Los brazos abiertos de Mike Pence

Cerrada la solución política a lo que objetivamente se presenta como un colapso general de la nación, Venezuela tiene hoy planteada la posibilidad real de una intervención externa que reestablecería en ese país el modelo de vida occidental. Lo único que podría evitar el trauma de una intervención sería un significativo cambio de actitud por parte del régimen castro-madurista. Ese cambio tendría que facilitar la atención urgente a las penurias que sufre la población y propiciar la normalización de la política hasta la realización de elecciones propiamente tales. Si este cambio por vía política no se produce, la intervención será, lamentablemente, inevitable, como lo son las intervenciones quirúrgicas cuando la medicina ha fracasado. La intervención pudiera no ser directamente militar, pero por lo menos estará respaldada y garantizado su éxito por el poderío de la primera potencia militar del planeta, quizás con presencia simbólica de otras naciones interesadas en participar del auge que, con efecto activador sobre todo la región, se producirá en Venezuela en cuanto este país tenga un gobierno legítimo y estable.

El modesto nivel intelectual de nuestros esperpénticos mandatarios -gobernantes no puede llamárseles-, es la principal dificultad para que el caso se resuelva por la vía política. Pero ese nivel corresponde al de la población en general, instruida, para su más fácil explotación, en beisbol y otras disciplinas viles y envilecedoras, lejos de la Moral y Cívica donde generaciones anteriores aprendimos cómo funciona una nación, de la Geopolítica que hoy ni los generales conocen, de la Economía que en esa ignorancia es manejada por sujetos rapaces y de la Historia donde son normales las intervenciones como la que hoy lamentablemente se nos plantea. Sólo en una sociedad así de obtusa puede prosperar, como ha prosperado, la campaña del G2 cubano para promover la abstención electoral, independientemente de que en el campo democrático repugnen las aberradas aspiraciones de dirigentes de medio pelo que no resisten un examen más allá de la epidermis, como son los que en el momento crítico y aprovechando la ola abstencionista se han salido de la Unidad porque ésta no es propicia a sus infundamentadas pretensiones. Si la intervención extranjera se produce, se deberá la ignorancia oceánica de los mandatarios, la ambición desproporcionada de caciques sin indios en la aporreada  MUD, y la ausencia de información y criterio político en una población estupidizada por la cerveza y el deporte profesional, que en el mundo de hoy son el opio del pueblo.

Cumplido este sincero desahogo con el cual espero espantar a tantos lectores extraviados en un texto que no está escrito para ellos, veamos lo de la invasión que no deja dormir a Padrino & Co.

En su momento dije que el movimiento -tan equivocado como ingenuo y generoso-, que emergió el 4 de febrero de 1992, se perdió el día que la carencia paterna de Hugo Chávez la llenó Fidel Castro. Esta pérdida quedó confirmada cuando el chavismo pactó con los dos únicos enemigos reales de la Civilización Occidental, aquellos que pueden destruirla y con los cuales, por tanto, la tolerancia no es posible: el fundamentalismo islámico y el narcotráfico. Por añadidura, pretendió extender su dislate por todo el subcontinente. Momento llegaría en que para los factores reales de poder en esta parte del mundo se hiciera necesario aplastar, por cualquier medio, el movimiento que de otro modo hubieran tolerado. Y estamos hablando de política real, de relaciones de poder, de lo que ha movido, mueve y seguirá moviendo la Historia.

Por supuesto, en el Caso Venezuela el rol fundamental corresponde a Estados Unidos, porque estamos en su falda y no podemos mudarnos para el Mar Negro. Este país donde hoy vivo en asilo político, venía reposando como el gigante dormido de que habló el almirante Yamamoto después de Pearl Harbor, operación que él mismo diseñó y ejecutó.  A los oficiales que celebraban el éxito de la batalla les enfrió con la reflexión de que ella había despertado un gigante dormido cuya terrible cólera se conocería en los años siguientes. Ese día de Pearl Harbor el eje perdió la guerra. Churchill, en sus Memorias, lo expresa así: «Esa noche dormí el sueño de los salvados».

De la somnolencia, a Estados Unidos le despertó el fenómeno Trump, proyecto cuidadosamente elaborado en los cenáculos donde se decide el rumbo de esta gigantesca maquinaria. El caso es que mientras Tillerson teje, Trump muestra el garrote. Después viene Pence con un bálsamo que en el fondo dice: «Ya oíste al jefe. Mejor para tí será que nos pongamos de acuerdo antes de que se le vayan los tapones». Teatro del más alto nivel. La política en los tiempos del internet.

Pero en el complejo equilibrio de poderes que mueve la maquinaria imperial hay quienes detestan las artes escénicas. Los ejemplos de Grenada, donde los cubanos demostraron su capacidad para evacuar territorios con la velocidad del rayo, y Panamá, cuya analogía con Venezuela escalofría, van ganando terreno en las alturas a medida que los resultados del procedimiento diplomático se disuelven en la primitividad del interlocutor chavista. Como si el cardenal Urosa tratara de convencer a Maduro hablándole en latín.

Pero no es totalmente imposible que estos sociópatas que nos gobiernan entren en razón. El Comando Sur deja filtrar aquello de que a las seis horas de haber recibido un tuit de Trump el alto gobierno venezolano estará alojado en un portaaviones americano. Maduro, Cabello, Al Aissami, Aristóbulo y Padrino saben que esto es así y suponen lo que significaría para ellos. América Latina y Europa lo aplaudiría y luego se lanzarían a echar a los chinos de Guayana y comerse la ración que Exxon-Mobil les deje de la madre de todo este zaperoco, que es el bolsón energético hallado en las bocas del Orinoco, lo máximo en macro-negocios que hoy se presenta en la paralizada economía global.

Cada noche, Mike Pence llama a Trump para contarle cómo va la vaina, y los dos se ríen. El que sigue con cara de palo es el Pentágono, que necesita calentar los músculos. Al oído, el espíritu de mi abuela barloventeña me susurra: «Donde ronca tigre no hay burro con reumatismo».