La expulsión del embajador español en Venezuela, Jesús Silva Fernández, por orden de Nicolás Madu-ro, nos recuerda cuando en 1960, Fidel Castro expulsó al embajador de España en Cuba, Juan Pablo de Lojendio, marqués de Vellisca. El incidente caraqueño demuestra el carácter mimético de la relación que estableció Hugo Chávez con el régimen castrista. Mimetismo que ha significado en el transcurso de los casi 20 años de régimen chavista, la implantación en Venezuela de un régimen similar al de La Habana.
El incidente sucedido en Cuba en 1960, se debió a la irrupción del embajador español en un programa de TV en el que Fidel Castro participaba en directo en una de sus interminables arengas habituales. Entre una y otra invectiva, acusó a la embajada de España de colaborar con los movimientos anticastristas que hasta el año 1967 actuaron clandestinamente en la isla. Lojendio, al escuchar lo que consideró una calumnia insultante, se presentó en pleno plató, exigiendo derecho a réplica interrumpiendo en directo a Fidel Castro quien dio la orden de expulsión inmediata del embajador. El general Franco alabó la reacción que “como hombre” había tenido el embajador, pero que no había tomado en cuenta los “intereses de España”. No hubo ruptura de relaciones, es más, la España de Franco nunca rompió las relaciones con Cuba y nunca se sumó al embargo decretado por Estados Unidos. No sólo, las relaciones comerciales nunca se interrumpieron, tampoco se interrumpieron los vuelos de la compañía española Iberia a La Habana, como sí fue el caso del resto de países europeos. A la muerte de Franco, el gobierno castrista decretó en señal de duelo que las banderas cubanas permanecieran tres días a media asta.
El otro incidente fue durante la cumbre Iberoamericana en 2007 en Santiago de Chile, cuando el rey Juan Carlos, excedido por la perorata insultante de Hugo Chávez, le lanzó el “¡Por qué no te callas!”. Tampoco hubo ruptura de relaciones diplomáticas.
El significado de los incidentes del castrismo con España y del chavismo con España, son provocaciones con la voluntad de crear un revuelo publicitario, demostrar que le plantan cara a los “imperios”, pero sin consecuencias a sabiendas de que España no romperá relaciones con ningún país latinoamericano. Una publicidad de antiimperialismo que les sale gratis.
En relación al incidente del “Por qué no te callas”, Chávez visitó al rey en el Palacio de Marivent y allí quedó todo. En el caso actual, tras la expulsión del embajador de Venezuela en Madrid, a manera de reciprocidad, ya la diplomacia española bajó el tono declarando que era necesario evitar el lenguaje insultante para que las relaciones tomaran una dirección correcta.
El insulto a organismos internacionales, a personalidades célebres, a representantes de gobierno han sido una forma de comunicación de Fidel Castro. Demostrar que no se pliega a las normas diplomáticas, que las normas la instaura él, así ha sido desde entonces. La diferencia es que Fidel Castro, pese a todo, demostraba cierta altura al insultar, a diferencia de ese pobre ser, que no posee la “cultura” de su asistente en el oficio de totalitarismo, Jorge Rodríguez, cuyos insultos se parecen a la configuración de su propia persona.
En relación al gobierno chavista, todavía en vida de Fidel Castro, la línea que siguió la mayoría de los gobiernos latinoamericanos la impuso Cuba, que además gozaba en ese menester del apoyo del entonces Secretario de la OEA, el chileno José María Insulza. Se debe recordar la época en que todos los presidentes latinoamericanos acudían a rendirle pleitesía un Fidel Castro aquejado de una avanzada demencia senil entrando en fase terminal.
Hoy el contexto ha cambiado: la mayoría del bloque de gobiernos adscritos a la influencia de La Habana, han perdido el poder. Lula y la pareja Kirchner, dos puntales de peso en esa línea, por el momento están fuera de juego.
Es el presidente de Argentina, Mauricio Macri, quien ha tomado últimamente la iniciativa con respecto al problema que significa para la región el régimen de Nicolás Maduro, al adoptar la decisión de plantear el problema allí en donde se encuentra su núcleo: en Moscú. Antes de emprender viaje a Rusia, anunció que abordaría la cuestión con el presidente ruso, Vladimir Putin, porque Venezuela y “en menor medida Cuba, es la puerta de ingreso de Rusia a América Latina”. Al término de su visita, Mauricio Macri declaró que había planteado ante Putin que “la región es un lugar de paz”, – levantó la mirada y miró a Putin – “salvo en Venezuela, que tiene un régimen donde no se respetan las garantías constitucionales ni los derechos humanos”. Putin lo escuchó en silencio y no se dio por aludido. Más tarde, al momento de firmar la declaración conjunta en el palacio del Kremlin, Putin concluyó que “la Argentina sigue siendo uno de los socios más importantes” en la región para su país. Mensaje que significa: tenemos intereses comunes, proyectos de cooperación; limitémonos a ello y no introduzcamos temas engorrosos como el caso de Venezuela.
El economista venezolano, Ricardo Hausmann, en una entrevista reciente para la revista Exame de Brasil, declaró que “Brasil tiene una obligación moral de acabar con la tragedia venezolana”. Hausmann apoya su idea en el derecho internacional, que “habla de la defensa colectiva de la democracia y de la universalidad de los derechos humanos”. Y Hausmann, pregunta: “¿Vamos a dejar la defensa de esos puntos siempre a las grandes naciones, Brasil alguna vez va a elevarse al nivel de los países que tienen alguna responsabilidad internacional?”. Hausmann le dice a Brasil que su vocación de gran potencia debería significar también una responsabilidad continental: como toda potencia que se respete debe hacerse escuchar más allá de los límites nacionales.
En el caso de Mauricio Macri, su gestión ante Putin sobre el caso de Venezuela, es la iniciativa de un verdadero hombre de Estado que adscribe su papel, más allá del de gobernante de su país, y sitúa su responsabilidad, como debe ser, en el marco continental. El de Macri, es un hecho inédito en un continente en donde se confunde la defensa de la nación con un simple prurito de chauvinismo estrecho.
Mientras tanto, Nicolás Maduro continúa la línea trazada por La Habana pues es innegable que le ha dado resultados positivos al castrismo manteniéndola durante ya 60 años: el rompimiento de relaciones con los países adscritos a los valores democráticos, y adherencia al bloque de países autoritarios o dictatoriales, cuya etiqueta de venta, es la enemistad con EE.UU.
En Venezuela se ha dado un desmantelamiento institucional, semejante al que sucede cuando sobrevienen las revoluciones, que ha servido para que se instaure en el poder un régimen de los más conservadores de la época contemporánea. Por otro lado, ese desmantelamiento ha dejado a la deriva a la sociedad civil, la cual, pese a la adversidad, busca las maneras de su sobrevivencia. El despojo agudo de las posibilidades de sobrevivencia física de la ciudadanía, es indudable que la está llevando a iniciativas de organización inéditas. La ciudadanía está aprendiendo a organizarse, a gestionar el llamado urgente de la preservación de la vida; por ello es de allí que surgirá el movimiento de salvación nacional.
El desmoronamiento institucional y junto a ello, el de los partidos políticos tradicionales, comenzó a vivirse en Venezuela al final de los años 1990 y tuvo su clímax con la llegada de Hugo Chávez al poder. En Europa, en particular en Francia cuya historia política ha sido modélica para el mundo, ese mismo fenómeno se está viviendo y se vivió, particularmente en Francia, el año pasado, cuyo escenario fue la campaña electoral. Tanto la social democracia como la derecha tradicional se desmoronaron. La clarividencia y la inteligencia de Emmanuel Macron, lo llevó a concebir un movimiento en un lapso de tiempo inaudito, logrando la adhesión de gente de la izquierda, de la derecha, del centro y de otros sin partido, logrando neutralizar los dos populismos amenazadores: el del chavista Jean Luc Mélenchon y el de extrema derecha, de Marine Le Pen.
Pretender reconstruir aparatos partidistas excluyentes, a la antigua usanza, inspirados en el paternalismo autoritario para deshacerse de la mafia que detenta el poder, es un albur. El tiempo será largo, la ciudadanía está también aprendiendo el arte de la paciencia, pero de una paciencia activa. Se ha demostrado que la modernidad en Venezuela durante este periodo de conservadurismo chavista ha llevado la batuta, es la ciudadanía la que desde hace 20 años ha demostrado su rechazo al totalitarismo. Si las elites, tanto las oficiales como las de la oposición han fracasado, en federar un movimiento basado en la inclusión, es porque no han comprendido la revolución que se está gestando en el seno de la mayoría ciudadana, que cual topo está horadando en la corriente subterránea de la sociedad, su futuro de protagonista del movimiento de salvación nacional que pondrá termino al mecanismo de mimetismo con el castrismo que anima a Nicolás Maduro y comparsa.
“Ciudadanos” es el nombre del movimiento que en España está creciendo a gran velocidad, por ser incluyente, y así vemos en sus filas afiliarse a los decepcionados del pusilánime PSOE, del conservadurismo y del sistema de corrupción del PP, del populismo chavista de Podemos, del nacionalismo racialista catalán. En Francia La Republica en Marcha, llevó al poder a Emmanuel Macron, porque supo incluir a los ciudadanos que no se identificaban ya con las ofertas tradicionales. Inclusión significa el debate político, pero sin cabillas, sin exclusiones casta. Ciudadanos significa no ser catalogados por la marca de reloj que se lleve, por el modelo de cartera o por citar nombres para significar cultura.