Puigdemont en el Parlamento catalán

Independencia catalana a cámara lenta

La tibia declaración unilateral de independencia realizada este martes 10 por el presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont, incluyendo una oferta de diálogo con el gobierno español, deja en suspense el pulso de poderes institucionales con Madrid así como la incertidumbre económica ante la anunciada marcha de grandes empresas de Cataluña. No obstante, el mayor problema que se atisba en el horizonte político catalán es la radical ruptura dentro de la coalición soberanista, en especial por parte del partido izquierdista CUP, partidario de la independencia unilateral inmediata, y cuyas consecuencias pueden terminar avasallando al propio Puigdemont. 

La expectante posibilidad de que el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, declarara la independencia unilateral de Cataluña este martes 10 ante el Parlamento catalán, tal y como había anunciado la semana pasada, ha quedado en un mar de suspense e incertidumbre que amenaza, incluso, con quebrantar su capital político.

El discurso de Puigdemont, que comenzó a las 19.37 hora española, arrojó más incertidumbre al laberinto catalán. El presidente de la Generalitat anunció que asumía “el mandato de que Catalunya se convierta en un Estado independiente en forma de república”. Pero lo que parecía una declaración contundente de independencia y de proclamación de una República catalana, se fue desvaneciendo en una tibia declaración de intenciones.

Esto se hizo evidente cuando, de inmediato, Puigdemont propuso que se suspendieran los efectos legales propios de una eventual declaración unilateral de independencia para poder abrir un proceso de diálogo con Madrid, a fin de alcanzar una solución de consenso para el problema catalán.

Puigdemont arrugó

Lo que parecía una independencia a plazos se ha quedado en laberinto inexplicable. El surrealista proceso catalán tras la votación del pasado 1º de octubre (1-O) deja un camino de claroscuros y de perspectivas inciertas.

Puigdemont había anunciado la semana pasada que su declaración ante el Parlamento catalán sería el lunes 9. Pronto se retractó, probablemente persuadido por las presiones emanadas de las grandes empresas de origen catalán, como la banca financiera Sabadell y La Caixa, así como firmas emblemáticas como Freixenet, que sopesaron y anunciaron la posibilidad de trasladar sus respectivas sedes sociales fuera de Cataluña.

Si la presión de Madrid ya era más que evidente tras el 1-O, en la que se anunciaba la posibilidad de aplicar los artículos 155 y 116 de la Constitución española, en la cual se desarticulaba todo el entramado de poder autonómico catalán, desde Europa parecía también evidente esta presión.

El presidente de la Comisión Europea, Donald Tusk, ya había advertido a Puigdemont de no anunciar la independencia y de abrir un proceso de diálogo. Si bien la brutal actuación policial del 1-O levantó críticas desde Europa contra el gobierno de Mariano Rajoy y cierto nivel de simpatía a la causa catalana, lo cual fue interpretado como una hábil estrategia de Puigdemont para internacionalizar el proceso catalán y propiciar una posible mediación europea, la misma se fue desvaneciendo momentos antes de la anunciada comparecencia parlamentaria de Puigdemont.

No obstante, el martes 10, antes de la comparecencia parlamentaria de Puigdemont, el presidente francés Emmanuel Macron ya había anunciado el rechazo de París a participar como mediador en el conflicto catalán. Incluso desde México se declaró oficialmente el no reconocimiento a la independencia catalana.

Por su parte, el choque de poderes institucional no parece menguar. Tras reunirse con los líderes del PSOE, Pedro Sánchez, y de Ciudadanos, Albert Rivera, Rajoy está acelerando los mecanismos legales para poner en marcha el artículo 155. Con independencia en el aire, lo que parece ahora en riesgo es el propio poder autonómico catalán.

La rebelión de la CUP

Pero el problema para Puigdemont parece estar más bien en casa. Y allí la clave es la CUP (Candidatura d’Unitat Popular, partido catalán de extrema izquierda). El retraso de su comparecencia parlamentaria del lunes 9 al martes 10, ya revelaba discrepancias fuertes que han llevado prácticamente a la ruptura en la coalición de gobierno en la Generalitat.

El partido de Puigdemont, Junts pel Si, y su aliado Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), arroparon al presidente de la Generalitat, pero sin consultar las claves del discurso de la declaración con el izquierdista CUP, partidario de la independencia unilateral total.

Atrapado en este laberinto, Puigdemont trasladó a la CUP el mensaje de que la presión internacional, principalmente europea, recomendaba evitar la proclamación de la república y ofrecer diálogo a Madrid antes de declarar la independencia. Pero la tolda izquierdista oficialmente declarada como “anticapitalistas”, no aprobó el gesto conciliador de Puigdemont con Rajoy. Y allí vinieron las discrepancias.

Por tanto, el texto aprobado el martes 10 de constituir “la república catalana, como Estado de derecho independiente y soberano, de derecho, democrático y social” se aprobó con gestos torcidos y rupturas en el aire.

Mientras Puigdemont intenta atraer a Europa como mediadora entre Cataluña y España, Rajoy no parece persuadido a dar marcha atrás. Probablemente calcula los tiempos para acorralar a Puigdemont y propiciar su eventual final político, toda vez observa que la CUP difícilmente acepte la oferta conciliadora del presidente catalán.

Los miembros de la formación izquierdista ya lo dejaron claro: al no haber declaración unilateral de independencia, la unidad de discurso del independentismo se rompió. Según una de sus portavoces, “no podemos aceptar la suspensión de nada, no podemos asumir la derrota. ¿Negociación y mediación con quién?”.

Por tanto, lo que se avecina es una ruptura frontal de la CUP con Puigdemont, que llevará a posibles demostraciones en la calle de fuerza política por parte de la CUP, lo cual radicaliza aún más el de por sí polarizado clima político.

La multitud congregada a las afueras del Parlamento catalán también mostró su desencanto. Lo que se anunciaba como un día histórico para la declaración de independencia terminó en una especie de plebiscito contra Puigdemont, un clima de desencanto que ha dejado posiciones encontradas.

Con el desconcierto político y social en marcha, la oferta de Puigdemont a Rajoy anuncia días inciertos y turbulentos. No se descarta incluso un adelanto electoral en Cataluña, que pueda eventualmente significar el congelamiento del proceso soberanista y el final político de Puigdemont.