Hace años, en Aló Ciudadano, escandalicé con la aparente excentricidad de que si yo votara en Lara lo haría por un sargento de quien sólo se sabía que siempre había militado en el chavismo. Mis amigos larenses estaban explicablemente entusiasmados con la candidatura de Eduardo Gómez Sigala, con quien me relacionaba un afecto heredado de su padre. ¿De dónde me salía eso de apoyar a un chavista? Pues de la lógica política y, aún mejor, del instinto. Gómez Sigala, un pulido gerente de la más correcta sociedad barquisimetana, no tenía chance en esos tiempos de populismos, y mirando en TV a Henri Falcón percibí que se le alzaría a Chávez. El voto políticamente eficaz era por Falcón, y en política la eficacia no tiene substituto.
De entonces a acá Falcón ha seguido moviéndose en zig zag con la habilidad de un conejo en la sabana. Ahora aparece potenciado por el respaldo de Francisco Rodríguez, hijo de Gumersindo, conductor del programa económico que Pedro Tinoco le hizo a Carlos Andrés Pérez en su primer mandato. En sus últimos años, antes de morir serenamente durante el sueño, a Gumersindo, tornado en colaborador asiduo de El Nuevo País y Zeta, le ví hacer dos cosas: reivindicar la memoria de Betancourt -a quien había adversado desde que con Domingo Alberto Rangel fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria- y convencer a personas como yo de que su hijo Francisco era una luminaria en la ciencia económica.
Francisco Rodríguez se mueve fuera de Venezuela, en el mundo de los expertos financieros, donde todo peligro tiene asiento. Su contacto con Falcón no ha sido directo, de modo que para despejar el campo ayudaría mucho saber quiénes hicieron el contacto -al respecto sólo manejo teorías, pero ya llegará la información.
Una interpretación audaz, quizás la más favorecida, es la de que Maduro dejará ganar a Falcón para que cuadre con Occidente y le cubra la retirada. Otra,menos amable, le reduce a la condición de mero comodín usado para aparentar que en la fantochada electoral convocada por la asamblea prostituyente habrá un candidato de oposición. No me inclina por ninguna. Me ronda, eso sí, cada vez que pienso en este maestro técnico de tercera convertido en factor político de primera importancia, el recuerdo de Fulgencio Batista, el sargento taquígrafo sobre quien pivoteó el destino de Cuba antes de caer en el abismo.