En Irán también se protesta por hambre

Las recurrentes aunque no multitudinarias mani-festaciones presentadas en Irán desde la última semana de 2017, ya prácticamente desactivadas, manifiestan una inédita protesta social como no se vivía en el país persa desde las elecciones presidenciales de 2009 que dieron la victoria (bajo acusaciones de fraude) al populista y ultraconservador ex presidente Mahmud Ahmadíneyad.

Pero esta vez no fue la política sino la economía el móvil causante de las protestas que dejaron más de una decena de muertos y varios heridos y detenidos. El foco se concentró en la ciudad de Mashhad, la segunda más grande del país, tradicional centro de peregrinación de los musulmanes chiítas.

Esta vez no fueron los reformistas ni los liberales los causantes de las protestas, sino, precisamente, sus antagonistas conservadores, en claro descontento con las reformas económicas del presidente Hassan Rouhaní, reelegido en mayo de 2017. La mecha de las protestas fue avanzando hacia otras regiones y clases sociales, superando así las expectativas originales de los sectores conservadores.

Una generación desencantada

El radio de expansión de estas protestas fue ampliando el espectro social, las cuales pasaron a ser principalmente lideradas por jóvenes menores de 25 años, contrariados por la crisis económica.

En este sentido, los móviles de las protestas fueron básicamente económicos. Se focalizaron en el alza de precios en alimentos básicos; el creciente desempleo, que alcanza un 30% de la población económicamente activa y se amplía a un 40% para los recién graduados universitarios; la inflación (de 12%, alta pero controlable) y principalmente el aumento del precio de la gasolina en un país altamente productor de petróleo; la reducción de subsidios de ayudas sociales para las clases populares (una pieza clave de la gestión del ex presidente Ahmadíneyad); y las denuncias de corrupción en altas esferas del poder (principalmente contra la poderosa Guardia Revolucionaria Islámica), que han sido proferidas precisamente por el actual presidente Rouhaní.

Por tanto, encuadrar las protestas en una perspectiva determinada por la tradicional puja entre reformistas y conservadores que ha venido dominando la política iraní en las últimas décadas es, a todas luces, inexacto e insuficiente. La razón de estas protestas parece más bien estar enclavada en un factor generacional en ascenso, con demandas más específicas de reformas en el espacio socioeconómico.

En este sentido, el perfil de las protestas se ubica en jóvenes de la clase trabajadora, principalmente de origen provincial, y que tradicionalmente se ha constituido en la base de apoyo de grupos teocráticos conservadores así como estructuras económico-militares como la Guardia Revolucionaria Islámica.

No obstante, estos jóvenes se sienten actualmente defraudados por los escasos avances en las reformas económicas, la apertura política e incluso en cuanto a los alcances del acuerdo nuclear suscrito por Irán con Occidente en 2015.

El radio geográfico de expansión de las protestas se amplió a ciudades y regiones del interior del país como Juzestán, de mayoría árabe y productora del 85% del petróleo iraní, en las cuales los conservadores ya no tienen el control político. En este sentido, las protestas en el interior iraní también determinaban las demandas por un reparto económico más equitativo entre provincias ricas y pobres.

Progresivamente, las protestas fueron pasando de Rouhaní hacia la más alta autoridad de la República teocrática, el Gran Ayatolá Alí Jamenei. Es por tanto posible considerar que las protestas de esta nueva generación de iraníes se dirija hacia los cimientos estructurales de la teocracia islámica, pero también por el desencanto causado por el escaso impacto en la economía que supuso el final de las sanciones internacionales gracias al acuerdo nuclear, una promesa constante e infructuosamente impulsada por  Rouhaní.

Un caso curioso de manipulación política de las protestas tuvo que ver con el uso de Internet en un país tradicionalmente conocido por la censura de sus medios de comunicación. Mientras las protestas inicialmente apuntaban hacia Rouhaní, la Guardia Revolucionaria Islámica, detentora del monopolio de las telecomunicaciones, cuidó en no cerrar Internet. Pero cuando las protestas alcanzaron la estructura teocrática y política dominada por el ayatolá Jamenei y la propia Guardia Revolucionaria, el acceso a la red fue súbitamente cortado.

Con todo, y a diferencia de las protestas de 2009, en las actuales de 2018 se verificó un cambio de actitud por parte del poder iraní. Tanto el ayatolá Jamenei y la estructura teocrática como principalmente la Guardia Revolucionaria y las controvertidas milicias Bajsis cuidaron minuciosamente su reacción a las protestas, evitando activar y masificar la represión. Su respuesta fue más bien contentiva, con la intención de dilatar unas acciones de calle que progresivamente se fueron desvaneciendo.

Un 2018 crítico

El panorama puede empeorar en 2018 si la administración de Donald Trump avanza en su presión hacia Teherán, acabando con el acuerdo nuclear y ampliando las sanciones. Con ello, Washington fortalecería la reciente renovación de sus acuerdos con aliados clave como Arabia Saudita e Israel, los principales enemigos geopolíticos de Irán entre el Golfo Pérsico y Oriente Medio.

Con la perspectiva de renovación de las sanciones y la presión exterior vía Trump, la economía iraní puede sufrir una recesión que afectará a los sectores más populares, bastión de apoyo de la gestión populista de Ahmadíneyad. Esto podría radicalizar el panorama político iraní ante las próximas citas electorales.

Con todo, el panorama exterior para Irán no es completamente desfavorable. En este sentido, las alianzas estratégicas de Teherán con Rusia y China le han permitido a la economía iraní sobrevivir durante más de una década de sanciones internacionales establecidas desde 2004.

Actualmente, y tras la retirada de sanciones en 2016, Moscú y Beijing se han erigido como los grandes aliados económicos y políticos de Teherán. El país persa es pieza clave en las denominadas Rutas de la Seda, el macro proyecto de desarrollo e integración impulsado por China desde 2013 para fortalecer su peso geopolítico global. Igualmente, Irán es candidato a ingresar en la Unión Económica Euroasiática que impulsa desde 2015 el presidente ruso Vladimir Putin.

El final de las sanciones también ha permitido el ingreso de empresas europeas deseosas de invertir en el mercado iraní, principalmente en sus apetecibles riquezas energéticas y alimenticias.

Asimismo, el post-conflicto sirio ha beneficiado la posición geopolítica iraní en Oriente Próximo, aunque en este caso con menor impacto que el peso ruso y el de Turquía, otro aliado circunstancial de Teherán. La teocracia iraní sigue teniendo influencia vía Hizbulá dentro del complejo laberinto libanés, toda vez Teherán está inmerso en un conflicto geopolítico con Arabia Saudita dentro de la guerra civil en Yemen.

Todo ello ha fortalecido la estructura de poder imperante en Teherán, razón que también puede explicar el escaso impacto de las protestas y la percepción de que no es visible, al menos a mediano plazo, un verdadero cambio político en ese país.

No obstante, una de las claves de la crisis iraní parece también jugarse en Washington, Ryad y Tel Aviv, o en este caso Jerusalén, la capital israelí para Trump. Esto se prevé en caso de que EEUU impulse durante 2018 nuevas sanciones hacia Teherán por su controvertido programa nuclear y por las exigencias israelíes y sauditas de contener el peso geopolítico iraní. Como en el caso de Corea del Norte, Trump parece también estar persuadido a pisar el acelerador contra Irán.