadores.