Con la casa ardiendo, Donald Trump ha dado un golpe de efecto para distraer la atención pública. Viene de perlas a los demócratas que esperan la libertad de Cuba y Venezuela. Este viernes, en Miami, en la meca cubana que es la Calle Ocho, el presidente de Estados Unidos mandó al mismísimo a Raúl Castro al eliminar de un plumazo los acuerdos alcanzados por su antecesor, Barack Obama. Se acabó el deshielo y, si el catire cumple su palabra, arreciará el embargo cuando más está en peligro la tributación venezolana. El dictador cubano la pasará difícil.
Hace unos años, Castro aseguró, en un arranque de honestidad, que «Cuba y Venezuela son la misma cosa». Por eso, en estas páginas nos referimos al acercamiento entre Cuba y Estados Unidos como la Capitulación de Cubazuela, necesitados urgentemente de una fórmula que les permita encajar en Occidente ante el desplome de los precios del petróleo. La isla vale lo que vale Venezuela, cuyo virrey Nicolás Maduro reporta directamente a La Habana.
En el 2012, los Castro entregaron a la infame Odebrecht los cañaverales de la isla, no para producir azúcar sino para etanol. Las costas turísticas ya son de las grandes hoteleras españolas. Económicamente, no hay más que ofrecer salvo tabacos y jóvenes. Estratégicamente, dirán algunos, sí, por eso de estar a 90 millas de Key West, el punto más al sur de Estados Unidos. La memoria de la Crisis de los Misiles. Puede ser, pero la única base extranjera que tiene cabida real en este momento en Cuba es la gringa de Guantánamo. De resto, ni Washington permitiría una nueva ni hace falta cuando un misil lanzado desde Corea del Norte puede aterrizar en suelo norteamericano.
Así las cosas, ese bolsón de petróleo al norte de Sur América que controla Castro es lo que importa, al menos a la Exxon Mobil, uno de los dos grandes poderes detrás del trono de la Casa Blanca. Al otro gran poder, el Pentágono, también le interesa el virreinato en cuanto a que es una de las principales autopistas de la droga que financia al terrorismo islámico.
Gringos claros
En Venezuela, 18 años después, no todos conectan la unidad que hay entre el proyecto de La Habana y Caracas. De hecho, muy pocos de los dirigentes de la oposición hacen énfasis en el tema, algunos por ignorancia en el tema y otros por los intereses económicos que los financian. No es el caso de la Casa Blanca, que retoma con renovados bríos el asunto de la libertad en Cubazuela para garantizar un ordenamiento político-jurídico estable en la cual fructifiquen los negocios. Lo demás, es la fachada decente de un asunto que solo se trata de dinero.
«Ahora que soy presidente expondré los crímenes de Castro porque para Estados Unidos es mejor que haya libertad en nuestro hemisferio, ya sea en Cuba o en Venezuela, para que la gente pueda vivir sus sueños (…) El régimen castrista ha sembrado el caos en Venezuela, apresando a inocentes», señaló Trump en el propio acto en Miami.
Marco Rubio, senador republicano por Florida, dijo de cara a su electorado que «hemos trabajado junto al presidente Trump para ayudar no sólo al pueblo de Cuba, sino al de Venezuela (…) El régimen cubano ha ayudado al de Venezuela en la represión de su gente».
Un día antes, también en Miami, el vicepresidente Mike Pence, instó a «condenar el abuso de poder del gobierno de Venezuela para demostrarles que la libertad es el único camino verdadero de la prosperidad». Luego, aseguró que «Venezuela es víctima de un gobierno autoritario que está haciendo sufrir al pueblo (…) Es un mal ejemplo para la prosperidad de la región».
El secretario de Estado, Rex Tillerson, quien hasta enero fue el presidente de la Exxon Mobil, también se sumó al coro de pesos pesados estadounidenses que censura al régimen madurista. Todos en menos de tres días. El ex petrolero primero anunció que trabaja con el Departamento del Tesoro en una nueva lista de sanciones para políticos oficialistas venezolanos. Luego, el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, informó que el responsable de la política exterior estadounidense va a la Asamblea General de la OEA en Cancún con la intención de promover el debate en torno a una salida de la crisis venezolana.
“El presidente sigue enormemente preocupado sobre la situación que enfrenta el pueblo de Venezuela y ha instruido al secretario Tillerson a colaborar con los países de la región para que avancen las discusiones sobre Venezuela en este importante encuentro”, indicó Spicer. “Estados Unidos está con el pueblo de Venezuela durante estos tiempos tristes y turbulentos para su país”, agregó.
La última carta de Castro
Todas las fichas se han alineado para darle jaque mate al régimen cubazolano. Nicolás se entrampó en su propio laberinto al jugarse el todo por el todo. Se creyó Fidel a finales de los 50 y le hizo caso a Diosdado, comandante de los que están dispuestos a quemar las naves. A la determinación del pueblo en las calles y al chavismo originario movilizado se le une ahora el motor determinante en una comunidad internacional ya dispuesta a quitarse de encima el problema Venezuela: Estados Unidos.
Este cuadro deja la gran interrogante de si Castro dejará que lo hundan con Maduro. Menuda preocupación para un hombre de 86 años que entrega el poder en menos de un año y cuya máxima, casi única, preocupación es dejar asegurados a sus familiares. La única carta que le sigue quedando al dictador es destrancar el juego en Venezuela, lo cual resolvería con un simple telefonazo a su virrey. Eso aseguraría que la Exxon Mobil le ponga la mano al lomito de la Faja y explote con tranquilidad el Esequibo. De paso, colateralmente, por casualidad, los venezolanos volveríamos a vivir en libertad.