Los demócratas han pasado al estado superior de la política: el entendimiento con el contrario sobre un proyecto mínimo común que permita el desarrollo del país independientemente de quién esté al frente del Gobierno. Es lo que se llama ser estadistas: el Estado por encima de un proyecto político propio. Fue ese principio el que permitió construir a Venezuela en los cuarenta años de democracia comprendidos entre 1958 y 1998, aunque ciertamente el proyecto hizo aguas a finales de los años 80.
Ese entendimiento que permitió desarrollar el período más estable de la historia venezolana fue el Pacto de Puntofijo. Mañana se firmará un Gran Acuerdo Nacional. Sin ánimos de reivindicar algo, en las páginas de la revista Zeta se venía insistiendo desde principios de los 90, hasta con ese mismo nombre, en la urgente necesidad de firmar un nuevo proyecto mínimo común en vista de la caducidad del suscrito como pacto de caballeros -eran tiempos en donde valía más la palabra que la firma- por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. Esto quiere decir que Venezuela lleva a la deriva aproximadamente treinta años, lo mismo que duró realmente Puntofijo, teniendo en cuenta que el chavismo nunca unió sobre una base al país. De hecho, polarizó desde el comienzo y hoy vemos que no había unidad ni siquiera interna. Los distintos intereses sólo eran amalgamados por la presencia del ex presidente.
El chavismo parece haber aprendido de sus errores estructurales. Con Luisa Ortega (civil) y Miguel Rodríguez Torres (militar) como puntas de lanza, Héctor Navarro o Jorge Giordani como sustento ideológico y organizadores de base como Nicmer Evans, la historia es otra. El solo hecho de apretar la mano de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) para sentarse a conversar, independientemente de estar en las antípodas ideológicas, con el fin de rescatar al país, ya dice suficiente de este nuevo talante. El chavismo, entendiéndose como un ideal nacionalista de tendencia izquierdista más que castro-comunista, puede formar parte de la política venezolana de futuro inmediato.
El lector de la oposición tradicional debe comprender que esto no es una apología del chavismo sino la exposición de una realidad con la cual conviviremos si logramos una transición hacia la democracia. Son los matices de una realidad que no corresponde a los deseos íntimos de cada quien.
Madurez opositora
En cuanto a la oposición tradicional -llamada así porque ahora el chavismo también forma parte del 85% que rechaza al régimen- se debe destacar la madurez de todos sus sectores a la hora de la verdad, que es ésta. No debe ser fortuito el hecho de que el Gran Acuerdo Nacional haya sido anunciado por María Corina Machado, representante de los sectores más radicales. Esos extremistas habían llevado a Machado, una de las figuras más relevantes de la MUD, a alejarse de la coalición. Sin embargo, la sabiduría de la dirigente le permitió mantener la ecuanimidad y hoy es una de las principales exponentes de ese pacto de gobernabilidad, que no es más que uno de convivencia en una sociedad democrática donde todos deben tener cabida.
Machado no esconde que se comunica con el chavismo. Así lo aceptó en las páginas de El Nuevo País hace una semana. Rodríguez Torres tampoco esconde que se reune con la MUD, específicamente con Henry Ramos, Julio Borges y Enrique Márquez. Así lo aceptó en rueda de prensa a principios de la semana pasada y en Zeta revelamos que esos encuentros se dan, por lo menos, desde el 2013. Es decir, el Gran Acuerdo Nacional que veremos el lunes no es algo a la ligera y denota la voluntad de construir un proyecto de país sólido.
Fiscal General regaña a diputados
El tesón, el coraje y la tenacidad de nuestros diputados no está en duda. Su laboriosidad en los pasillos parlamentarios y en otros escenarios propios de la política democrática son reconocidos. Sin embargo, muchos se vieron representados la semana pasada en una frase de la Fiscal General: «Ustedes, diputados, no reaccionaron, porque ustedes no se han dado cuenta que no están en desacato, eso no existe (…) El desacato es un delito que solo se le puede aplicar a las personas y no a las instituciones (…) Yo lo dije aquí y ustedes no hicieron nada, eso es problemas de ustedes, en todo caso».
Semejante jalón de orejas retumbó a nivel nacional. Las palabras de Ortega se convierten, sin querer, en una orden. ¿Por qué? Les puso en bandeja de plata reincorporar a los tres diputados de Amazonas para rescatar, formalmente, la mayoría absoluta que le permita reinstitucionalizar el país. El clamor es que los parlamentarios se declaren en sesión permanente, no reuniéndose en plenaria una sola vez a la semana, los martes. Les sabe mal a los venezolanos la presunta excusa de falta de presupuesto cuando tantos protestan en la calle, en horas de trabajo que no recuperarán.
Foto Archivo ENPaísZeta